Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Fernández-Armesto: «Si no puedo decir lo que pienso no cumplo mis obligaciones docentes»

Texto: María Martínez Orbegozo [Com 13] Fotografía: Manuel Castells

El historiador y ensayista británico Felipe Fernández-Armesto, catedrático de la Universidad de Notre Dame (EE. UU.), dialoga sin tapujos sobre la censura universitaria, la globalización, las raíces hispánicas de Estados Unidos, la libertad de expresión o el brexit. Visitó la Universidad el año pasado, invitado por la Facultad de Filosofía y Letras.


¿Qué le lleva preguntarse en Nuestra América. Una historia hispana de Estados Unidos por qué EE. UU. es un país latinoamericano?

Aunque no en todo el país, los Estados Unidos muestran una serie de rasgos típicamente latinos: el catolicismo, en términos religiosos; el castellano, una lengua romance, en términos de cultura lingüística; y en algunos estados, sobre todo en Luisiana, el derecho civil, en términos políticos. Para comprender el país hay que abarcar las distintas herencias, pueblos y etnias que lo componen. Los latinos forman una parte imprescindible, pues han contribuido a su construcción y son una parte ineludible en su futuro.

 

El informe «El español: una lengua viva 2016» del Instituto Cervantes, señala que Estados Unidos es el país con más hispanohablantes del mundo donde el castellano no es la lengua oficial. ¿Cómo ve el futuro de la lengua en ese país?

No siento especial optimismo. Hay que tener en cuenta que todas las comunidades fundadas por inmigrantes en los Estados Unidos han perdido el uso de sus idiomas nativos. Hubo un tiempo en que se publicaba prensa en alemán, en italiano, en polaco, incluso en judío. Pero eso se acabó. Además, casi todos los que se definen como italoamericanos, polaco-americanos, etcétera no conservan el idioma de sus ascendientes. Por tanto, me parece muy probable que el uso del español en Estados Unidos se extinga.

 

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No se puede imaginar Nueva York sin los judíos, ni Minnesota sin los escandinavos, ni Luisiana sin los franceses, ni Connecticut sin los puertorriqueños

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Según las estimaciones del censo, la población hispana en Estados Unidos creció un 2,17 por ciento en 2018. ¿Puede este desarrollo influir en las grandes decisiones del país?

No creo que, en términos globales, ese sector de la población tenga peso en el futuro. En cierto sentido, es falso hablar de una comunidad hispana. Quizás existe una comunidad hispanoparlante, pero hay muchos que no se identifican con ser hispanos. El grado de inmersión emocional que sienten en la identidad hispana es mínima o inexistente. Además, se suelen dividir en sus comunidades nacionales: dominicanos, mexicanos, puertorriqueños, etcétera. La identidad nacional de estas personas suele superar, o incluso a veces excluir, al sentimiento de ser hispanos.

 

A lo largo de su historia, EE. UU. ha vivido diversas oleadas migratorias. ¿Qué respuestas se han dado por parte de los distintos gobiernos?

Estados Unidos es un país de inmigrantes y todos han contribuido a su formación y crecimiento. No se puede imaginar Nueva York sin los judíos, ni Minnesota sin los escandinavos, ni Luisiana sin los franceses, ni Connecticut sin los puertorriqueños. Históricamente, hasta 1892, apenas hubo controles de inmigración. Fue entonces cuando se empezó a introducirlos, según las circunstancias económicas. Pero, en mi opinión, creo que no hace falta, porque son las oportunidades laborales las que la regulan: si no existen, la gente no quiere venir al país; si las hay, todos quieren entrar. El papel del Gobierno ha sido responder a circunstancias que ya estaban vigentes.

 

«Las nuevas ideas no nacen de una sola cabeza, sino del diálogo entre distintas personas» | MANUEL CASTELLS

 

¿Entonces no hay que regular la inmigración?

Hay motivos que no sean económicos para oponerse a la inmigración ilimitada, porque estamos viviendo una etapa de aceleración del cambio. Es comprensible que la gente se ponga nerviosa y la respuesta negativa a la inmigración es una consecuencia de esa ansiedad. En Europa atravesamos un tiempo de excepción, con una inmigración elevada de refugiados. Creo que hacemos bien en prestar atención a las necesidades de las personas. Hay que considerar que se corre el peligro de que vengan algunos delincuentes, pero tenemos recursos para defender a la sociedad de elementos criminales. Debemos ampliarlos, y sin embargo estamos moralmente obligados a comportarnos bien con los más oprimidos y necesitados.

No cabe duda de que es un reto para cualquier cultura: los inmigrantes llegan con otros conceptos, otro sistema de vida, otro modo de vestir, otra comida… Y es normal que algunas personas vean amenazada su propia cultura con esas nuevas aportaciones, pero creo que, por una parte, debemos ser comprensivos con quienes reaccionan así, y, por otra, intentar hacerles ver que es normal que la cultura cambie y que resulta enriquecedor aceptar las novedades ofrecidas por el contacto con otras personas. En términos generales, estos intercambios culturales suelen ser positivos, pero es deber de los intelectuales intentar explicarlos.

 

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La libertad académica es fundamental para la enseñanza y si no está permitido decir lo que pienso, no puedo cumplir con mis obligaciones

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Muchos discursos populistas están relacionados con la inmigración. ¿Cuáles son las razones del ascenso de estos movimientos?

El mundo está cada vez más globalizado. Creo que, desde la creación de los Estados Unidos, la Unión Europea es la iniciativa política más alentadora para el futuro global. Y, sin embargo, estos procesos nunca suceden sin provocar reacciones contrarias. Como respuesta, el nacionalismo se ve claramente reflejado en la Unión Europea: en Gran Bretaña, en España, en Suecia, incluso en Alemania. En este contexto donde se han aglutinado grandes entidades, es normal que se experimenten movimientos secesionistas.

 

Como el brexit...

Es una tragedia. Es la consecuencia del temor que tiene la sociedad al desarrollo de esa entidad nueva que puede aplastar a todo lo demás. El día del referéndum escribí en mi columna de El Mundo que el brexit nunca se realizaría y todos me dijeron que era irreversible, que iba a suceder. Tenían razón. Yo apuesto por una unidad política cada vez más estrecha, porque con la Unión Europea acercamos pueblos que históricamente se habían matado. Hemos salido de ese periodo tan conflictivo que vivimos en el pasado y tenemos la capacidad de construir algo más grande, más inspirador. Si perdemos este anhelo de construir algo mejor que nuestra historia, ¿qué nos queda?

 

¿Considera que la globalización ha traído consigo la pérdida de identidad de las naciones?

Sí, por supuesto. Cuando las pequeñas comunidades abandonaron la Unión Soviética en los años noventa, todos nos felicitábamos. Sin embargo, cuando sucede algo similar en Reino Unido o en Bélgica, no nos parece tan fácil de digerir.

 

¿Cómo conjugar el fenómeno de la globalización con la idiosincrasia de los países?

La globalización extiende y difunde una forma de vivir única por todo el mundo, basada en los Estados Unidos. No obstante, confío en un futuro donde esa identificación se mantenga de forma conjunta con la divergencia. Aunque no somos los únicos animales con cultura, la nuestra es el resultado de doscientos mil años de historia, en los que hemos multiplicado nuestras formas de vida, nuestros modos de comportarnos, de comer, de rezar, de vestirnos… Supongo que esa tendencia divergente seguirá marcando la Historia. La globalización añadirá otro nivel a esta diversidad, sin eliminarla. Habrá que hacer sacrificios: casi a diario desaparecen idiomas, trajes tradicionales… pero la coexistencia de divergencia y convergencia cultural me parece perfectamente previsible.

 

«Confío en un futuro donde esa globalización se mantenga de forma conjunta con la divergencia» | MANUEL CASTELLS

 

Una reacción contra la globalización es el proteccionismo. Estados Unidos ha vuelto a una política de ese tipo. ¿Puede ser un punto de inflexión en la historia reciente del país?

La política económica de Estados Unidos siempre ha sido bastante proteccionista y el trumpismo es una vuelta a algo tradicionalmente estadounidense. Pero supongo que no va a prevalecer durante mucho tiempo, porque las necesidades económicas del país y del mundo exigen la apertura. Los estadounidenses se darán cuenta de que las medidas de Trump, si siguen en vigor, favorecen a los chinos.

 

¿Cree que China desafía la hegemonía de Estados Unidos como primera potencia económica?

Por supuesto. La preponderancia de una superpotencia es insostenible a largo plazo, tanto en términos económicos como militares. La supremacía mundial estadounidense fue producto de unas condiciones determinadas de los siglos XIX y XX que ya no están en vigor. Estamos viviendo el siglo postamericano y tenemos que ajustarnos a esas nuevas condiciones y a un mundo más plural. Es difícil convencer a los estadounidenses de que pueden compartir un mundo con China o Irán, esas potencias que consideran enemigas. Con un poco de tiempo, creo que advertirán las ventajas del abandono de su papel dominante.

 

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Puedes publicar noticias falsas sin miedo a que haya pleitos, así que en este sentido sí hay más libertad de expresión en Estados Unidos. Pero ¿realmente es el tipo de libertad de expresión que queremos favorecer?

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Hablemos de otro imperio. En una entrevista señaló que «China volverá a ser la gran superpotencia del mundo». ¿Resulta una tendencia imparable?

Es probable que se dé el ascenso de China como única superpotencia mundial, pero no es imparable. Su éxito ha consistido en convencer a sus súbditos de que se reconozcan como chinos. En esa tierra en el siglo XVII, si hubiéramos preguntado a los habitantes por su nacionalidad, nos hubieran contestado que pertenecían a alguna de las muchísimas etnias que componen el país. Y han convencido a todas esas comunidades para que cambien la descripción de sí mismas y abracen una identidad que no es tradicionalmente la suya. Debemos entender el éxito de China a partir de este fenómeno. Sin embargo, es un país con problemas estructurales internos. Porque todavía subsisten posibilidades de conflicto dentro del país, sobre todo entre las minorías musulmanas, que no han sido partidarias de asumir esta identidad china. Tíbet, Hong Kong… son casos difíciles de asimilar. También en el interior y en la zona costera hay tasas de desarrollo muy desiguales, las culturas del norte y del sur siempre han sido muy distintas.

Por otro lado, existe un problema fundamental: tienen un sistema económico capitalista y un sistema político comunista, y eso no encaja. Por todos esos motivos, la quiebra de China es una posibilidad que hay que considerar. Sin embargo, si sobrevive a todas estas divisiones, lo más probable es que ocupe su plaza normal en el mundo, que es una posición de dominio.

 

¿El auge de una potencia como China, donde la libertad de expresión está limitada, podría hacer que Occidente sufriera una regresión en este sentido?

Somos capaces de acabar con nuestra libertad de expresión sin ayuda de los chinos. De todas formas, prefiero hablar de la obligación de decir lo que piensas. En las universidades de Estados Unidos, por ejemplo, estamos experimentando una situación complicada. Hemos llegado a un punto de ortodoxia laicista en el que si te manifiestas en contra puedes salir perjudicado. Es obligación de todos luchar contra eso. La libertad académica es fundamental para la enseñanza y si no está permitido decir lo que pienso, no puedo cumplir con mis obligaciones.

Sin embargo, la libertad de expresión no asegura el diálogo y la confrontación de ideas. En otros ámbitos, como en los medios de comunicación o en las redes sociales, existe un fenómeno en el que se generan círculos donde solo se dialoga con quienes piensan lo mismo. Esto podría ser un reto para el desarrollo de la sociedad, porque debemos intercambiar opiniones con personas cuya forma de pensar es diferente a la nuestra. Las nuevas ideas no nacen de una única cabeza, sino del diálogo entre distintas personas.

 

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Cuando la sociedad experimenta esa aceleración, que es muy inquietante, es comprensible que la gente se ponga nerviosa. La respuesta negativa a la inmigración es una consecuencia de esa ansiedad

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¿Como académico nota la coerción de lo políticamente correcto?

Tengo una cátedra que dispone de sus propios fondos y no me pueden echar si no es por ofensas graves, o por decadencia mental, así que en mi caso realmente no siento ninguna coacción. Cuando no estoy de acuerdo con los gobernantes de la universidad, se lo digo honradamente y sin recelo. Pero es cierto que en algunas instituciones la presión es tremenda. Un académico cuyo trabajo depende del humor de sus empleadores se tiene que enfrentar al problema diario de elegir entre decir lo que quiere o conformarse con lo que le exigen.

 

 

¿Todavía se puede considerar la universidad como ese lugar seguro para debatir libremente de cualquier tema y expresar con libertad las opiniones?

Por lo visto, no, porque pertenezco al sindicato de profesores de los Estados Unidos y la mayor parte del trabajo de esta entidad es la defensa de profesores que han perdido sus plazas por decir algo que no convenía a los mandatarios de la universidad. De todas formas, estos suelen ser casos relativamente excepcionales. En la gran mayoría de instituciones educativas que calificamos como privadas, los problemas son muy pocos y cuando existen, la presión proviene de alumnos o antiguos alumnos que están en contra de opiniones o posiciones que sostiene un docente.

 

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El remedio de las fake news consiste en educar a las personas para enfrentarse de forma crítica a lo que oyen, ven y leen

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¿Y cómo se conjuga eso con la mentalidad de Estados Unidos donde la libertad de expresión es uno de los derechos constitucionales básicos?

En ciertos aspectos, las leyes son más favorables a la libertad de expresión en Estados Unidos que en algunos países europeos, sobre todo en relación con la libertad de difundir  mentiras. Puedes publicar noticias falsas sin miedo a que haya pleitos, así que en este sentido sí hay más libertad de expresión. Pero ¿realmente es el tipo de libertad que queremos favorecer? Insisto en que lo importante es la obligación de cada uno de ser fiel a sus propias opiniones y respaldarlas libremente, por poco populares que sean. Si todos fuéramos leales a ese principio, no deberíamos insistir en la libertad de expresión. Ese compromiso es fundamental para el bienestar de la sociedad.

 

Macron quiso impulsar un proyecto de ley para regular las fake news. ¿Es la vía legislativa la más adecuada para luchar contra este fenómeno?

No, obviamente no. Si me cuentas una mentira y te creo, la culpa es mía. Te concedo toda la libertad de expresión que quieras; cuéntame mentiras y tal vez, al cabo de varias, me daré cuenta de que no eres una persona fiable. La única manera de reformar la sociedad es mejorar su sentido crítico y, como docentes, es nuestra responsabilidad. El remedio de las fake news consiste en educar a las personas para enfrentarse de forma crítica a lo que oyen, ven y leen.