Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Mayúsculas, el tamaño de las últimas dudas

Texto Joseluís González [Fil 82], profesor@dosvecescuento

El uso de las letras de caja alta, o mayúsculas, es una duda recurrente hasta para los escritores más avezados.


Quienes han viajado un curso a los campus de Perugia, de Múnich o incluso a Klagenfurt… ¿estuvieron de ERASMUS, de Erasmus o fueron estudiantes erasmus? ¿Cómo se escribe exactamente? Mejor dicho: correctamente. ¿A qué altura quedan las letras?

Poco claro es esto que le pido imaginar. Ánimo. Después de tomar un vino de Rioja —o un tequila o un segundo rioja— en el restaurante Las Alondras y de rezar un padrenuestro, un capricornio, un Homo sapiens nacido en enero en la cornisa cantábrica de la península ibérica, profesor titular de Química Orgánica en una universidad de la zona euro, experto en gatos de Angora, un judas aficionado al Barroco tardío que asistirá en la Feria de Abril a las Jornadas de Arte Flamenco ve un anuncio de Coca-Cola desde un Toyota diésel en la A-2 o autovía del Nordeste, fuera del Camino de Santiago, poco antes de leer un ensayo sobre la Primera Guerra Mundial y su influjo en la Iglesia anglicana. ¿A que cuesta imaginarlo? Pero cuesta más acertar con las mayúsculas.

Medir cuándo elegir letras mayores es más complicado que plantar una b en su sitio o que clavar una tilde diacrítica en un cómo interrogativo o exclamativo. Incluso, más costoso que poner los peldaños de las comas en nuestras frases. La teoría no resulta tan fácil. Setenta y muchas páginas dedica la última Ortografía de la lengua española (2010), la académica, a ese capítulo. Tres años antes, don José Martínez de Sousa, un sabio, publicó su juicioso Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas. Con una distinción útil: la función demarcativa de esa letra alta y su función distintiva. Es decir, por un lado, dónde se aplica: después de punto, al comienzo de texto... Por otro, para distinguir —y esto suele hacérsenos difícil— un nombre propio de otro común, o si es genérico o, por el contrario, específico. En cabo San Vicente, cabo es específico, común a varias denominaciones semejantes, y San Vicente lo que lo caracteriza y diferencia de otros. Pero las dudas sobrevienen cuando hay que teclear Ministerio de Hacienda o Departamento de Bioquímica Clínica o si alguien capcioso nos pregunta: «¿Internet es nombre propio?»

La actual ortografía sancionada por nuestras veintidós academias incorporó algunos cambios en las mayúsculas, en especial en la escritura de cargos, tratamientos, topónimos con artículos —ahora deberíamos escribir miel de la Alcarria y originario del Bierzo— y aparentes disparidades como costas, penínsulas, premios y puntos cardinales. Papas, reyes, presidentas, rectores y otras dignidades se han quedado sin el respeto de la inicial alta por esa decisión. Pero las marcas de refrescos, de zapatos o el Nolotil sí tienen su letra relevante. Y la Navidad. Pero las navidades no. Ni los sanfermines. Las Fallas sí.

Aclaremos que Erasmus (en realidad, European Region Action Scheme for the Mobility of University Students) se escribe con mayúscula inicial. Como los acrónimos de nombres propios de cinco o más letras. Unicef, pongamos por caso. Pero las convenciones también tienen reglas y medidas. Y enrevesamientos. Cuando erasmus designa a estudiantes que han obtenido esa beca, se considera que el acrónimo se ha lexicalizado como sustantivo común o como adjetivo y que se escribe en minúscula. «La Unión Europea estudia replantearse el programa Erasmus» pero «Francia acoge a los erasmus navarros». Se escriben enteramente en mayúscula las siglas y algunos acrónimos —como ong o isbn— pero en minúscula si el uso los ha convertido en sustantivos comunes: láser, radar, uvi.

Toda nobleza —la ortografía busca consolidar los vínculos de más de 470 millones de hispanohablantes—, se funda en convenciones y pactos. En inglés diciembre se escribe con inicial mayúscula, en español no. Hace años que oficialmente nuestro idioma no siente los nombres de los meses ni de los días como nombres propios, aunque su raíz oculte seres concretos. Todas las semanas llamamos jueves a la herencia de la expresión latina Jovis dies, «el día dedicado a Júpiter». Thursday era el día de otra deidad: Thor.

 Que el cielo nos ayude también en esto. ¿O es el Cielo?


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Categorías: Literatura