Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Camerún se desangra por la zona anglófona

Texto y fotografía: Gabriel González-Andrío [Com 92]

Dentro del devastador panorama de conflictos abiertos en África, Camerún pasa con frecuencia inadvertido para el público occidental. Sin embargo, desde 2016, el país atraviesa una de sus crisis más profundas, en la que se mezclan los deseos independentistas de la población angloparlante, el cansancio general ante la permanencia en el poder del presidente Paul Biya, nombrado en 1982, y la actividad terrorista de Boko Haram. En septiembre de 2019 Biya convocó un gran «diálogo nacional» para resolver la crisis, pero —según analistas locales— este proceso, todavía en marcha, ha quedado en un gesto destinado a tranquilizar a los organismos internacionales.


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La historia reciente de África está marcada por los conflictos armados. Según datos de ACNUR, entre los países más castigados por la guerra se encuentran Burundi, Mali, Nigeria, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo, Somalia, Costa de Marfil y Sudán del Sur. Esto hace que el continente africano albergue los diez estados más pobres del mundo y sea hoy el hogar de cerca de veinte millones de refugiados y desplazados. Una nación que ha escalado puestos en esa trágica lista negra de conflictos —frecuentemente olvidados— es Camerún.

Este país debe su identidad actual a la interacción de la población nativa con distintas potencias desde que en 1472 los portugueses establecieron relaciones comerciales en torno al río Wouri, al que denominaron «Río dos Camarōes» —«río de los camarones», antecedente del nombre actual del país—. Camerún fue colonia del imperio alemán entre 1884 y la Primera Guerra Mundial. Al terminar esta, en 1919 el país quedó dividido en dos mandatos: uno francés y otro británico. El primero se declaró independiente en 1959 y, tras la Conferencia Constituyente de Foumban (1961), se denominó República Federal de Camerún, a la que se incorporaron los territorios del sur del mandato británico ese mismo año. Simultáneamente, la zona exbritánica del norte se unió a Nigeria. Desde entonces, conviven en el mismo estado las comunidades anglófona y francófona. Pero Camerún no se agota en esa división; de hecho, recibe con frecuencia la denominación de «la pequeña África» por la diversidad geográfica y cultural que alberga; en el país, que cuenta 23 millones de habitantes y dos lenguas oficiales —inglés y francés— con mayoría francófona —80 por ciento—, se hablan más de 240 lenguas y en él hay personas de unos 200 grupos étnicos.

 

UNA CRISIS LARGAMENTE INCUBADA

Muchas familias han tenido que desplazarse a la zona de Kribi y vivir de la pesca artesanal que luego es vendida en los comercios callejeros | GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO

 

En sus cerca de sesenta años de historia, Camerún ha tenido únicamente dos presidentes: Ahmadou Ahidjo (en el puesto entre 1960 y 1982) y Paul Biya (desde 1982 hasta la actualidad). Estos dos líderes fuertes, con una concepción del Estado muchas veces por debajo de los estándares democráticos occidentales, han acallado las voces de la población anglófona en defensa de una mayor autonomía; miembros de esa comunidad han achacado de modo recurrente a los presidentes su discriminación. Es un hecho significativo que solo uno de los treinta y seis actuales ministros sea anglófono. En estas décadas no han sido infrecuentes las manifestaciones y desórdenes callejeros.

La presente crisis separatista localizada en el suroeste del país se remonta a 2016 y ha supuesto ya la muerte de unas 3.000 personas y la huida de otras 500.000. La mecha prendió con algunas protestas pacíficas de la población de habla inglesa por la supuesta imposibilidad que sufren para acceder a tribunales, centros educativos y trabajos públicos, y por la imposición del francés desde el Gobierno de Paul Biya. La dura respuesta militar contra estas manifestaciones hizo surgir numerosos grupos federalistas, autonomistas o abiertamente separatistas, algunos de ellos armados, e incluso llevó en 2017 a la declaración por parte de varios de ellos de la República Federal del Camerún Meridional o Ambazonia (Ambozes es el nombre local para el área de la desembocadura del río Wouri, en la ciudad de Duala).

A partir de ese momento, tanto las fuerzas gubernamentales como los separatistas han cometido innumerables abusos contra una población civil indefensa y asustada que se ha visto obligada a huir a otras zonas del país como Kribi (en el sur), Duala (la ciudad más poblada, situada en la costa) o Yaundé (la capital política, en el centro del país).

 

Boko Haram: incursiones desde Nigeria

 

Al conflicto anglófono hay que sumar los continuos ataques perpetrados en el norte del país por el grupo terrorista Boko Haram, que ha asesinado entre 2017 y 2019 a más de quinientas personas en Camerún y Nigeria. Esta organización islamista radical surgió en 2002 y desarrolla su actividad en Nigeria, Camerún, Chad, Níger y Mali.​ En Camerún, Boko Haram ha matado a más de doscientos civiles desde abril de 2017, y ha intimidado a la población con numerosos secuestros, mutilaciones a mujeres y más de treinta atentados suicidas.

 

«Esta oleada de violencia de Boko Haram —ha señalado a los medios internacionales Alioune Tine, director de Amnistía Internacional para África Occidental y Central— subraya la urgente necesidad de defensa y ayuda que tienen millones de personas en la región del lago Chad. Los Gobiernos de Nigeria, Camerún y otros países deben actuar rápidamente para protegerlas». Al menos 2,5 millones se encuentran allí como desplazados internos o refugiados internacionales: aproximadamente 1,6 millones de nigerianos y más de 300.000 cameruneses.

 

En las zonas de conflicto de Camerún se suceden escenas que recuerdan otras guerras africanas que se convirtieron en genocidios —la de Ruanda, por ejemplo—. Muertos en las calles y en las cunetas —civiles, terroristas, guerrilleros o miembros de las fuerzas del orden— dejan constancia de la crudeza de una situación en la que parecen luchar todos contra todos.

 

 

Según Mark Lowcock, máximo responsable de la ayuda humanitaria de la ONU, «el nivel de la crisis es más alarmante que nunca». Frente a las 160.000 personas necesitadas de ayuda en 2018, en la actualidad la cifra ha alcanzado los 1,9 millones. Hasta ahora, según Naciones Unidas, los más castigados por los grupos armados han sido los niños. Se estima que el 80 por ciento de las escuelas ha cerrado sus puertas, lo que ha dejado sin clases a unos 850.000 escolares.

Ante los ataques de los rebeldes separatistas llamados Amba Boys, muchas familias no han tenido más remedio que refugiarse en zonas boscosas y se calcula que unos 32.000 han cruzado la frontera hasta Nigeria. El personal sanitario y los centros de salud constituyen otro objetivo prioritario. Se cree que han dejado de estar operativas el 80 por ciento de las instalaciones. 

 

AYUDA A LOS DESPLAZADOS

Kribi y sus playas se han convertido en la tabla de salvación de cientos de desplazados que han encontrado en la pesca un modo de subsistencia | GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO

 

Kribi, una importante ciudad portuaria al sur del país en el golfo de Guinea, es ahora uno de los principales centros de acogida a inmigrantes. Pese a encontrarse a cientos de kilómetros de las áreas de origen de las familias, la escuela secundaria bilingüe de Kribi ha triplicado su alumnado en solo tres años. Roger Ebenga, directivo del centro, confirma esta afluencia masiva de personas desplazadas: «Antes de la crisis teníamos unos 400 niños de habla inglesa, pero ahora son unos 1.200». El profesor Grégoire Mba comenta con satisfacción que han decidido «dar la bienvenida a nuestros hermanos y hermanas y apoyarles en lo que necesiten». Allí, cientos de estudiantes huidos vuelven a soñar con un futuro que se había convertido en una pesadilla para ellos.

Al parecer, los cameruneses que vienen del otro lado del río Moungo se están integrando perfectamente en Kribi. Por ejemplo, Emmaculate, un desplazado llegado hace unos meses a la zona, ha puesto en marcha el restaurante Up Station Afan Mabe. «Nuestras comidas son muy populares: taro, cuscús de maíz, etcétera, y a la gente le gustan. Estamos bien aquí», explica ilusionado. Bamenda, su lugar de origen, es una de las áreas más castigadas por el conflicto. Se cuentan por centenares los muertos de ambos bandos.

Para recuperar el tiempo académico perdido, algunos centros como Kribi Bilingual High School organizaron en julio cursos durante las vacaciones para estudiantes desplazados. Según comenta Jean Maurice Noah, su director, «al final del año escolar se llevaron a cabo evaluaciones generales y detectamos deficiencias serias. Por eso decidimos con los colegas de la sección de Inglés ofrecer estas clases gratuitas de recuperación».

En medio de este clima, la ONU considera prioritaria la seguridad alimentaria de la población y el acceso a la atención sanitaria, la educación y otros servicios básicos. Mientras tanto, los expertos y analistas de dentro y fuera del país estudian cómo lograr una salida pacífica a un conflicto fuera de control que parece avanzar como un vehículo no tripulado. Por el momento, nadie ha conseguido detener la sangría de una crisis cuyo motivo no termina de conocerse del todo.

 

CONTRA EL SILENCIO, DIÁLOGO

Paul Biya preside Camerún desde hace 37 años y todo el país está inundado con imágenes suyas | GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO

 

Aimé Bomki, un funcionario de 32 años que trabaja en el Ministerio de Asuntos de la Juventud y Educación Cívica en Camerún y es miembro del staff de la División de Cooperación y Estadística, explica que «es difícil precisar cuándo comenzó la crisis anglófona ni especificar el tipo de conflicto que estamos viviendo, porque se entremezclan aspectos políticos, económicos y sociales». Según Bomki, «históricamente la población anglófona siempre ha mostrado una actitud victimista. John Ngu Foncha había sido su principal valedor y uno de los arquitectos de la reunificación de Camerún. Su renuncia como vicepresidente en 1970 supuso una frustración muy fuerte para ellos». Foncha (1916-1999) había sido primer ministro del Camerún británico entre 1959 y 1961 y respaldó con claridad a los territorios anglófonos mientras fue vicepresidente de la República Federal de Camerún (1961-1970). Sus desencuentros con el presidente Ahmadou Ahidjo le sacaron de la vida política y su dimisión facilitó la llegada de la República Unificada de Camerún en 1972.

 

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«No hay problema humano que no tenga solución pero, para encontrarla, debe haber un diálogo con la voluntad de todos de aceptar la verdad» 

Hilaire Hervé Tegue

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Bomki considera que el actual máximo dirigente de Camerún, Paul Biya, no provocó la crisis anglófona sino que la heredó. De hecho, en su opinión, «desde el Gobierno ha realizado numerosos esfuerzos para frenarla, como el mayor reconocimiento de Camerún en la comunidad internacional, la aceptación oficial del bilingüismo y el trabajo de la comisión multicultural encabezada por el antiguo primer ministro Mafany Musonge, así como otras medidas para contener las manifestaciones y desórdenes». Según Bomki, esas iniciativas «son buenas pero insuficientes para resolver un conflicto que necesita implicar a las dos partes involucradas y al pueblo de Camerún en general. Creo que se requiere más diálogo y para eso es crucial que el Estado legisle en materias como el discurso del odio y la marginación».

 

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«Históricamente la población anglófona siempre ha mostrado una actitud victimista. La renuncia de John Ngu Foncha supuso una frustración muy fuerte para ellos»

Aimé Bomki

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Hilaire Hervé Tegue, médico camerunés especializado en Salud y Seguridad Laboral en una importante compañía de petróleo y gas en Camerún, discrepa de Bomki sobre el papel de Paul Biya en el conflicto: «Biya y su equipo de Gobierno no han logrado manejar una crisis simple que podría haberse gestionado hace tiempo con conversaciones abiertas y sinceras. Quizás el fracaso fue intencionado porque había una agenda oculta, como, por ejemplo, un genocidio. En mi opinión, Paul Biya ya no puede ser la solución a esta crisis». De hecho, Hilaire no duda en plantear la dimisión de Biya como parte del cambio que el país requiere: «Eso sí, debería reemplazarle alguien que no haya demostrado una fuerte oposición a él y al sistema pues eso solo empeoraría el conflicto». A partir de ahí, coincidiendo con Aime Bomki, confía en que el diálogo llevará a mejorar la situación de Camerún: «No hay problema humano que no tenga solución pero, para encontrarla, debe haber un diálogo inclusivo, abierto, basado en los hechos y con la voluntad de todos los participantes de aceptar la verdad. Solo a partir de la verdad pueden surgir mejoras reales».

Para Hilaire, lo peor es el silencio que con frecuencia rodea a los conflictos africanos a nivel social, político y mediático: «Este silencio nos sugiere, quizá de modo inconsciente, que volvamos a la naturaleza íntima del colonialismo, a la situación previa al nacimiento de los países de nuestro continente», agrega.

Una mujer limpia una pieza para cocinarla en su restaurante en la Playa de Londji, en Kribi | GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO

 

Precisamente para tratar de afrontar ese vacío Biya convocó en septiembre pasado un «diálogo nacional» sobre la crisis. «Nos permitirá, en el marco de nuestra Constitución, examinar formas y medios para responder a las aspiraciones profundas de las poblaciones del noroeste y sudoeste, pero también de todos los demás componentes de nuestra nación», afirmó Biya en un mensaje emitido por la radio y la televisión públicas del país. Biya hizo este anuncio después de que el 20 de agosto de 2019 el líder de los separatistas anglófonos de Camerún, Sissiku Ayuk Tabe, junto con otros nueve de sus seguidores, fuera condenado a cadena perpetua «por secesión y hostilidad contra la patria». Pese al gesto de Biya de conceder la amnistía a decenas de presos, analistas locales independientes calificaron el anuncio de este presunto diálogo nacional de «teatrillo» para calmar a los organismos internacionales.

 

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«Desde el Gobierno ha realizado numerosos esfuerzos para frenar la crisis, así como otras medidas para contener las manifestaciones y desórdenes»

Aimé Bomki

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A mediados de noviembre, el Gobierno anunció que las regiones anglófonas podrán participar en las elecciones generales convocadas para el 9 de febrero de 2020. En diciembre de 2019 también concedió un estatus especial a esas provincias; dos gestos novedosos cuyo efecto convendrá comprobar.

 

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«Biya y su equipo de Gobierno no han logrado manejar una crisis simple que podría haberse gestionado hace tiempo. Quizás el fracaso fue intencionado»

Hilaire Hervé Tegue

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Mientras, el conflicto ha provocado una diáspora nunca vista en las regiones del oeste de Camerún. En diciembre de 2018, Naciones Unidas calculó que la violencia había causado el desplazamiento interno de más de 437.000 personas. La mayoría ha huido a la selva, donde las condiciones de vida son precarias y faltan alojamientos, comida, agua y servicios sanitarios básicos. El principal país receptor de desplazados es Nigeria; 32.000 refugiados cameruneses han dejado sus casas en dirección al estado nigeriano de Cross River, según ACNUR.

De momento, la guerra y el subdesarrollo —Camerún ocupa el puesto 150 de los 186 países listados en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU— han conducido a Camerún al estancamiento. Sin embargo, en medio del caos parece que existe una chispa de luz con la creación en diciembre de 2018 del Comité de Desmovilización, Desarme y Reintegración que, según algunas voces progubernamentales, ya ha comenzado a dar sus frutos —pese al escepticismo generalizado— con la entrega de armas por parte de varios combatientes secesionistas. De entrada, parece una gota positiva en un océano en el que nuevas formas de colonización política, económica e ideológica occidental y, ahora también oriental, continúan impidiendo a África ser ella misma. El tiempo dirá.