Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Cannes 63: De la admiración al desconcierto

Texto Jorge Collar

El Festival de este año pasará a la historia por una Palma de Oro aberrante y dos películas excepcionales


En el cartel del Festival de Cannes Juliette Binoche trazaba con una linterna una serie de círculos luminosos que formaban un 63. Círculos efímeros fijados por la fotografía y que llevan a preguntarse qué quedará de esta 63ª edición del Festival de Cannes. En una valoración global del certamen destaca, como siempre, la inflación de películas, imposibles de ver en diez días. Quedarán los gestos políticos (la petición de liberación del iraní Jafar Panahi y la polémica de la película de Bouchareb), también la irritación ante ciertas proyecciones, una apertura que no revelaba nada nuevo... Este Festival tendrá, en fin, el triste privilegio de pasar a la historia por una Palma de Oro aberrante que dejaba de piedra a todos los asistentes a la entrega de premios. Poco más que decir de la película de Apitchatpong Weerasethakul: hubiera despertado la simpatía y la condescendencia que merece toda obra sincera que pretende ofrecer un mundo cultural desconocido. Pero colocada bajo los focos del triunfo su indigencia cinematográfica es más evidente.

Las películas de Cannes han sido siempre un reflejo del mundo, que aparece en forma de evocación histórica o de panfleto político. Los ataques contra Berlusconi provocaban la ira de un ministro italiano, pero la denuncia de Sabina Guzzanti en Draquila. l’Italia che trema era un petardo mojado. La película histórica más comprometida ha sido Hors la loi, de Rachid Bouchareb, que contaba las aventuras de tres argelinos después de combatir en el ejército francés durante la II Guerra Mundial. La polémica, iniciada con la selección de la película, se debe a que los repatriados a Argelia no la consideran fiel a la verdad.

África vuelve a Cannes después de trece años con Chad. Un homme qui crie, de Mahamat-Saleh Haroum. Del lado de los países del Este destacaron la primera película ucraniana en competición, de Sergei Loznitsa (My Joy) y Tender Son-The Frankenstein Project, de la rumana Kornel Mondruczo. En ambos casos se aprecia una voluntad de originalidad no siempre coronada por el éxito.

Queda una vena social representada por Alejandro González Iñárritu en Biutiful, con Javier Bardem, y por La Nostra Vita, de Daniele Luchetti, con Elio Germano. La película de Iñárritu es más sombría, pero también hay notas negativas en el combate de Elio Germano.
En el capítulo de autores conocidos que no han convencido es preciso citar a Bertrand Tavernier (La Princesse de Montpensier), Takeshi Kitano (Outrage) y Mathieu Amalric (Tournée) a pesar del premio a la dirección.

Quizá es radical reducir el Festival a dos películas. Naturalmente que ha habido más que merecen atención, pero solo dos podían lucir la etiqueta “calidad excepcional”. En  Another Year (Mike Leigh) un matrimonio maduro y su hijo forman una familia feliz que es el paño de lágrimas de otros personajes. Se habla de amor, de amistad, de solidaridad, y los personajes son tan auténticos, que obligan a compartir penas y alegrías. La ausencia de la película en el palmarés es escandalosa.

Des hommes et des dieux ha sido la gran revelación del Festival, y sí ha encontrado un lugar adecuado en el palmarés. Nada indicaba que Xavier Beauvois iba a ser capaz de dar vida al profundo drama de Tibhirine. Una comunidad de monjes cistercienses instalada en un pueblo argelino vive en perfecta armonía con los habitantes de la región, de religión musulmana, hasta que la situación se complica y el GIA (Grupo Islamista Armado) intensifica el terrorismo. Los monjes se negaron a abandonar el país y fueron secuestrados antes de morir decapitados. Con un equipo de actores formidable Beauvois ofrece un ejemplo de caridad extrema con una grandeza particular. No hay discursos ni explicaciones. La sobriedad es el arma decisiva para transmitir realidades espirituales.


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