Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Mi primer día en el campus

Texto Luisfer Martínez [Der 14], Fotografía Manuel Castells [Com 87]

Pocas horas después de haber asistido a su última clase de la carrera, Luisfer Martínez escribió una carta. Su destinataria era la Universidad, pero también los más de mil quinientos estudiantes de primer año que este curso inician su aventura universitaria. Ellos engancharán con el testimonio de este alumni que recuerda cómo fue su llegada a «Mordor» en 2010.


«Querida Universidad de Navarra: gracias». Podría empezar así, como pretendo acabar, dando las gracias y punto. Podría escribir una lista de nombres y dejarlo estar, haciendo pública la cantidad de personas que he ido encontrando durante cuatro años en Pamplona, pero no lo voy a hacer. 

En septiembre de 2010 llegué desde Alicante, montado en el que muchos llaman el bus de Hogwarts, recordando al afamado tren de la saga de Harry Potter. En aquella estación experimenté por primera vez una sensación de soledad, esa que se hace tan parte de ti que apenas te deja sitio para respirar. Bajé con las dos maletas amarillas que sigo usando, miré alrededor y entendí que iba a dejar de vivir en un pueblo. Por un tiempo no me saludarían al ir a comprar el pan como si me conociesen desde la cuna, no me preguntarían por mi abuela al subir a comprar tabaco, no me reconocerían como «Luisfer, el de José Manuel», en alusión a mi padre.

Me sumergí en la Ciudadela, buscando la salida de ese laberinto de murallas e historia que casi todos los estudiantes conocemos desde el comienzo y apreciamos al final, justo antes de irnos. Pregunté a varias personas sobre el paradero de la Universidad, mi tozudez casi catalana no me dejaba coger un taxi, y tenía demasiadas ganas de andar por mi ciudad recién estrenada. Conseguí no sé bien cómo llegar hasta Iturrama. Apostillado sobre la cuesta de Fuente del Hierro miré hacia abajo y entendí que solo tenía que dejarme caer. Llegué al Colegio Mayor Belagua extasiado tras ver tanto césped y tanto árbol, con los ojos más abiertos que jamás he tenido. No quería perderme ni un solo fotograma. Delante de las Torres surgió la duda: ¿cuál era la dos? Pregunté, claro. El que es de pueblo valora la importancia de preguntar a la gente y no a Google Maps. La respuesta fue pronta. El profesor que me indicó la entrada a la que sería mi residencia durante los siguientes cuatro años, fue el mismo que me explicó el funcionamiento general en dos minutos, el que me estuvo sonriendo durante toda la explicación y el que me emocionó lo suficiente como para aguantar tanto.

Enseguida tuvo lugar el encuentro con el resto de residentes. Noventa colegiales con los que iba a compartir, al menos, un año. Noventa. Cuatro años. Ningún problema. Lo último es lo más curioso, y es totalmente cierto.

 

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