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Latinoamérica protagoniza un buen momento a los ojos de la comunidad internacional. Las proyecciones más conservadoras auguran un crecimiento que oscila entre el 3,3% y 3,5% para 2013-2014, a pesar de la crisis global. En los últimos diez años, más de 73 millones de personas dejaron la pobreza y 50 millones se han incorporado a la clase media, que representa en la actualidad, aproximadamente, un tercio de la población iberoamericana. Por primera vez en la historia regional, la clase media y el sector más vulnerable constituyen la misma proporción de la población (un 30%). De hecho, cada vez hay más ciudadanos que se incorporan a la clase media, con la consiguiente reducción del número de pobres. Algunos países como Perú, Chile y Panamá continúan creciendo por encima del promedio. Y las dos locomotoras económicas de la región, Brasil y México, también se mantienen en la senda del desarrollo.
A pesar de estos evidentes avances económicos y sociales, la desigualdad latinoamericana sigue siendo de las más elevadas del mundo. De hecho, aunque más de setenta millones de mujeres se han incorporado al mercado de trabajo en los últimos diez años, la disparidad de ingreso se mantiene. A esto se suma el grave problema de la corrupción, un fenómeno consustancial al populismo. Allí quedan, como botón de muestra, la bóveda del tesoro pirata del kirchnerismo, el enriquecimiento rampante de la boliburguesía chavista, el clientelismo del Partido de los Trabajadores de Lula, el fujimontesinismo de los noventa y la fabulosa piñata sandinista. No es la primera vez que experimentamos una primavera latina. De hecho, desde la independencia, en muchos momentos concretos, la región ha vivido procesos de desarrollo y consolidación institucional. Una de esas cumbres se produjo hace poco más de un siglo, durante el novecientos latino, cuando la juventud de la época abrazó el credo arielista, fundado en el libro del uruguayo José Enrique Rodó, Ariel, en el que se defendía un idealismo estético, en contraposición al materialismo tecnocrático del Calibán anglosajón. Francisco García Calderón hablaba, por entonces, del “porvenir risueño” del continente y del nacimiento inminente de sendas democracias latinas. Han pasado cien años y el parto, largo y doloroso, se prolonga.
Sin embargo, voces disidentes, políticamente incorrectas, impugnaron esta visión optimista. José de la Riva Agüero, en su juvenil y ya clásica tesis sobre “El carácter de la literatura en el Perú independiente” se opuso al voluntarismo arielista con estas líneas repletas de fina ironía limeña: “Algunos optimistas simpáticos, pero también incorregibles soñadores, creen -y ojalá estuvieran en lo cierto- que las repúblicas hispanoamericanas no necesitan entregarse casi exclusivamente a la actividad industrial y mercantil; que deben reservar una buena parte de su espíritu para la idealidad, para el arte, para la contemplación metafísica y el desinteresado placer estético”.
¿Por qué fracasó aquel gran momento latinoamericano? ¿Por qué han fracasado muchos otros momentos de nuestra historia? Tanto el idealismo arielista como la apuesta radicalmente tecnocrática de Riva Agüero encarnan modelos fragmentados, binarios y discordantes, díadas simplistas y maniqueas, tesis y antítesis que se contraponen de forma unilateral al pretender explicarlo todo en función de una variable específica, renunciando a la complejidad. He ahí un grave error porque Latinoamérica es, fundamentalmente, el continente de la complejidad, de la riqueza multidimensional, de la diversitas in unitate. Nuestra actual crisis ideológica y política, la histórica ausencia de mecanismos imparciales, la ineficacia del Estado, la precariedad de la democracia y del sistema de partidos, la ausencia de un control independiente y los fallos en la implementación de las políticas públicas son problemas que tenemos que solucionar apelando a un enfoque interdisciplinar.
Sí, la respuesta está en la síntesis, en la posibilidad de superar estas visiones unidimensionales, ineficaces por parciales, falaces por deterministas. Urge un enfoque multidisciplinar y a la vez realista, alejado de la torre de marfil, capaz de proponer distintas hojas de ruta en función a cada caso concreto (tailoring). Así, la reducción de la pobreza, la construcción de un Estado eficiente, la regeneración política y las dinámicas propias de la globalización pueden y deben analizarse partiendo de esta perspectiva sintética, si lo que buscamos es prolongar el momento latino hasta alcanzar la esquiva meta del desarrollo integral.
Martín Santiváñez [PhD Der 11] es investigador del Navarra Center for International Development del Instituto Cultura y Sociedad (ICS).