Firma invitada
Que si sí, que si no, que si caiga el chaparrón… Chaparrones ciertamente han caído este verano que se ha hecho de condición otoñal, quién lo diría. Revuelto a todas luces, en paralelo o similitud a las opiniones que suscitan los festivales musicales. ¿Son o no beneficiosos para la música en general? ¿Un gran negocio? ¿Un agujero económico —negro, negro— para ayuntamientos valientes/inconscientes? ¿Hacen cultura?
Muchas incógnitas por despejar. Pero para comenzar mejor, rompamos un mito. Los festivales no son (solo) para el verano. Existen todo el año. En España, los primeros son el Madrid Winter, el Actual de Logroño, el de San Adrián en Navarra, o el Microsonidos de Murcia. Todos ellos en enero. Así que ya desde los fríos invernales tenemos «festivaleros» dispuestos a ponerse la camiseta oficial... o el forro polar. El último es el Granapop de Granada, a una semana de la Navidad. Son alrededor de ciento cincuenta los «censados», de los que ciertamente el grueso —más de noventa—, se celebran en julio y agosto. Y, sí, dejen de pensar que son pocos más que el FIB, el Sónar, el Primavera Sound o Ebrovisión... Y también dejen de imaginarse que para asistir hay que llevar gafapastas, barba hirsuta o bermudas de cuadros, además de uñas pintadas con los colores del arcoíris.
Hay festivales de amplio espectro y también ultraespecializados: de electrónica, blues, soul, rock, metal, jazz, pop y rock indi, celta, folk… ¿Y hacen «cultura»? Al menos, hacen hábito. Hay público que repite año tras año. En breve, el Diccionario de la Real Academia tendrá que acoger nuevos términos, como, por ejemplo, «fíbers». Es decir, asistentes fieles al festival de Benicássim como si se tratase de una «religión». En el Festival Tres Sesenta, en Pamplona, los había —«tresesenteros», quiero decir— que reconocen asistir casi más por el ambiente que por los grupos participantes. Y es que los festivales funcionan como una enorme plataforma de relaciones sociales.
Muestra de ello son estas «perlas» de protagonistas que están en la cresta de la ola. Albaro Arizaleta, del grupo El Columpio Asesino, me confesaba que tenía muchas ganas de que cuajara un festival como el Tres Sesenta, «de que se mueva la ciudad [Pamplona] y el rock. Pamplona es un sitio perfecto, y el interés también». Mikel Izal, del grupo Izal, comentaba que «a veces se critica que en España hay muchos festivales. Si los hay, es porque hay gente inquieta que quiere acudir a ellos. Nadie organiza un festival para perder dinero. Todo lo más, se hacen para quedar «empates» y no perderlo, generar cultura y movimiento en las ciudades. Forman parte de ese movimiento musical nuevo y hablan muy bien de nuestra cultura. Aunque habrá un momento en el que se llegue a un tope porque España tiene los habitantes que tiene».
Jairo Zabala, de Depedro, apelaba a la vena romántica de estos encuentros: «Los festivales son una buena oportunidad para estar con muchos amigos. Con el paso del tiempo, todos nos vamos conociendo. Así que es la celebración de un encuentro musical y una auténtica fiesta de la música».
Los festivales se mueven en el mundo digital. Es especial, en las redes sociales, que son el primer medio de convocatoria. Y en ese sentido multiplican los asistentes de manera exponencial. Eva Amaral reconocía que «esta revolución en el campo de las comunicaciones y en las redes sociales la podemos aprovechar para comunicarnos, compartir ideas y debatir, eliminando intermediarios y filtros que muchas veces desvirtúan los mensajes. Este es un momento esperanzador: el de las utopías posibles».
Lejos de la utopía, los festivales tienen los pies en la tierra. Se calcula que el Primavera Sound (itinerante) genera unos sesenta y cinco millones de euros por edición. El impacto del Sónar (en Barcelona) es de unos sesenta millones; el Arenal Sound (de Castellón) recauda veintiocho millones; el FIB (también en Castellón), dieciocho, y BBK Live (Bilbao), más de diecisiete millones de euros. Lo que no impide reconocer que un buen número de los ciento cincuenta festivales que se celebran en España aún resulten deficitarios.
Santi Echeverría [Com 88] es periodista y crítico musical de Diario de Navarra desde 1994