Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Padrós de Palacios, un cuentista para recuperar

Texto: Joseluís González [Filg 82], profesor y escritor @dosvecescuento Fotografía: Col·legis de Metges de Barcelona

Siempre habrá lectores que compartan la estética narrativa que defendía este hombre coherente. Fue uno de los más fieles cultivadores del cuento de intriga, pionero del microrrelato, autor de ingeniosas narraciones cortas detectivescas, con señas particulares de escritura.


La hispanista suiza y traductora al alemán Erna Brandenberger defendió su tesis doctoral en los primerísimos años setenta. Resumida y divulgada en su libro Estudios sobre el cuento español actual (1973), ofrecía un panorama de la narrativa breve desde la Guerra del 36. Pionera, Brandenberger aportó nociones que hoy resultan consabidas porque tienen el vigor de la verdad. Subrayaba que las ideas orteguianas de deshumanización del arte en los años veinte del siglo xx y su depreciación del contenido de las historias habían lesionado, en parte, esta modalidad de relato. Varias circunstancias favorecieron que sobre 1955 y el lustro siguiente se rehiciera en España este «género independiente» aunque en él desembocaban diversos influjos. 

Capaz de esbozar problemas de aquellos tiempos del franquismo, «la España de los años cincuenta está mejor reflejada en el cuento; la de los sesenta, en la novela», aseguraba la investigadora. Otro factor positivo: bastantes revistas y algunos diarios poderosos —y aquí sí que ha transmutado sus hábitos la sociedad— acogían en sus páginas efímeras piezas breves. También de firmas jóvenes: Ignacio Aldecoa (1925-1969) fue cuentista de referencia. El género toma cuerpo en antologías —decisiva la inaugural de García Pavón en 1959—, prolifera en premios y convocatorias —mucha cantidad y no tanta calidad— pero sigue considerándose —ya entonces— un género menor. La necedad de confundir valor y precio, tamaño y grandeza. A quien le sacan cuentos en un libro es que cuenta. 

Uno de los nombres que rescató la estudiosa suiza fue el de Esteban Padrós de Palacios (1925-2005). Médico dentista, había publicado hasta ese momento, además de artículos, dos volúmenes de narrativa breve: Aljaba (1958), es decir, la caja donde transporta sus flechas un arquero, y La lumbre y las tinieblas (1966). Había sido uno de los fundadores del premio para libros de cuentos Leopoldo Alas. Con esta particularidad: galardonar, remunerar y editar un libro de narraciones cortas. Los anales históricos sellarían que uno de los primeros en ganarlo fue un joven peruano de veintitrés años, un tal Mario Vargas Llosa. Con Los jefes. Un prodigio de colección.

Aquellos dos libros iniciales de Padrós de Palacios mostraban a un cuentista imaginativo y versado en los grandes nombres del género: Poe, Chéjov, O. Henry, Maupassant... Acuñó con su fiel amigo el editor y poeta Enrique Badosa, y con el doctor Manuel Pla, una firme definición de cuento: «texto preferentemente breve, de contenido expectante, cuya acción se intensifica y aclara en su mismo desenlace». Centrados en el peso y en el ingenio de la trama, según lo muestran piezas como —y enumero de memoria— «La carrera» o «La asombrada alegría de Nochebuena», microrrelatos precursores —su célebre «Náufragos» o también «El pecado»— y el magistral «El aparecido», los primeros relatos padrosianos reflejaron su visión de la sociedad en sus épocas y transformaciones. Impregnaban sus páginas la sutileza inteligente del humor, el toque culto del equilibro y la armonía y lo elegante de querer comprender siempre la naturaleza humana y su dignidad, un rasgo arraigado en cuentistas de vocación. Y las diferentes caras que puede albergar un mismo suceso o la misma persona. Por eso, las últimas líneas de sus relatos dejan al lector pensativo y a menudo sorprendido gratamente. No demasiados escritores compartieron la estética que este hombre coherente defendía. 

En aquellos años aparece un personaje esencial de la narrativa de Padrós, el comisario Lorenzo Sánchez-Tello, un hombre común fuera de lo ordinario, un soriano heredero de una trascendente línea detectivesca que tiene en Chesterton a uno de sus mentores. Sánchez-Tello se merece en estos tiempos una recopilación. «Solo la realidad es sorprendente. La mentira siempre trata de ser verosímil, la realidad no», frase que cincela en uno de los cuentos, podría figurar como su divisa. 

Añadió al tesoro del cuento varios libros más: Velatorio para vivos (1977), Los que regresan (1991), El gran usurpador (1996), El pozo de los deseos (1999) y Las extrañas veladas y otros azares (2002). De todos pueden subir narraciones al pódium de una gran antología.


Quizá la rueda dentada del tiempo y las costumbres hayan enturbiado el luminoso estilo de Padrós. Ningún periodista escribe en blocs, y menos con pluma estilográfica, ya no existen teléfonos con rueda para marcar números en las conferencias —«comunicación telefónica interurbana o internacional»— ni se llevan los gabanes. Reencontrar lo genuino del ser humano y la literatura que muestra cómo somos harían bien en reeditar la narrativa breve de este caballero respetuoso.

 

¿CUÁNDO REGRESARÁN?

 

Barcelonés que hablaba en catalán y escribía en una elegante prosa castellana, Esteban Padrós de Palacios (1925-2005) engrosa una buena estirpe de vocaciones por la medicina.

 

Adelantado en el microrrelato, maestro en cuentos policiacos de enigma —resueltos sobria y prudentemente por su comisario Sánchez-Tello—, con la visión de los médicos humanistas y un humor respetuoso y crítico, Esteban Padrós de Palacios envuelve con ingenio una concepción de la humanidad.

 

Su hijo Tomás, artista y profesor, deja un retrato en estebanpadros.es: «De mi padre atraía su amplia cultura y conversación inteligente, así como su generosidad, sensibilidad consoladora hacia el sufrimiento ajeno […]. En sus cuentos es posible rastrear ese humanismo, nítidamente cristiano, que, sin dejar de condenar el mal y el sufrimiento, preserva a toda persona, por desorientada que esté, de un ámbito, a veces muy escondido, de dignidad sagrada, o sea, de esperanza».