Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Pilar Sesma: «Siempre he vibrado con todo lo que tiene que ver con la Universidad»

Texto: Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14] Fotografía: Manuel Castells [Com 87]  

Pilar Sesma Egózcue (Pamplona, 1950) comenzó Biología en 1967. A su primera clase llegó acompañada de ocho amigas del Instituto Príncipe de Viana y unos ciertos prejuicios. Más de cincuenta años después, la medalla de oro otorgada por el Gran Canciller tras su jubilación en 2015 acredita una vida de servicio a la Universidad —quince de ellos como decana de Ciencias—, a la que quiere como a una madre y donde ha sido y es muy feliz.


Los de la maleta

 

Don Ismael Sánchez Bella llegó a Pamplona en 1952 con una maleta y el sueño de comenzar la Universidad de Navarra. La serie Los de la maleta muestra a los protagonistas de los primeros años de nuestra historia. Las entregas anteriores a esta son:

 

Entrevista a Francisco Ponz (número 705)

Constructores de un sueño (número 706)

Entrevista a Ignacio Araujo (número 707)

 

Las ideas preconcebidas que Pilar Sesma Egózcue tenía sobre la Universidad se evaporaron pronto. Hija y hermana de trabajadores en fábricas y talleres, la pequeña de siete en una familia con pocos recursos, del barrio pamplonés de San Pedro —en la otra orilla del Arga—, pensaba que la Universidad no tenía en cuenta al mundo obrero. Pero ya el primer día «se me fundieron los plomos», confiesa al tiempo que mira el retrato del causante de ese cambio: Álvaro del Amo, primer decano de Ciencias. 

 

¿Qué pasó en esa primera clase?

La asignatura la teníamos en el aula magna de Ciencias, entonces situada en el edificio de Los Castaños. Cabían 350 personas y estaba casi llena. Mis amigas y yo nos dimos cuenta enseguida de que el profesor sufría un asma muy fuerte, a lo que claramente no ayudaba el humo de  la sala. Entonces se fumaba en todos los sitios y en las propias mesas había ceniceros, pero las colillas se amontonaban en el suelo desde las clases de la mañana. De repente, don Álvaro paró la clase y dijo: «Sería muy conveniente que no echaran las colillas al suelo, para no dar más trabajo del necesario a las señoras de la limpieza y facilitarles su labor. Ellas son tan Universidad de Navarra como ustedes y como yo». Entonces a las empleadas de la limpieza se las llamaba con nombres muy despectivos, y a mí, que justamente tenía una hermana que había trabajado limpiando en la Diputación, aquello se me quedó grabado a fuego. Unas semanas después, y por iniciativa del delegado, acordamos que nadie fumara en las clases de don Álvaro.

 

Fue la segunda de sus hermanos en hacer una carrera. ¿Por qué decidió estudiar en la Universidad?

Que mi hermana Carmen y yo hayamos estudiado se lo debemos sobre todo a dos maestras de la escuela municipal: doña Carmen y doña Fermina. Se volcaban con las familias: organizaban actividades y además iban a visitarlas de casa en casa. Ellas convencieron a mi madre. Pero antes de la universidad estaba el instituto y para eso también necesitábamos becas.

 

Con compañeros, entre ellos Francisco Ponz y Jesús Vázquez | Archivo Fotográfico

 

¿Y las consiguieron?

Las dos profesoras se encargaron de nuestra preparación para el examen de ingreso y mi madre se presentó en la puerta del Ayuntamiento con nuestras notas en la mano. El alcalde, entonces Miguel Javier Urmeneta, la escuchó y le aseguró que sus hijas podían contar con ayuda económica y que quería conocerlas. Yo tenía diez años y me daba una vergüenza terrible, pero,  como decía mi madre: «Con la verdad se va a todas partes». Ahí nos plantamos y el alcalde nos regaló unas plumas estilográficas.

 

¿Y para la Universidad?

Yo había decidido estudiar aquí pero con una hermana ya en Enfermería y cuatro hermanos trabajando en Francia y mandando dinero a casa… El tema económico me preocupaba, así que vine, con mis notas de bachillerato, a hablar con Braulio San Juan, el entonces oficial mayor: «Tú tendrás beca. Y si en algún momento te faltara, la Universidad se haría cargo de tus estudios». Me lo dijo con tal firmeza que pensé: «¡Adelante!». Al final no fue necesario porque conseguí la del Ministerio, con la que también había estudiado mi hermana. Luego, durante el primer año de la tesis, conté con la beca de la Asociación de Amigos. Los tres siguientes tuve la del Ministerio de Educación y Ciencia.

 

Sus padres estarían orgullosos...

Disfrutaron muchísimo nuestras graduaciones. Al poco tiempo, a mi madre le diagnosticaron un alzhéimer severo, que duró veinte años, y no pudo ser consciente de lo demás. Cuando en 1977 conseguí el número uno de toda España en las oposiciones de titular en Biología Celular, mi padre estaba orgullosísimo. Recorrió las tiendas y los bares del barrio contándoselo a los vecinos. Murió en 1981, de una parada cardiaca y, por dos años, no pudo ver cuando saqué la cátedra. 

 

Pilar saluda a don Javier Echevarría, entonces Gran Canciller | Archivo Fotográfico

 

Se convirtió en la catedrática universitaria más joven en su área, con treinta y tres años, y la primera alumna de la Universidad que obtenía una. ¿Cómo vivió esos logros?

Jesús Vázquez, mi gran maestro, fue clave en la preparación de mis oposiciones. Puedes esforzarte mucho, tener unas dotes que no son mérito propio porque has nacido con ellas y te las ha dado Dios, pero sin unos buenos maestros no llegas a ninguna parte. De él aprendí cómo trabajar en serio en el laboratorio, a escribir un artículo de investigación, a hacer una clase participativa… Y también cuáles eran las características de un buen decano. 

 

Usted ocupó ese cargo en la Facultad de Ciencias entre 1990 y 2005. ¿Qué cualidades se requieren para desempeñarlo bien? 

No concibo un decano que no sea muy rocero, quizá por las referencias que yo he tenido. Y eso no va con el carácter. Jesús Vázquez era muy serio. Yo también tenía fama de seria. Pero la cercanía con los alumnos no tiene mucho que ver con sonreír todo el tiempo, sino con que sepan que tu despacho está abierto para ellos. Don Álvaro del Amo también nos conocía a todos y daba unas clases impresionantes. Él y Jesús Vázquez solían ir con los alumnos al monte y les explicaban allí botánica, geología… Cuando comencé en ese puesto pensé que algo tendría que dejar, pero que la docencia con los alumnos de mi Facultad no se tocaba. No puedo imaginar un decano que no dé clase

 

En esa época coincidió con don Francisco Ponz.

Sí, él era entonces vicerrector. Cuando iba a hablar con él, siempre me lo encontraba estudiando, y a mí me impresionaba ver que una persona tan sabia, que daba unas clases magistrales, no se relajaba en este sentido. Pero, aunque estuviera concentrado en el estudio, dejaba todo para atenderte. Otro aspecto que resaltaría de don Francisco es algo que le he escuchado muchas veces a la profesora Ana Barber [Bio 70 PhD 74], una de sus discípulas: «No recuerdo nunca haberle oído hablar mal de nadie». 

 

Clases a un grupo de profesores de BUP y COU en 1981 | Archivo Fotográfico

 

Tras quince años en el decanato, trabajó de adjunta a Concepción Naval en el vicerrectorado de Profesorado. ¿Qué retos afrontó en ese tiempo?

Más que un reto personal era algo de toda la Universidad, porque teníamos que elaborar la nueva normativa con la llegada de Bolonia y el sistema de acreditaciones del profesorado. Luego, gracias a esa experiencia, cuando volví a la Facultad, pude ayudar a los docentes que solicitaban la certificación de la ANECA. Creo que en total he orientado a más de ciento cincuenta personas, revisando sus papeles y aconsejándoles con lo que aprendí en el vicerrectorado. 

 

Se jubiló en 2015, después de 43 años de docencia, y muchos no se esperaban que fuera a hacerlo tan pronto.

Yo estaba encantada con los alumnos, el asesoramiento… pero pensé que era hora de centrarme más en la familia. Por otra parte, ya había mucha gente formada y muy capaz en el departamento, y cualquiera podía dar una clase mejor que yo. Desde entonces me he dedicado sobre todo a cuidar de los enfermos de mi numerosa familia. Los hermanos mayores siempre nos han apoyado mucho a las dos pequeñas y es de justicia.

 

¿Ha seguido en contacto con la Universidad?

La vivo como si estuviera aún en ella. Mi casa está a seis minutos de la Facultad y suelo encontrarme por la calle con antiguos compañeros, amigos y alumnos del campus. Procuro acudir a las reuniones a las que me invitan y leo cada semana Unclic [boletín de comunicación interna de los empleados]: me tomo mi tiempo para verlo a fondo y es un gustazo. Y, aunque por motivos familiares no he podido asistir a las últimas aperturas de curso, sigo el pulso de la Universidad

 

Pilar recibió la Medalla de Oro de la Universidad en 2016 | Archivo Fotográfico

 

¿Qué significó la Medalla de Oro que le concedieron en 2016?

No me la esperaba y me emocioné mucho. Sobre todo cuando veía a quienes habían recibido la medalla antes que yo: Francisco Ponz, don Ismael..., gente con muchísimos méritos. 

 

¿Qué etapa ha sido la más feliz para usted?

He  sido felicísima desde el principio. Y sigo siéndolo. Aquí he trabajado siempre tan a gusto… He vibrado con todo lo de la Universidad. Allá donde esté, si oigo «Universidad de Navarra», se me activa la antena. La he querido, la quiero y hasta que Dios me dé vida y después en el cielo también la querré con toda mi alma y mi cuerpo. Es como una segunda madre para mí. 

 

¿Cuáles son sus sueños para la Universidad?

San Josemaría solía decir «Soñad y os quedaréis cortos» y yo eso lo he visto hecho realidad una y mil veces. Cuando llegué, del campus de arriba solamente estaban el edificio de Investigación y Los Castaños, y la primera fase de la Clínica. Y mira ahora… Lo que sí me gustaría que se mantuviera siempre es el espíritu de la Universidad, aunque eso está asegurado porque tenemos muchos protectores en el cielo. Y cuando haya algo que rectificar, se hará. Le escuché muchas veces al entonces rector Bastero decir que «el sello de calidad de la Universidad es la unidad» y creo que con eso como base puedes soñar lo que quieras.