Dos veces cuento
Palabras parcas/El abecedario
Aunque todavía no se alinee en el Diccionario académico, un tautograma (del griego to autó, “lo mismo”, y gramma, o sea, “letra”) define a los textos escritos con palabras que empiezan por la misma letra. Aquel “Mi mamá me mima mucho” de las cartillas de parvulitos escolares es un periclitado ejemplo. Quevedo compuso su soneto “Antes alegre andaba, agora apenas/alcanzo alivio…” jugando con las primeras voces del alfabeto. Curiosamente, al temprano poeta latino Quinto Ennio se le atribuye un tautograma (trabalingüístico hexámetro): “O TITE, TUTE, TATE, TIBI TANTA TYRANNE TULISTI”, que invoca, a saltitos, a Tito Tacio ponderando que deje de sufrir tantos dolores.
Dos de los microrrelatos de la escritora argentina Luisa Valenzuela —extraordinaria, como reconocerá quien haya leído su obra— recurren a esa estratagema humorística. En “Palabras parcas” se adivina la sincopada narración de un granuja deportista y machista peripuesto que quiere resolver un patinazo amoroso matando (impunemente). La narradora da su crítica opinión con la exclamación final. Y “El abecedario” muestra otra caricatura aplicable de arriba abajo al género humano, desde la letra hasta música: ¡quién pretenderá, a partir de ese calendario, encadenarse semanalmente a las convenciones casi bibliotecarias del orden, y atropellar de cosas trepidantes, originales, su existencia. Eso sí: para el activo personaje son tal vez las doce mejores semanas de su aceleradamente ordenada vida. Muy propio de hombres de letras.
PALABRAS PARCAS
Abelardo Arsaín, astuto abogado argentino, asesino agudo, apuesto, ágil aerobista acicalado. Atento. Amable. Amigo asiduo, afectuoso, acechante. Ambicioso. Amante ardiente, arrecho. Autoritario. Abrazos asfixiantes, ansiosos, asustados. Aluvión apagado, artefacto ablandado, apocado. Agravado. Altamente agresivo, al acecho. Abelardo Arsaín. Arma al alcance, arremete artero, ataca arrabiado, asesina. Atrapado. Absuelto: autodefensa. ¡Ay!
EL ABECEDARIO
El primer día de enero se despertó al alba y ese hecho fortuito determinó que resolviera ser metódico en su vida. En adelante actuaría con todas las reglas del arte. Se ajustaría a todos los códigos. Respetaría, sobre todo, el viejo y buen abecedario que, al fin y al cabo, es la base del entendimiento humano.
Para cumplir con este plan empezó, como es natural, por la letra A. Por lo tanto, la primera semana amó a Ana; almorzó albóndigas, arroz con azafrán, asado a la árabe y ananás. Adquirió anís, aguardiente y hasta un poco de alcohol. Solamente anduvo en auto, asistió asiduamente al cine Arizona, leyó la novela Amalia 1, exclamó ¡ahijuna! y también ¡aleluya! y ¡albricias! Ascendió a un árbol, adquirió un antifaz para asaltar un almacén y amaestró una alondra.
Todo iba a pedir de boca. Y de vocabulario. Siempre respetuoso del orden de las letras, la segunda semana birló una bicicleta, besó a Beatriz, bebió borgoña.
La tercera, cazó cocodrilos, corrió carreras, cortejó a Clara y cerró una cuenta. La cuarta semana se declaró a Desirée, dirigió un diario, dibujó diagramas. La quinta semana engulló empanadas y enfermó del estómago.
Cumplía una experiencia esencial que habría aportado mucho a la humanidad, de no ser por el accidente que le impidió llegar a la Z. La decimotercera semana, sin tenerlo previsto, murió de meningitis.
Luisa Valenzuela
1: Amalia es la novela que escribió en su exilio en Montevideo José Mármol y que apareció por entregas entre abril de 1851 y febrero de 1852. La narración gira en torno a la dictadura argentina de Rosas.