Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

El clamor de la tierra y de los pobres

Dolores López, profesora de Geografía Humana e investigadora del Instituto de Ciencias para la Familia.


Armonía, serenidad, contemplación, paz, belleza, hermandad, solidaridad, autenticidad... Laudato si’ resulta inspiradora para cualquier persona. Por sus temáticas —pobreza, desarrollo, población, recursos, medioambiente, sostenibilidad, migraciones, etcétera—, además, ha conectado con mi disciplina académica... y me ha interpelado.

La ciencia geográfica sintoniza con dos de los ejes presentes en la encíclica: la convicción de que en el mundo todo se interrelaciona y la íntima unión entre los pobres y la fragilidad del planeta [§ 16]. El clamor de la tierra va esencialmente unido al clamor de los pobres: no se puede escuchar uno y desoír el otro. La «ecología integral» reclama que las soluciones a los serios problemas medioambientales se unan a decisiones que mitiguen la marginación, la pobreza y la injusticia. 

Este enfoque, en el que el daño social y el daño ambiental son caras de una misma moneda, conlleva multitud de medidas, como las económicas: la asignación de recursos debe ser equitativa y distributiva. La lucha contra el cambio climático es clave, pero no puede eclipsar otras realidades también acuciantes, ni acaparar recursos en perjuicio de ayudas directas que alivien a las poblaciones más pobres.

Las agendas políticas, los organismos internacionales, las ONG, las instituciones y cada uno de nosotros debemos preocuparnos tanto por el cambio climático como por los refugiados que arriesgan su vida intentando llegar a sociedades donde vivir en paz. Si no queremos hacer un mundo mejor solamente para algunos, debe haber una apuesta sincera por mejorar en ambas direcciones. 

Para lograr una ecología integral no se puede avanzar exclusivamente en un cambio del modelo energético, sino que es necesario un nuevo paradigma que supere las lógicas imperantes. Urge rescatar la solidaridad como motor de nuestro actuar, pero asumida como categoría moral o ética. Es preciso volver a sentir que nos necesitamos los unos a los otros, que tenemos una responsabilidad hacia los demás y hacia el mundo.

Como apunta el Papa Francisco, debemos reducir nuestro trepidante ritmo de vida para recuperar la capacidad de percibir, contemplar y valorar lo que nos rodea. Debemos librarnos de la indiferencia consumista que nos impide ver al que no tiene; del individualismo que nos aísla y adormila; de la superficialidad que nos impide soñar y trabajar por un mundo mejor; de la agresividad que paraliza el diálogo; de la irresponsabilidad, en fin, que nos empuja a ignorar las consecuencias de nuestros actos en el entorno natural y en las personas. Debemos volver a sentir ternura, compasión y preocupación por los demás para poder así amar con generosidad al mundo y a todas sus criaturas y recuperar las relaciones reales con los demás. 

Francisco señala una de las claves para el cambio: disfrutar con poco, vivir con sobriedad y retornar a una simplicidad que nos permita valorar lo pequeño. Asimismo, apunta cuál es el mejor lugar para conseguirlo: la familia. Solo a través del amor incondicional que se vive en  ella se puede aprender a incorporar en nuestra vida las dinámicas del don que transformen esta sociedad en una auténtica «casa común».