Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Las luces más frecuentes de las dudas

Texto Joseluís González [Filg 82], profesor y escritor @dosvecescuento

Centenares de dudas y de vacilaciones en palabras y construcciones pueden sobrevenirles a los quinientos millones actuales de hispanohablantes. Tal vez repasar —actualizar— conocimientos gramaticales básicos disuelva esos titubeos.



El pan, a la izquierda. Arriba, y bien grande, el disco rojo de los semáforos. El agua fría, de azul, a la derecha, como el cuchillo, que debe apuntar con el filo hacia adentro. Por el carril izquierdo conducen cincuenta y tantos países. En lo más alto del pódium debe alzarse el ganador, y a su derecha la medalla de plata. Al diestro de alternativa más reciente lo flanquean los dos toreros de más antigüedad cuando emborronan con sus zapatillas la arena del albero. Convenciones, pactos. Reglamentos. Convencionalismos, si quieren ustedes. Protocolos, cuestiones de orden o de prioridades. La fuerza de la costumbre. Los ritos de lo solemne. Pero, como ocurre con las formalidades, según explicó el agudo Gombrich, ayudan al género humano a respetarse, a apreciarse, a convivir y —parece mentira— a crear innovaciones. A ser distintos dentro de la dignidad de la igualdad. 

¿Sucede algo parecido al comunicarse con ese prodigio, ese acontecimiento, que es una palabra? ¿Podemos guiarnos por normas y por el saber estar como cuando nos abrochamos o no los tres botones de una americana, de una chaqueta, de un saco, depende de dónde nos hayamos criado, o cuando reconocemos el tenedor de pescado o la copa de vino en la cubertería?

Afortunadamente, la sociedad no se atormenta planteándose dudas de idioma. ¿Se pone coma después de pero? ¿Es mejor decir la médica que la médico? ¿O es preferible usar la doctora? ¿Pedimos cocretas o croquetas? ¿Deberíamos decir veintiuna personas o veintiún personas? ¿Hay que escribir mayúscula después de los dos puntos? Sin embargo, las personas cultas prefieren no incurrir en errores lingüísticos ni darse de bruces en un correo electrónico con un desatino. La «buena educación» mejora la convivencia y evita quitarle el pan al comensal de nuestra derecha. Una falta de ortografía puede doler tanto como un lamparón en un traje. Y en cierto modo nos retrata.

A pesar de que la mayoría desbordante de los usuarios del idioma no tiene la sombra de una duda, los hispanohablantes interesados en no caer en defectos disponen —disponemos— de auxilios para despejar las incertidumbres.

Al frente de ese foco de luz figura la Real Academia Española (RAE). En 2005 publicó un Diccionario panhispánico de dudas, en la estela de trabajos pioneros como los de don Manuel Seco, el Prof. Manuel Casado —catedrático de la Universidad de Navarra y maestro de periodistas y filólogos— o el sabio don José Martínez de Sousa

Otras entidades apoyan esa labor de atender consultas y de sugerir recomendaciones de uso: la Fundación del Español Urgente o el Instituto Cervantes, que resuelven a través de las redes sociales las preguntas de los hispanohablantes. La página www.fundeu.es detecta vacilaciones y deterioros y propone alguna solución. Aunque todo lingüista sabe que el uso manda en el idioma. Un ejemplo clásico: lívido, etimológicamente, significa «amoratado», pero hoy se considera válido con el sentido de «intensamente pálido». Autofoto no reemplaza así como así a selfie. Ni la sospechosa palabra güisqui aparece en la etiqueta de ninguna botella. La lengua es un organismo con vida, un sistema de complicadas relaciones que crece y al que se le permite desprenderse de piezas obsoletas o desvencijadas. O que se resiste a aceptar otras.

Dudar puede llegar a ser un problema grave cuando nos impide tomar decisiones, pero «se convierte en un acicate si es un instrumento para la reflexión y el conocimiento más preciso de las cosas». Se leían estas sensatas palabras en el prólogo de Las 500 dudas más frecuentes del español que recopilaron, y aclararon, en 2013 tres profesores: Florentino Paredes García, Salvador Álvaro García y Luna Paredes Zurdo. Se confirma ese adagio: «La vida no es lo que nos pasa sino lo que hacemos con lo que nos pasa».

Para quienes se proponen escribir y hablar con limpieza y claridad, esos tres docentes han seleccionado la quinta parte de esas vacilaciones en un volumen: Las 100 dudas más frecuentes del español. Lo ordenado de sus respuestas, complementadas con ejemplos y explicaciones, apunta a que repasar los fundamentos esenciales de la gramática ayuda eficazmente. Sabiendo qué es una vocal cerrada, se eliminan errores de tilde en diptongos y en hiatos. Sabiendo la historia de los determinantes, se emplea correctamente esta aula, el aula, el hacha, la afilada hacha. Y, sobre todo, se aprende a comprender a quienes se confunden. A quienes nos confundimos.


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