Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Bibi Russell: «La moda es cultura, es desarrollo»

Texto Miriam Salcedo [Com 04 PhD 08], Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14] y Teo Peñarroja [Fia Com 19] Fotografía José Juan Rico Barceló y Pilar Martín Bravo

Bibi Russell regresó en 1994 a su país, Bangladés, donde puede ver las distintas tonalidades del verde, su color favorito. Lo hizo después de una brillante trayectoria de top model: durante veinte años desfiló por las pasarelas de medio mundo y posó para las principales revistas del sector. A través de la moda para el desarrollo, un concepto acuñado por ella misma, pretende ayudar a las personas a salir de la pobreza con dignidad. Invitada por ISEM Fashion Business School, visitó la Universidad, donde animó a los futuros profesionales a apoyar la creatividad de las comunidades y generar oportunidades y modelos de vida sostenible.y modelos de vida sostenible.

 

Bibi Russell tiene dos amores. Uno es el diseño de moda y el otro se llama Bangladés. Con una renta per cápita de 1 880 dólares es uno de los cincuenta países más desfavorecidos del mundo, pero ella, dice, no ve la pobreza sino solo su hermosura, y es lo que trata de mostrar con su otro amor. «Dadme una madeja de algodón, de seda o de lana y un telar —afirmó una vez Bibi Russell(Chittagong, Bangladés, 1950)— y os contaré una bonita historia; una historia rica en coloridos y saberes centenarios. Hubo un tiempo en el que, tras el rastro de bellos tejidos, los hombres organizaban expediciones, atravesaban continentes y surcaban océanos. El khadi se convirtió en el símbolo del resurgir de la industria rural india». Precisamente elkhadi, un tejido que salvaguarda el patrimonio de los artesanos, constituye su seña de identidad: lo natural hecho con manos humanas. Sus confecciones, aunque están muy arraigadas en su propia tierra, han dado la vuelta al mundo; se han convertido en un claro ejemplo de la fusión entre tradición y modernidad.

 

¿Desde cuándo quiso ser diseñadora?

Realmente no sé cuándo nació en mí esta ilusión, pero siempre supe que quería hacer algo relacionado con el arte, los tejidos… Mi madre solía confeccionarnos trajes, pero yo me quejaba porque no me gustaban. Al cumplir diez años, mi padre, harto de mis protestas, me compró una pequeña máquina de coser. Entonces empecé a diseñar mi propia ropa.

Los padres, muchas veces, saben lo que quieren sus hijos. Con catorce años, el mío me regaló un libro de Chanel que me inspiró muchísimo: descubrí la alta costura francesa, me di cuenta de que existía una gramática de la moda y quise formarme en ese terreno. Sigo agradeciéndole que pusiera en mis manos aquel libro.

También gracias a mi familia conocí a escritores, pintores, músicos… personajes de la cultura de mi país que frecuentaban nuestra casa. Venían con unos saris y unos pañuelos preciosos, y yo siempre me preguntaba cómo conseguían esa maravillosa combinación de colores.

 

Es una suerte haber crecido en un ambiente así…

Yo tuve una infancia privilegiada y feliz en un ambiente de artistas e intelectuales. Pero de niña no podía soportar que debajo de esos tejidos de tonalidades asombrosas que vestía la gente de mi tierra se pudiera esconder tanta miseria. En parte volví a Bangladés por eso, porque quería ofrecer a la gente salir dignamente de la pobreza. Con mis diseños quiero preservar la herencia de mi país, fomentar la creatividad, generar empleo, empoderar a las mujeres y contribuir a la erradicación de la pobreza. Este es mi compromiso.

 

¿No le costó volver a Bangladés después de veinte años en las pasarelas internacionales?

Me llevó un tiempo reunir la fortaleza mental para renunciar a esa etapa de mi vida. Pero desfilar nunca fue mi aspiración. Lo hice porque se me presentó una oportunidad maravillosa gracias a la que he viajado por todo el mundo. Trabajé para diseñadores ingleses, italianos, franceses, españoles, alemanes y americanos. Pero volví a mi país para empezar mi sueño, y es lo que estoy haciendo. Ahora no tengo una casa ni un coche. ¡Solo poseo mi felicidad! Cuando era niña, mis padres solían decir que, si el primer día del año haces algo bueno, acabarás haciendo cosas buenas el resto del año, así que planifiqué mi viaje de vuelta a Bangladés para el 1 de enero de 1994.

 

Usted ha acuñado el concepto moda para el desarrollo. ¿En qué consiste?

La moda, que es parte de la cultura, puede desarrollar un país. Puede generar un crecimiento sostenible. Hablando con muchos diseñadores me di cuenta de que las personas necesitamos una prenda para cubrir nuestro orgullo [se señala el pecho]. En el siglo xxi,uno puede estar a veces sin comer y nadie reacciona, pero si saliera desnuda a la calle me meterían en la cárcel. Esto refleja el aspecto social y económico de la moda. La cultura es más que monumentos, canciones y ropa; es lo que somos. Sin la cultura, ninguna sociedad puede florecer y ningún desarrollo puede ser sostenible. De ahí surgió el concepto de moda para el desarrollo. Las empresas de moda, incluso el diseñador con menos medios, emplean a personas y contribuyen al desarrollo de la sociedad.

 

¿Cómo era la industria textil en Bangladés cuando usted regresó en 1994?

Los tejidos siempre han formado parte de la tradición de Bangladés. La novedad de mi proyecto es la idea de que el arte de tejer no es solo para el mercado nacional, sino para el global. Por eso, cuando volví, todo el mundo quería venir a trabajar conmigo. Lo que hice fue seleccionar personas que habían recibido educación básica, aunque por problemas económicos no hubieran tenido las oportunidades de formación que yo sí había disfrutado. Procedían de distintas partes del país y yo las formé. Los miembros de mi equipo se esfuerzan porque saben que el resultado de su trabajo no es solo para ellos, sino para sus hijos.

 

Su filosofía de la moda para el desarrollose extendió con el apoyo de la Unesco. ¿Cómo ocurrió? 

Cuando volví a Bangladés, Federico Mayor Zaragoza, entonces director general de la Unesco, contactó conmigo para mostrar mi primera colección. Fue él, un español, la persona que creyó en mí. Mi primer desfile de diseñadora tuvo lugar en París en 1996. La segunda persona que confió en mi trabajo fue la reina Sofía. Con su ayuda y la de la Unesco pude exhibir mis creaciones en Palma de Mallorca en 1997. A partir de ahí se fueron sucediendo otras citas en muchas capitales occidentales.

 

¿En qué otros países cree que puede ser beneficioso aplicar su modelo de producción?

Una moda para el desarrollopuede aplicarse en cualquier lugar. Pero primero necesito conocer bien la cultura local. Paso mucho tiempo con las personas con las que voy a colaborar en un país para observar su forma de vivir y de trabajar. Abro los ojos y aprendo. Entonces dejo de sentirme extranjera. Ese mismo proceso lo experimenté en Bangladés. Durante 1994, viajé por las aldeas para conocer a la gente. Estudié sus lenguas y dialectos, sus formas de vida, y me gané su confianza. También tuve que esforzarme para saber las normas del comercio allí, tan distintas de las occidentales que ya había interiorizado. Un año después, en 1995, fundé Bibi Productions.

Recientemente he viajado a Latinoamérica y, aunque nos separa una gran distancia física, me gustaría empezar en Perú y Chile. Como he dicho, hay que entender bien la cultura de cada país. Por ejemplo, la actitud ante el trabajo en Colombia, donde estuve cuatro años, es muy diferente de la de la India. En la India, cuando dices que algo no se puede hacer, se molestan y es preciso explicarles bien los motivos. En Colombia, en cambio, reaccionan levantándose de la silla y poniéndose a bailar. En África tengo que ser muy cuidadosa con mis palabras. Al principio no querían escucharme porque no era «lo suficientemente negra». Durante seis meses intenté que entendieran que yo era una de ellos. Esa es la magia de mi trabajo: paso mucho tiempo asimilando cada cultura para ser también partícipe de ella.

 

¿Cómo ha cambiado la vida de los trabajadores de Bibi Productions?

En los pueblos de Bangladés las parejas tienen muchos hijos y los niños trabajan. Pero cuando van al colegio no producen y no ganan dinero para la familia. Así que, si se les hace sentir que si arreglan su situación económica primero podrán tener más hijos y cuidarlos mejor, entonces aumenta su calidad de vida. Esto ha funcionado en mi país y la situación es parecida en América Latina, África o Sri Lanka. Si puedes tener hijos, adelante, pero no los hagas trabajar para ganar dinero. Para eso la educación es fundamental. Cada vez somos más los que estamos convencidos de que la cultura y la creatividad están ligadas al desarrollo, son una parte inseparable del saber de los pueblos.

 

¿Se considera una mecenas de los tejedores bengalíes?

Las marcas tienen que ser responsables de todo el proceso de producción en la cadena de valor, pero su compromiso va más allá: contribuir al desarrollo económico y social de cada país a través de la moda. Pero yo no soy un banco. Yo ayudo a la gente a obtener microcréditos, no les doy dinero. Y me aseguro de que quienes consiguen esos microcréditos los usen para su trabajo.

Aunque estudié Moda, también me formé en Finanzas para aprender cómo reinvertir lo que gano. Cuando los campesinos consiguen dinero, muchas veces lo gastan en productos como una televisión u otros aparatos. No entienden que es mejor ahorrarlo para la educación de sus hijos de modo que, poco a poco, puedan tener vidas mejores.

Lo que está claro es que si ayudas a una tejedora ayudas a toda una familia. Yo empleo a hombres y mujeres, pero a ellas, por la misma función, les pago más. Las mujeres, además de en los telares, trabajan mucho en su casa, con sus hijos, sus familias… Ese dinero repercute en el bienestar de todos.

 

Ha recibido críticas de la prensa fundamentalista de su país por ser una mujer trabajadora. ¿Cómo las encaja?

Toda mujer que hace algo sabe que puede tener problemas con los fundamentalistas. Pero mi trabajo no tiene nada que ver con la política ni con la religión, así que no me preocupo demasiado. Si alguna vez me paran porque no les gusta lo que hago les digo: «¿Por qué me paráis? Podéis matarme, pero luego vendrán a mataros a vosotros, porque hay mucha gente que me quiere». A mi madre siempre le daba mucho miedo que respondiera esas cosas.

 

¿Ha notado usted un aumento en la demanda de moda sostenible?

En 2007 algo empezó a cambiar; una conciencia nueva en las personas, potenciada por las redes sociales, de que está bien vestirse como a uno le gusta, pero también lo está preocuparse por cómo se elabora la prenda que nos ponemos. Es lo mismo que sucedió con la comida. Hoy, en cualquier lugar del mundo, incluso en el país más pequeño, la gente quiere tomar alimentos naturales. Pero la comida ecológica es tres veces más cara que la que cultivaban nuestros bisabuelos. Y pasa lo mismo con la moda. Para hacer fibras sintéticas se necesita más agua y se produce mayor contaminación. La revolución de las fibras naturales está volviendo. Nosotros trabajamos con ellas y nuestros productos no tienen esa diferencia de precio que hay en la comida.

 

¿Y tiene futuro este modelo en una sociedad totalmente industrial?

Es el momento de que regrese a Europa, donde los precios de los productos ecológicos son demasiado altos; lo que yo hago es ofrecer moda sostenible a precios competitivos. Mis accesorios —brazaletes, gafas o bolsos— se venden fantásticamente, y también mis gamuchas[pañuelos estampados de algodón], que usan personalidades como Antonio Banderas o la reina Sofía. Esas gamuchas, en concreto, se hacen a mano y su producción depende del tamaño del pedido: tiene mucho procesado de color, tinte, textura… Por ejemplo, un pedido de quinientas piezas puede durar entre tres y seis semanas. 

 

¿Cómo es su proceso de producción?

Es algo fundamentalmente creativo. No pienso el producto y luego cómo elaborarlo, sino que me enamoro de un material y a partir de él realizo un producto. Mis materias primas son el algodón, el khadi, la seda, elamdaniy el yute. Con ellas producimos de todo, no solo ropa: zapatos, botones, textiles del hogar y hasta joyas. A mí, haber nacido y crecido en Bangladés y haberme formado en Europa me ha permitido mezclar mi herencia y mi cultura indias con las europeas. Es importante que no se pierda el proceso tradicional de fabricación de ropa bengalí, porque es precioso. Hay que transmitirlo a los jóvenes porque es muy gratificante para cualquiera tener una prenda o un accesorio hecho a mano.

 

¿Por qué empezó a colaborar con Liluah Home, el mayor centro de acogida para niñas de Bengala Occidental?

Si me lo hubiese preguntado hace tres o cuatro años, le habría dicho que aquello no entraba en mis planes. Durante dos años el Gobierno de ese Estado de la India me pidió que apoyara este proyecto para intentar acabar con la trata infantil. Aunque al principio no acepté, porque era una iniciativa muy exigente desde el punto de vista emocional y no formaba parte de mi proyecto, cambié de opinión tras visitar Liluah Home en abril de 2017. No me podía creer que en pleno siglo xxi, mientras todos hablan de la emancipación de las mujeres y de la igualdad de derechos, estuviéramos vendiendo a nuestras niñas, unas preciosas niñas, por menos de cincuenta dólares. Eran jóvenes violentas, que querían ejercer la prostitución para ganar dinero siendo libres. Me impactó tanto conocerlas que decidí involucrarme. Incluso me hice vegetariana hace un par de años y el dinero que ahorro al no comprar carne ni pescado se lo doy para que puedan estudiar. 

Con el respaldo directo de Mamata Banerjee [política india pionera en la defensa de los derechos de la mujer], estamos ayudando a las niñas a desarrollar competencias laborales con las que puedan generar ingresos. En un año aprendieron a leer, a coser… y el 30 por ciento de las chicas pudieron comenzar una vida nueva, con amor y dignidad. En marzo del año pasado, 33 niñas del centro de acogida, seis de ellas refugiadas rohinyá, participaron en un desfile que organizó el Gobierno en Calcuta, y la ropa que vestían la habían hecho sus compañeras.

¿Qué es lo más bonito que le han dicho después de esta experiencia?

Piensan que Dios me envió para ayudarlas. Todas procedían de familias rotas y en mí percibieron el cariño que nunca habían tenido. Ese es el objetivo de todo mi proyecto: respetar la dignidad humana, de hombres y mujeres, de todas las personas.