Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

En la casa de las palabras

Texto Javier Ruiz Mantilla, periodista y escritor / Fotografía EFE / Ilustración Carlos Rivaherrera

Aunque lo cuenta en un tono medidamente sosegado, la determinación que Darío Villanueva muestra para el futuro de la Real Academia Española (RAE) no carece de ambición. Habla de refundación, de digitalización, del primer diccionario para nativos digitales y, como sus tres inmediatos antecesores, de América. Cree que la institución necesita de un equilibrio de edades y un amplio espectro de saberes. 


Ya han pasado siete meses en el cargo. ¿Alguna sorpresa?
Fundamentalmente, la importancia que tiene la dimensión americana del puesto. La Real Academia Española preside la Asociación de Academias, y eso significa que es la voz de todas ellas ante determinadas instancias. Por ejemplo, ante los Gobiernos de aquellos países que cuentan con una. Ahora somos veintidós, a la espera de la incorporación de la nueva institución ecuatoguineana, que se constituirá al final de año.

Pensaba que lo que más le había sorprendido era el dinero. ¿Cómo van esos recursos?
Conocía la situación a fondo porque he sido el secretario, de modo que tenía información de primera mano. Por lo tanto, si hablamos de sorpresas, en ese sentido, ninguna.

Los antiguos directores podían haberse guardado algún secreto…
No, en este caso, nada. La información era de mi dominio.

¿Cuál es esa situación?
Tenemos tres fuentes de financiación: la primera es una asignación del Estado, que nunca superó el 50 por ciento del presupuesto. En los últimos tres años, esa asignación ha decrecido un 60 por ciento, unos dos millones de euros. Otra fuente eran las obras que se editaban (diccionarios, ortografías, gramáticas, las literarias…). Todos sabemos lo que está ocurriendo dentro del mundo editorial… Las ventas son muy inferiores a lo que eran doce o trece años antes. Por último, los fondos que proceden de la Fundación Pro-Rae, en la que están desde las empresas del Íbex a las comunidades autónomas, y también benefactores particulares. Los rendimientos de dicha fundación también han disminuido.

Mal momento, entonces.
Gracias a la época de las vacas gordas compartimos la situación de crisis con el resto de los españoles, pero la RAE no se encuentra endeudada. Siempre se ha procurado tener una gestión eficaz y austera. Gozamos de unos remanentes para sortear la etapa que vivimos, una situación de déficit entre ingresos y gastos que asciende a unos dos millones de euros.

Pero ha dicho que las cifras de venta son muy malas.
De octubre de 2014 a esta parte, se ha vendido en España la quinta parte de ejemplares del último Diccionario que en el mismo periodo de 2001.

¿Cuánto hace que no abre usted un diccionario de papel?
Aún lo hago. En nuestras reuniones de trabajo utilizamos un ejemplar de papel.

Sí, pero si está usted trabajando en su despacho con el ordenador…, ¿cuánto tiempo hace que no lo abre?
Claro que sí, es evidente. Nosotros en ese sentido no mostramos una actitud plañidera. El mercado de la Lexicografía había decrecido 60 por ciento en los últimos años. En ese sentido, estamos contentos por haber tomado la decisión —en su momento controvertida— de digitalizar nuestro diccionario y dejarlo en línea gratuitamente. El Diccionario no ha tenido nunca tanta influencia como ahora, y él es el tronco fundamental de la Academia desde su origen.  

¿Puede darnos algunos datos?
Solo en abril, cuarenta y cinco millones de visitas y casi diez millones de visitantes únicos. ¿Qué significa esto? Que si alguien tiene una duda, la consulta y la resuelve… con el criterio del Diccionario. A través de Google Analytics, sabemos la procedencia de esas consultas o a través de qué dispositivo se hacen. En este momento, los teléfonos inteligentes están casi a la altura de los ordenadores. 

¿Los smartphones?
Sí, pero yo los llamo teléfonos inteligentes.

Como también ha dicho Google Analytics…
Porque es un nombre de marca, y no tiene traducción. El caso es que el 84 por ciento de las consultas procede de teléfonos inteligentes y ordenadores.

Dios mío, la tecnología. ¿Nos va a dar muchos disgustos lingüísticos?
Tendremos que encajarlos. Lo que no toca es adoptar posturas numantinas ni apocalípticas.

¿Por dónde empezamos?
Por el Diccionario. Aparentemente, la tarea es muy sencilla. Hace diez años agarramos uno «gutemberiano», es decir, un libro, y lo adaptamos a la Red. Ahora se trata de lo contrario: el Diccionario va a ser concebido digitalmente y, a partir de él, haremos ediciones impresas.

 

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