Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

'Superficiales'... Un libro con polémica

Texto Josu Lapresa [Com 03]

Mario Vargas Llosa levantó una considerable polvareda en una columna de El País el pasado julio. En ella hablaba de Superficiales..., de Nicholas Carr.


Mario Vargas Llosa afirmaba sentirse “fascinado, asustado y entristecido” después de haber leído el libro Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011), de Nicholas Carr. En su versión más asustada, terminaba su artículo con la frase: “La robotización de una humanidad organizada en función de la ‘inteligencia artificial’ es imparable”.

Nicholas Carr, un escritor estadounidense columnista de prestigio de publicaciones como The Atlantic, The New York Times o The Wall Street Journal, explica cómo pasó de ser un esclavo de la tecnología a darse cuenta de ello y poner un punto y aparte en su vida. Con referencias tanto a Marshall McLuhan –llega a parecidas conclusiones sólo que con Internet en lugar de la televisión– como al neurocirujano Michael Merzenich –que afirma que el uso continuado de Internet y herramientas asociadas entraña consecuencias neurológicas–, Carr, recluido en una cabaña en Colorado, reflexionó en Superficiales sobre el efecto de Internet en nuestro yo neurológico y en el futuro cultural de nuestra sociedad.

Una de las principales preocupaciones que muestra en Superficiales es que hemos abandonado la tradición intelectual de la concentración solitaria y atenta. ¿Cómo llegó a esta conclusión?

Después de estudiar los hábitos que hemos adoptado al trabajar con ordenadores, con Internet, y herramientas relacionadas, y observar cómo la sociedad está cambiando su percepción de lo que es la vida intelectual ideal. Lo que la Red fomenta son rápidos cambios de atención, rápidos vistazos entre la abundancia de información y mensajes disponibles; y a la vez disuade del pensamiento concentrado y contemplativo. Estamos tan ocupados buscando e intercambiando informaciones, que tenemos muy pocas oportunidades de estar a solas con nuestros pensamientos, de pensar en profundidad en ideas individuales, en hilos de ideas, en historias o en experiencias. 

¿Cuál cree que puede ser la consecuencia de esto?

Creo que la consecuencia inmediata es que, como resultado de esos cambios en los hábitos intelectuales, estamos empezando a decirnos a nosotros mismos que el pensamiento atento y profundo ya no resulta esencial para desarrollar vidas y personalidades ricas intelectualmente.

¿Cuál fue el momento en que reconoció su “problema”, por llamarlo así?

He sido lo que se dice un geek durante unos 25 años. Usaba los ordenadores, Internet y otras herramientas online de manera intensa tanto en mi horario laboral como en el personal. Pero hace unos años me di cuenta de que estaba perdiendo mi habilidad para concentrarme, para prestar atención en una sola cosa en lugar de diversificarla en varias. Cuando intentaba leer un libro –algo que he amado hacer desde niño–, descubría que bastaba con leer sólo una o dos páginas para que mi mente se impacientara. Mi cerebro, al parecer, se comportaba como lo hacía cuando estaba online haciendo clic en enlaces, saltando entre documentos, comprobando el correo, consultando titulares, y demás. Eso fue lo que me llevó a empezar la investigación que terminó en el libro. 

Dado que Internet está tan presente en nuestras vidas diarias y nuestros trabajos, ¿qué puede hacer un individuo para contrarrestar estos efectos?

Es difícil. Usar Internet no es ya una simple cuestión de elección o disciplina personal. Desconectar, incluso durante periodos relativamente cortos de tiempo, puede dañar tu carrera o hacerte sentir socialmente aislado. Si, como individuo, valoras el pensamiento contemplativo, entonces puedes alterar tus hábitos para reducir el uso de artilugios digitales e incrementar el tiempo que dedicas a leer y pensar con tranquilidad; pero es importante recalcar que eso puede requerir verdaderos sacrificios. Si queremos animar a la gente a estar menos distraída con la tecnología, entonces necesitamos cambiar las expectativas y las prácticas en el trabajo, la educación, el gobierno, incluso en la amistad. Dada la velocidad a la que evoluciona la tecnología, no tengo muchas esperanzas de que esos cambios vayan a ocurrir.