Tiempo de ciencia
Desde que la penicilina cambió el panorama de las enfermedades infecciosas en los años treinta del siglo pasado, se han logrado enormes avances en la Medicina gracias al uso de antibióticos, tanto en el tratamiento como en la prevención de infecciones. De hecho, el éxito de los trasplantes en la actualidad, o de la propia cirugía, se debe en parte a la efectividad de los antibióticos.
Sin embargo, estos compuestos están perdiendo su capacidad de destruir a las bacterias debido al desarrollo creciente de resistencias, las cuales, por su alta capacidad de transmisión, se propagan rápidamente también entre los humanos. Este fenómeno multiplica las posibilidades de infección y de muerte, al mismo tiempo que prolonga las estancias hospitalarias. Actualmente setecientas mil personas fallecen cada año en el mundo debido a infecciones causadas por bacterias resistentes a los antibióticos. Las previsiones indican que en 2050 esta cifra podría dispararse hasta los diez millones de fallecidos, por encima de las muertes causadas por cáncer, por ejemplo. El impacto económico de este problema añade un sobrecoste anual de mil quinientos millones de euros solo en Europa.
Para tratar de frenar el avance de esta amenaza, en septiembre de 2016 la ONU firmó un acuerdo global frente a las resistencias a los antibióticos. Era la cuarta vez que se debatía sobre un tema de salud en una asamblea general. En las ocasiones anteriores los protagonistas fueron el VIH, las enfermedades no transmisibles y el ébola, lo que da una idea de la trascendencia de esta alerta sanitaria.
Asimismo, organismos nacionales e internacionales están llevando a cabo planes de acción para frenar la selección y diseminación de bacterias resistentes. Desde 2014 el programa español (Plan Nacional de Resistencia a los Antibióticos) vigila el consumo de antibióticos a nivel humano y veterinario, y la aparición de microorganismos resistentes; también trata de mejorar el control y prevención de las infecciones mediante un mejor diagnóstico y una prescripción adecuada de los antibióticos; promueve la formación e información al personal sanitario y a la población general; y define prioridades en la investigación de nuevas moléculas activas frente a las «superbacterias».
El gran campo de batalla se sitúa en el uso inapropiado de los antibióticos tanto de los sanitarios como de los pacientes. Según una encuesta reciente —realizada en el ámbito universitario—, un tercio de la población piensa que los antibióticos pueden curar infecciones virales, como la gripe o el resfriado. Además, una quinta parte de los encuestados reconoce que se automedica o que alguna vez ha adquirido estos fármacos sin receta; el 44 por ciento, por su parte, declara que abandonaría el tratamiento si mejoraran los síntomas. Estos errores de conocimiento o comportamiento, tan arraigados, deben corregirse si queremos asegurar la vida de los antibióticos y frenar, con ello, las aterradoras previsiones para el 2050.
Una de las armas más efectivas es la educación en el uso correcto de los antibióticos. Desde la enseñanza básica en las escuelas hasta la formación continuada del personal sanitario durante su vida profesional, todo contribuye a fomentar hábitos saludables. Algunos gestos sencillos —como lavarse correctamente las manos, las vacunaciones (en particular frente a la gripe) o completar los tratamientos prescritos siempre por un médico y adquiridos con receta en la farmacia— constituyen verdaderas campañas de prevención. Junto con estas medidas para los seres humanos, es necesario fomentar el uso correcto de los antibióticos en animales, receptores del 80 por ciento de la producción mundial de antibióticos (y el canal a través del cual ingerimos bacterias multirresistentes que acaban colonizando nuestro intestino).
Se trata, por lo tanto, de extender la cultura de buen uso de los antibióticos para seguir utilizándolos con garantías, y no regresar a la época preantibiótica.
Gabriel Reina [Far 01 PhD 07] es especialista en Microbiología y Parasitología en la Clínica Universidad de Navarra y profesor del Departamento de Microbiología de la Universidad de Navarra.