Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Conversión ecológica

Javier Novo, catedrático de Genética de la Universidad de Navarra.


La encíclica Laudato si’ plantea la cuestión ambiental con una mirada en busca de Dios y de la humanidad. El medioambiente no se considera un tema aislado, simplemente porque la realidad no es así: «Todo está conectado» [§ 16]. La tierra en cuyo seno y de cuyos bienes vivimos es madre y hermana [§ 1], lugar y ocasión de la vocación a la fraternidad universal [§ 11, § 228], y obra y don de Dios. «Nosotros mismos somos tierra» [§  2], asegura el Papa. Al crear así la realidad, Dios establece dos deberes morales inseparables: el de cuidarla y el de distribuir sus dones con justicia. 

Sin embargo, el modo de vida dominante en los países ricos daña gravemente la casa de todos [§ 50]. Las heridas que provoca esta doble injusticia —contra el planeta y los pobres— nacen de un mismo mal: rechazar que la naturaleza es una instancia situada por encima de nosotros. Lo recuerda Francisco citando a Benedicto XVI: «El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza» [§ 6]. Tanto la naturaleza ambiental como la que vive en cada ser humano demandan consideración. La «cultura de la vida» [§ 213], que defiende en particular las vidas humanas más frágiles, reclama del cristiano respeto ambiental y solidaridad [§  140].

La cuestión ambiental es, así, decisiva también para el cristiano: «Algunos cristianos comprometidos y orantes [...] suelen burlarse de las preocupaciones por el medioambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana» [§ 217].

¿Es posible reconciliarse desde el seno de una sociedad en la que anida la injusticia? Francisco propone cambiar el estilo de vida. Tanto con pequeños gestos cotidianos como edificando una cultura del cuidado [§ 231]. Ante el fracaso del mundo y del corazón que degrada la Tierra y excluye a sus iguales, el Papa nos invita a educarnos en una «austeridad responsable», en «la contemplación agradecida del mundo» y en «el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente» [§ 214]. La conversión a la felicidad requiere mirar mejor [§ 114,  § 158], «valorar cada persona y cada cosa», saber «gozar con lo más simple» y «limitar algunas necesidades que nos atontan» [§ 223]. Vivir mejor con menos porque «menos es más» [§  222] para quien aprende a contemplar. En este punto, Francisco dirige la mirada a Jesús: «Él sí que estaba plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura, y así nos mostró un camino para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados» [§ 226].

Se trata, en definitiva, de recuperar «los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios [§ 210]». Volviendo al principio, «todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad [§ 240]».