Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Arthur C. Brooks: «El sentido de la vida se encuentra a través del sufrimiento»

Texto: Lucía Ferrer [His Com 23]. Fotografía:  Raquel Arilla [Com 13]

Es científico social, conservador y profesor en la Harvard Business School, la misma que le rechazó como alumno hace casi tres décadas. Arthur C. Brooks (Seattle, 1964) presume de un 'best seller' en «The New York Times» y de varios pódcast. ¿Su objeto de estudio? La felicidad. A los diecinueve dejó la carrera, se dedicó a tocar la trompa y se definió de izquierdas. Doce años más tarde, el amor de Ester, su mujer, y la vuelta a los libros le dieron a su vida un giro que lo llevó a dirigir uno de los principales think tanks de Estados Unidos. Hoy lo consideran uno de los intelectuales más influyentes de la derecha estadounidense.


Arthur C. Brooks sabe hacer feliz a la gente. Al menos por eso le paga Harvard: su asignatura Liderazgo y Felicidad es una de las más concurridas del centro. Además de dar clases, Brooks publica los jueves la columna «How to Build a Life» en la centenaria revista The Atlantic, presenta los pódcast «The Art of Happiness» y «How to Build a Happy Life» —este último también en The Atlantic— y da la vuelta al mundo buscando formas de mejorarlo en el documental The Pursuit. Antes, dirigió durante una década el Instituto Americano de la Empresa, uno de los think tanks más influyentes del planeta. Ha publicado doce libros con títulos como The Road to Freedom (2012), Gross National Happiness (2016) y The Conservative Heart (2017). Sin embargo, probablemente se siente mejor definido por las palabras católico, esposo y padre.

Lo primero sucedió en el santuario de Guadalupe en 1980, donde tuvo una «experiencia mística» y se convirtió del protestantismo. En aquella época no era un buen estudiante. Comenzó una carrera pero la dejó a los diecinueve para dedicarse a la música, el sueño de su niñez. La cosa cambió en un festival de música en Francia, donde conoció a la barcelonesa Ester Munt. Ella no hablaba inglés ni él español o catalán (aunque ahora se expresa a la perfección en ambas lenguas), pero se enamoraron como solo sucede en las películas. Ella vendió el coche para ir a verle a su país. Él, a los veinticinco, dejó su trabajo en Nueva York persiguiéndola a ella para probar suerte en Barcelona, donde se hizo un hueco para tocar la trompa en una orquesta. Gracias a ella se dio cuenta de que no era feliz, pero podía llegar a serlo. Ese es el origen de su inquietud por el tema que le apasiona.  

Dos años después se casaron y empezaron una nueva vida en Estados Unidos. Esa vuelta a la patria la vivió Brooks como un emigrante, como su particular sueño americano. Algo así debió de sucederles a sus bisabuelos, que procedían de Dinamarca —curiosamente, uno de los países más felices del mundo— y emigraron, en el 1900, a la tierra de las oportunidades. Compraron una granja en Dakota del Sur, trabajaron duro y, al cabo de una generación, la familia nunca más sería pobre.

El matrimonio Brooks-Munt tiene tres hijos: Joaquim, que es profesor de secundaria; Carlos, militar, y Marina [Hum 23], que estudia Humanidades en la Universidad de Navarra. Ella fue una de los quinientos alumnos que el 16 de septiembre escucharon a Brooks pronunciar, con un acento medio yanqui medio catalán, la ponencia inaugural del Congreso Forun en el campus de Pamplona. Se trata de un congreso de alumnos para alumnos que reflexiona sobre valores relacionados con la persona y la cultura. En la charla, el profesor intentó dar a los jóvenes las claves de la felicidad.

Ese día, Brooks viste traje. De la muñeca derecha le cuelgan unas pulseras de bolitas negras que le regalaron los empleados de su empresa ACB Ideas. En unos pequeños cubos blancos está escrito un verso del salmo 84: From Strength to Strength. Esas palabras son también el título de su último libro, que se publicó en febrero de 2022 y apareció en la lista de best sellers de The New York Times. Como cuenta Brooks, «querían que tuviéramos mucho éxito en el mercado». Eso —el éxito— no fue precisamente su primera experiencia.

El profesor Brooks en el campus de la Universidad de Navarra, antes de su conferencia. 

¿Por qué volvió a los estudios, si ya había dejado la universidad?

A veces me lo pregunto. Mi mujer me animó a ello porque sabía que yo no era feliz. Me dijo: «¿Por qué no experimentas con otras cosas?». Mi padre era catedrático de Matemáticas, y yo, el primero de mi familia desde hace siglos sin birrete de doctor. A los veintiocho me di cuenta de que para ganar dinero necesitaba más formación, pero fui un mal estudiante en el instituto. Como era pobre pobre, me matriculé en una universidad pública a distancia en Nueva Jersey [el Thomas Edison State College] y me encantó expandirme en lo intelectual. Suponía un mundo nuevo, una aventura: cuanto más profundizaba, más me gustaba. No quería dejar de aprender

En 1994 me gradué en Economía. Obtuve el diploma por poco dinero y solo después pisé un campus, cuando empecé el doctorado. [Se doctoró en Análisis de Políticas Públicas por la Grand Valley State University en 1998]. Allí me sentí en casa porque todos valoraban las ideas y disfrutaban hablando de sus convicciones. Fue la primera vez que me encontré a gusto intelectualmente.

«MI VALIOSO TÍTULO BARATO»

 

Cuando el profesor Brooks dirigía el Instituto Americano de la Empresa, uno de sus empleados le advirtió de lo que pensaba que era un error en su currículum, que decía que se había graduado en una universidad de educación a distancia de Nueva Jersey. No era un fallo, pero sus trabajadores creían que, si había llegado tan alto, tenía que haber estudiado en un centro de prestigio. A raíz de aquel incidente, Brooks publicó en 2013 en The New York Times una tribuna titulada «My Valuable, Cheap, College Degree», en la que explica que aquella universidad barata le abrió las puertas de su futuro profesional. La educación de calidad, explica Brooks en el artículo, no debería ser un privilegio de unos pocos, sino un bien moral que forma parte del sueño americano. Después de publicarlo, nadie se rio del profesor. Al contrario, recibió cientos de mensajes de personas que decían que su testimonio les había inspirado, que se habían sentido conectados con su historia.

 

Dice que su familia es su empresa más importante. ¿Qué significa afrontar la vida como una startup? 

Enseño a estudiantes de Business que se sienten cómodos con ese vocabulario. Están un poco equivocados, porque a veces olvidan que los negocios no son lo fundamental. En efecto, la startup más importante es tu propia vida: tienes que maximizar el valor de tu moneda, que es el amor. Si la consideras una empresa, decidirás bien, te arriesgarás en la justa medida. 

Por ejemplo: a muchos alumnos les aterroriza la posibilidad de enamorarse, aunque es lo más determinante para casi todos. Pero, en lo personal, guiarse por el miedo es tan catastrófico como, en los negocios, no arriesgar nunca tu dinero. Cuando les hablo sobre comprometer sus corazones, les cambia la perspectiva. 

Después de una conferencia con estas ideas, un estudiante me confesó: «Voy a Filadelfia a declararme a una chica de la que estoy enamorado desde hace dos años». Un par de meses después, me lo encontré en una fiesta. Me contó que ella le había rechazado. A pesar de todo, el joven me agradeció la lección: «Era la cosa que más temía —me explicó—. Ha pasado lo malo y no me he muerto».

¿Diría que el éxito se construye con victorias o con fracasos? 

Con ambos, aunque sobre todo con fracasos, que es lo que más se tiene. La gente equilibrada aprende de ellos. Nunca dices «Entiendo quién soy gracias a mis vacaciones en Ibiza». Más bien es «He sobrevivido a situaciones críticas». Así mides tu fortaleza y conoces tus límites. El sentido de la vida se encuentra a través del sacrificio y el sufrimiento. Eso es muy sagrado.

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Por suerte, vivimos en un proceso de desestigmatización, y las actitudes hacia la enfermedad mental se han vuelto mucho más saludables.

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¿Hay alguna persona cuya historia de éxito le haya impactado en especial? 

Leo las vidas de los santos a diario. Me encantan. Santa Teresa de Ávila era una persona difícil, pero siempre estaba conquistando sus propios demonios, los de su interior. Esto es lo que más me inspira: la gente que puede dominarse a sí misma, y los santos son el mejor ejemplo. Pienso en Tomás de Aquino: él rechazó las riquezas. Lo hizo porque sabía que eran ídolos. También san Ignacio de Loyola, que lo tenía todo, pero a raíz de una herida casi mortal encontró su fortaleza interior y su relación con Dios.

¿Puede estar Dios en los negocios?

En la tierra creamos valor trabajando. No vivimos para organizar fiestas e irnos de vacaciones… Estamos hechos a imagen de Dios. Él es creativo, trabaja. Nosotros, a través de nuestra tarea profesional y del amor, imitamos el ser divino a una escala pequeña, insignificante. Podemos expresar amor con nuestro oficio y cambiar el mundo. Bueno, un rincón, unas células. 

¿Considera que la sociedad actual rechaza ver el trabajo como algo positivo? 

Sí, pero siempre ha sido así. Tengo un perro, Chucho, que es muy buen chico. En los seres humanos conviven un aspecto animal y otro divino, pero Chucho se limita solo al animal. La diferencia es un abismo. Quienes rechazan el esfuerzo viven como Chucho: solo aspiran a tumbarse en el sofá, comer y beber. Y yo no deseo ser así. Quiero vivir con intensidad, tener siempre alguna batalla, asumir la aventura de buscar metas difíciles. Y espero que mis hijos lo hagan igual.

Más de quinientos alumnos escucharon la conferencia «Liderazgo y felicidad». Entre ellos, la hija del profesor.

Es un intelectual abiertamente católico. ¿Le ha traído problemas? 

Soy un espía, pero abiertamente un espía. El mensaje del Opus Dei me ha ayudado a entender esto: predica que tienes que ser sin reservas y con alegría lo que eres, no un amargado. Si vas por ahí diciendo «Este mundo es malo, vosotros sois pecadores y estáis perdidos», te meterás en algún lío. Pero, si vas con amor, la gente te acepta. Algunos de mis colegas y amigos son ateos, pero les tengo mucho respeto y aprendo de ellos. Aunque no me entienden, me preguntan: «¿Cómo es posible que tengas fe y una vida intelectual?». Ese es el momento de describir mi felicidad, porque no existe tensión alguna entre la fe y la razón. La razón trata de entender una obra de Picasso. Pero esa comprensión es mayor si has estudiado al pintor, aunque a él no lo encontrarás dentro del cuadro.

Ha hecho notar que los jóvenes tienen problemas de ansiedad y depresión. ¿Qué le diría a una persona que esté pasando por una situación parecida? 

Depende. En Estados Unidos, el 28 por ciento de la población tiene síntomas depresivos, ya sea por el coronavirus, la polarización, la propaganda del Gobierno…. Antes de la pandemia rondaba el 9 por ciento. Por suerte, vivimos un proceso de desestigmatización, y las actitudes hacia la enfermedad mental se han vuelto mucho más saludables. La generación de mis padres no lo comentaba, pero hoy se busca con frecuencia la ayuda de un psiquiatra. Esto no quiere decir que se deba tratar toda la tristeza, que es un sentimiento normal y muy importante. Necesitamos experimentarla, porque forma parte de la vida. Sin embargo, hay tristeza normal y patológica. 

Hemos pasado del «If it feels good, do it» de los hippies —a los que observé desde pequeño— a una especie de «Si no te apetece o te hace sentir mal, erradícalo». Ese empeño por borrar el sufrimiento teje una especie de sociedad del desprecio. Y la cultura enferma. Por ejemplo, la mayoría de la gente joven piensa que todo está peor ahora que hace cincuenta años, lo que resulta completamente falso: hoy vivimos más, con más salud y más educación. El planeta no se contamina más. En casi todos los aspectos, la vida se ha vuelto mejor, excepto en la fe

A las nuevas generaciones les han comido el coco. Tengo estudiantes que de verdad creen que dentro de diez años estaremos todos muertos por el aumento de la temperatura. En las ciencias sociales llamamos a esto convicciones primitivas. Pensar que el mundo es malo en general, aunque ocurran cosas buenas, es una convicción primitiva negativa. Pero eso contradice la experiencia. 

El congreso Forun lo organizan estudiantes para reflexionar sobre los valores de la persona y la cultura.

¿Se puede ser feliz y estar enfadado con alguien que piensa distinto?

Sí, claro. No hay problema en enfadarse, eso forma parte de la pasión. ¡Hace treinta y un años que salgo con una española! [Se ríe]. En cambio, el desprecio es un cáncer, porque, además de enfado, contiene un elemento verdaderamente dañino: el asco. Se trata de una emoción fría, congelada, que expresa «Esta persona no vale nada». El enfado, en cambio, es una emoción caliente, que exterioriza algo como «Me importa lo que haces o lo que dices y quiero cambiarlo». Mi mujer nunca me ha tratado con desprecio, pero se ha enfadado conmigo diez mil veces. Por lo menos una al día.

¿Cuál es el mayor obstáculo entre una persona y su felicidad? 

Santo Tomás de Aquino no se equivocaba al decir que los falsos ídolos son el dinero, el poder, el placer y la fama. Cada persona encuentra entre esos becerros de oro su propia patología. Al fin y al cabo, un ídolo siempre te lleva a la infelicidad. 

¿Puede el éxito profesional amargar a una persona? 

Mucha gente busca la felicidad a través del éxito en ese campo, y eso es un error. Funciona al revés: pon empeño en tu felicidad y tendrás éxito. Las circunstancias laborales son muy importantes. El trabajo forma parte de tu vida, con tu familia, tus amistades y tu fe. Tienes que lograr que todas esas facetas convivan en armonía. Si veneras tu trabajo como hace gran cantidad de estadounidenses —en Europa sucede menos— hasta el punto de dedicarte en exclusiva a eso, lo conviertes en un ídolo. 

Suelo preguntar a mis alumnos cuál de los cuatro ídolos les atrae menos. A mí, el poder. El dinero me da igual. El placer me gusta. Me queda, entonces, la fama, la admiración de los demás. Este ejercicio me permite aislar el problema y tenerlo en cuenta cuando trabajo. Porque, si dedico a mi vida profesional entre setenta y noventa horas a la semana, es porque persigo mi ídolo, el prestigio. En ese momento se lo ofrezco a Dios y empiezo de nuevo.

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El desprecio es un cáncer, porque, además de enfado, contiene un elemento verdaderamente dañino: el asco

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¿Cómo compatibiliza el trabajo con lo personal? 

Con dificultad. Hay tantas oportunidades y aventuras… ¡Y quiero hacerlo todo! Ahora dicto medio semestre en Harvard. El miércoles di clase desde el aeropuerto, fui a Londres a impartir unas conferencias, después Bilbao, hoy Pamplona, donde pasaré el día con mi hija. El domingo vuelo a casa y regreso a las aulas el lunes por la mañana. Eso no es normal. Pero yo lo haría todas las semanas, si pudiera. Por suerte, vivo con una española. Ella trabaja, y tiene claro que esa no es la fuente de la felicidad. También me conoce y sabe que no soy una persona naturalmente equilibrada. Y me ayuda

Frente al dinero, el poder o la fama, Brooks reivindica el sentido, el propósito y la coherencia como fomas de ser feliz.

Como defensor del capitalismo, ¿cómo incide un sistema político en la felicidad de sus ciudadanos? 

La felicidad y la infelicidad provienen de partes distintas del cerebro. La felicidad la provocan cuatro fuerzas: la fe, la familia, la amistad y el trabajo. No quiero un Ministerio de Fe, de la Familia o de la Amistad. Lo que quiero es más libertad para que las personas tengan su vida familiar en la esfera privada. El Gobierno no debería inmiscuirse en estas instituciones, porque no puede hacer feliz a sus ciudadanos. Sin embargo, puede tratar de eliminar algunas influencias de la infelicidad

¿Requiere esfuerzo la felicidad? 

Hay mucha gente que naturalmente es muy feliz. Les envidio porque yo no; he tenido que trabajar duro. Enseño la felicidad porque quiero tenerla. No todo el mundo puede ser absolutamente feliz, pero sí más feliz. Solo tenemos una vida y Dios quiere que la disfrutemos porque es un regalo suyo: que le encontremos el sentido. 

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La felicidad la provocan cuatro fuerzas: la fe, la familia, la amistad y el trabajo.

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¿Qué distingue a una persona feliz de otra que no lo es? 

Existen muchas pruebas. A mis alumnos les pido que rellenen dieciséis encuestas sobre su propia felicidad durante el semestre, y con ellas compongo un mapa. Ahí veo que relativamente no son felices. El 50 por ciento de la felicidad está inscrita en los genes, y ellos suelen tener mala genética: padres deprimidos, malos hábitos... Pero cuando conocen sus tendencias y adquieren buenos hábitos, mejoran. 

Si visito una empresa, al cabo de diez minutos con sus empleados puedo decir si el presidente es feliz o infeliz, porque afecta a la cultura corporativa; una cultura de trabajo negativa viene de un líder triste. Por eso mi asignatura se llama Liderazgo y Felicidad. Y en el aula, un alumno sabe de inmediato si su profesor es feliz o infeliz. Tenemos un spider sense [sentido de araña], identificamos cuando algo no tiene vida, chispa. Se nota. 

 

¿Y usted es feliz? 

Mucho más que antes, porque esto es un proceso. La vida ha de tener un rumbo y el rumbo debe ser hacia algo mejor que el presente. La felicidad es el cielo, la visión beatífica. Llegaré, si Dios quiere. Cada día intento estar más cerca del destino. ¿Soy feliz? No. ¿Soy más feliz que ayer? Espero que sí. ¿Y más que el año pasado? Definitivamente, sí. Ese es mi proyecto. Y el de todos.  

 

SIETE CLAVES PARA SER FELIZ

 

Para Arthur C. Brooks las personas felices «disfrutan de la vida, están satisfechas con sus logros y entienden el sentido de su existencia». Así las describió durante su intervención en la apertura del congreso Forun. Para alcanzar esa meta triple, propone siete claves:

 

1. Atreverse a desear menos. Brooks insiste en que la diferencia reside en el lugar al que apunta el foco: los bienes reales o los posibles. Vale más querer lo que se tiene que entristecerse por lo que no se tiene.

 

2. Usa el corazón, pero también la cabeza. La razón nos descubre lo bueno, y la voluntad lo deseable. En la conjunción de ambas se encuentra la felicidad.

 

3. Ni el dinero ni el poder ni la fama producen la felicidad. En cambio, sí lo hacen el sentido, el propósito y la coherencia, que conviene perseguir.

 

4. No confundas el disfrute con la felicidad, que es mucho más profunda. Sufrir también es necesario para llegar a ella.

 

5. Arriesga más. Vivir como un emprendedor no solo los negocios, sino también los asuntos del corazón, es una receta de éxito. Las personas que dicen «no» a lo que les asusta tienden a ser infelices, mientras que quienes se arriesgan a comprometer su corazón suelen ser más felices.

 

6. Usa tus debilidades. Tus fortalezas provocan la admiración de los demás, pero nadie se reirá si muestras tus debilidades. Al contrario, es la única manera de conectar con la gente, porque todos somos vulnerables en un aspecto u otro.

 

7. Propóntelo. Es muy difícil ser feliz por casualidad. Las personas felices han decidido serlo y se han esforzado para lograrlo.


 

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Categorías: Educación, Sociedad, Campus