Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

La pandemia que no vimos

Texto: María Jiménez Ramos, periodista y doctora en Comunicación. Fotografía: Susana Girón

Mientras los medios batían récords de audiencia en las fases más agudas del covid-19, los fotoperiodistas lidiaban con un bloqueo para inmortalizar los efectos más duros de la enfermedad. Al final, lo consiguieron, aunque con retraso. En un mundo hiperconectado, las imágenes de los días más amargos del virus solo permanecen en la memoria de sus testigos directos.


Antes de que los evacuaran de Wuhan (China), Héctor Retamal, Leo Ramírez y Sebastien Ricci conformaban el único equipo de una agencia de prensa internacional —AFP— que continuaba trabajando en el primer epicentro de la pandemia. El 30 de enero, Ramírez alertó a sus compañeros de que debían ir rápido a una dirección concreta de la ciudad. Al llegar, encontraron el cadáver de un hombre tendido en el suelo con la mascarilla blanca aún puesta. En una de las fotografías que tomó Retamal se ve a dos policías enfundados en trajes de protección merodeando cerca del muerto, aunque a cierta distancia. En otra, a un hombre que circula en bicicleta por delante del cuerpo, sin mirarlo y también con mascarilla. Las imágenes, que se publicaron en medios de todo el mundo, desencadenaron titulares sobre la vida dentro de aquel confinamiento aún inaudito y otros que señalaban a Wuhan como la zona cero del aún entonces extraño virus. A Retamal, como contó en un blog de AFP, lo que le llamó la atención fue que en China un cadáver estuviera dos horas en plena calle a cincuenta metros de un hospital. Escribió su reflexión desde un resort francés a donde él y sus compañeros fueron trasladados unos días después para que pasaran la cuarentena.

José María sabe que si su teléfono suena pasadas las nueve, es importante. Es médico de urgencias en un pequeño ambulatorio rural por pura vocación, porque prefiere asistir a los pacientes sin prisa. También estos centros de atención primaria se adaptaron a los nuevos protocolos. La sala de la imagen, con solo una silla y oxígeno, sirve para los casos compatibles con coronavirus; así es más seguro desinfectarla | FOTO: Susana Girón

Durante las semanas más duras de la pandemia, con la vida y la economía de muchos países casi totalmente paralizadas, a los periodistas se los ha considerado trabajadores esenciales. Junto a los sanitarios, empleados del sector de la alimentación y el transporte o los funcionarios de prisiones se encontraban también los profesionales que debían cubrir una de las necesidades básicas de los ciudadanos: la información. Un estudio de la consultora Havas Media Group apunta que el papel de los medios durante las primeras semanas del confinamiento en España fue «muy importante» para más de la mitad de la población. Entre mediados de marzo y mediados de abril, la televisión tuvo más de nueve millones de espectadores diarios, que pasaron delante de la pantalla una media de 260 minutos al día, mientras que en las jornadas previas a que se adoptaran las primeras medidas sanitarias la audiencia no llegó a los siete millones. La radio aumentó un 112 por ciento sus oyentes y los diarios digitales vieron cómo el número de páginas vistas crecía un 45 por ciento, de acuerdo con otro estudio de la consultora IPG Mediabrands. Medios como eldiario.es y cabeceras internacionales como The New York Times o The Guardian han batido sus récords no solo de lectores, sino también de suscriptores. Aun así, los medios locales son los que más han subido: a mediados de marzo, en Francia, Alemania, Italia y España las visitas habían crecido por encima del 101 por ciento  —hasta un 158 por ciento en España— y en Reino Unido, un 45 por ciento, de acuerdo con las cifras de la consultora Comscore. 

Si una de las misiones clásicas del periodismo es aportar a los ciudadanos información suficiente para que tomen decisiones libremente, parece que el objetivo se cumplió. Un estudio del Reuters Institute realizado en seis países (Estados Unidos, Reino Unido, España, Alemania, Corea del Sur y Argentina) revela que  el 60 por ciento de la población cree que los medios le ayudaron a comprender la pandemia y el 65 por ciento opina que han explicado lo que puede hacer ante el virus. «Cuando la información es cuestión de vida o muerte, no bastan los mensajes de las autoridades, también son necesarios los mensajes de los medios», afirma Eduardo Suárez, periodista y responsable de comunicación de Reuters Institute. Los datos reflejan que, en general, hay indicios de un aumento de confianza en los medios, denostada en los últimos años, aunque se mantiene a la baja en las sociedades más polarizadas, con Estados Unidos a la cabeza. 

Belén es enfermera en el Centro de Salud del municipio de Huéscar (Granada). Es 2 de junio y acaban de recibir una llamada de emergencia a domicilio. Rápidamente salen en la ambulancia para atenderla. El tiempo del traslado siempre se vive con preocupación, en una calma incómoda ante la incertidumbre de lo que te puedes encontrar. Esta urgencia al final fue fácil: retirar una vía venosa | FOTO: Susana Girón

A medida que avanzaban las semanas de confinamiento, el volumen de información era tan elevado que la audiencia comenzó a admitir que estaba «sobreinformada» o, en otras palabras, que recibía sobre el coronavirus más información que la que necesitaba. En Reino Unido, donde Reuters Institute realiza un ambicioso estudio sobre el consumo de información durante la pandemia, se ha puesto cifras a una tendencia que se podría extrapolar a otros países: al pico muy elevado de consumo de información en la primera oleada de la enfermedad lo ha seguido una actitud deliberada de no consumir información sobre el virus. El 22 por ciento de la población la evita «a menudo» y el 59 por ciento, «algunas veces». El fenómeno se llama news avoiders («evasores de noticias») y, aunque no es nuevo, el contexto de la pandemia lo ha puesto de manifiesto. «Al principio la gente se enganchó a la información porque era importante para las cosas más básicas, pero la tensión emocional es mucho más grande y no estamos preparados para mantenerla durante tanto tiempo —explica Suárez—. La gente menos enganchada a la información, en un momento dado, desconecta». Los participantes en el estudio aducen razones como que las noticias sobre el covid-19 afectan a su estado de ánimo o que no confían en ellas. Suárez añade un motivo más: a medida que las fases agudas del brote quedan atrás, ganan terreno las informaciones sobre economía o política, un contenido que al «público más general le interesa menos». Aun así, el tráfico de los medios online sigue muy por encima de los niveles de principios de año. «El interés sigue siendo altísimo», remarca el periodista. 

 

BLOQUEO EN LOS DÍAS CLAVE

Pero, ¿qué información estamos recibiendo? En Amanpour & Company, el programa de la PBS —la televisión pública estadounidense— que presenta la legendaria reportera Christiane Amanpour, la periodista afirmaba que «nuestras pantallas han estado saturadas por estadísticas y ruedas de prensa», pero no por imágenes de las víctimas de la pandemia. Su reflexión venía al hilo de un artículo firmado por Sarah Lewis, profesora de la Universidad de Harvard, publicado en The New York Times el 1 de mayo bajo el título  «¿Dónde están las fotos de la gente muriendo de covid?». Para entonces, el virus ya se había extendido por Estados Unidos, sobre todo por el estado de Nueva York. George Steinmetz, especializado en fotografía aérea y firma habitual de National Geographic, había intentado inmortalizar con su dron las fosas comunes de Hart Island, donde estaban enterrando cadáveres sin reclamar a un ritmo cinco veces mayor que el habitual. Agentes de la Policía de Nueva York confiscaron su dron, que tenía licencia, y lo acusaron de un delito menor acogiéndose a una ley de aviación de 1948. “#Keepthememorycard” [Guardad la tarjeta de memoria”], ironizaba Steinmetz en su cuenta de Instagram. Lucas Jackson, fotógrafo de Reuters, y John Minchillo, de AFP, sí lograron avistar la isla con sus objetivos. Seguían siendo, en cualquier caso, imágenes exteriores, mientras el virus causaba estragos de puertas para adentro. Dos meses antes, cuando el mapa de calor del covid-19 tenía su principal foco en Italia, un fotógrafo debió de hacerse una reflexión parecida a la de la profesora Lewis

Paolo Miranda trabaja en el único hospital de Cremona, una ciudad al sur de Lombardía con algo más de 70 .000 habitantes. Miranda es enfermero de cuidados intensivos, además de fotógrafo. Hasta marzo sus fotos, desde retratos hasta estampas costumbristas o paisajes vacíos con aire bucólico, se publicaban en la edición italiana de la revista Vogue. Cuando Lombardía ascendió a segundo epicentro de la pandemia, Miranda se llevó su cámara al hospital. Captó el esfuerzo de sus compañeros y sus momentos de agotamiento o el ritual para enfundarse los trajes de protección. La imagen más icónica de su serie la protagonizaron dos sanitarios: en un pasillo, uno en cuclillas se sostenía la cabeza con las manos y el otro se inclinaba en lo que parecía un intento de consolarlo. Muchos medios titularon con asombro que los médicos italianos lloraban a causa del coronavirus. Las imágenes se publicaron el 20 de marzo, cinco días después de que en España se decretara el estado de alarma.  

La fotoperiodista Anna Surinyach, cofundadora de la Revista 5W, empezó a mover ficha el 12 de marzo, cuando algunas comunidades autónomas adoptaron las primeras medidas restrictivas. Ese fue el primer día que tramitó una solicitud para fotografiar una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Cuando se publicaron las fotos del hospital de Cremona, aún no había conseguido el permiso. En total tuvo que esperar dos semanas para acceder al hospital de Can Ruti, en Badalona, igual que otros medios como El Mundo o El Confidencial, que no publicaron sus crónicas a pie de UCI hasta principios de abril. «Hay un paréntesis de quince días en los que nadie ha accedido a un hospital. Nadie ha documentado las dos semanas en las que pasó todo. Hubo un cierre de puertas en los principales focos: hospitales, residencias, funerarias… Nos decían que no era el momento. ¿Cuándo, entonces? Han fallecido más de 27 .000 personas y no se ha fotografiado a gente muerta en sus casas, tampoco el aislamiento en familias con algún infectado. Se han perdido días clave de la pandemia. En unos años nos preguntaremos qué pasó, dónde está todo eso», reflexiona Surinyach. En esta línea se han expresado los fotógrafos Ricardo García Vilanova —«No entiendo que con más de 25.000 muertes haya tan poca información gráfica de lo que está pasando», declaró  en una entrevista en 20 minutos— o Emilio Morenatti —«Hemos tenido un bloqueo muy bestia con el tema del covid-19 para entrar a los cementerios y los hospitales. [...] Hemos estado mucho tiempo censurados», manifestó a media.cat—. Para Surinyach, no hay duda de que se trata de una estrategia política orquestada y desplegada por todo el país. «Que no haya imágenes es intencional. Quisieron controlar el mensaje y han podido, pero a la larga saldrán a la luz las deficiencias del sistema. Hay miles de familias afectadas», concluye. 

Su queja se suma a cierta desazón que, según cuenta, comparten otros compañeros de profesión, muchos de ellos fotógrafos freelance para los que ha sido aún más complejo conseguir el acceso a centros sanitarios y lograr por su cuenta los trajes de protección. Echando la vista atrás, cree que han sido «demasiado amables» al fotografiar la enfermedad por temor a que se les cerraran las puertas que tanto les costó que se abrieran. «Estoy segura de que muchas familias a quienes se les han muerto parientes en casa querrían enseñarlo porque se han quedado excluidas del sistema y conseguirían denunciar. Para eso sirve el periodismo», apunta. 

Fran vive en el centro de Sevilla, a orillas del Guadalquivir. Sería un lugar privilegiado si no fuera porque su casa es una furgoneta. Sollozando entre lágrimas pide dos cosas: un sitio seguro donde estar y salir en una foto para que la gente no olvide a los «sin hogar» | FOTO: Susana Girón

El cerrojazo a los focos de la pandemia o, dicho de otro modo, las trabas a los periodistas para hacer su trabajo es uno de los diez tipos de ataques a la libertad de prensa que recoge el Index for Censorship, una organización sin ánimo de lucro que defiende la libertad de expresión. Hasta finales de mayo había registrado 166 ataques en todo el mundo. Entre ellos había 39 denuncias de ataques contra periodistas y dibujantes que se concentran en el norte y el este de Europa; 35 de arrestos de periodistas, activistas, colaboradores de medios o personas acusadas de difundir noticias falsas en países como Rusia, Turquía, Kenia o China; y 34 por impedir a los profesionales hacer su trabajo, como en Venezuela, donde el Gobierno no los ha considerado trabajadores esenciales. También se incluían 12 casos de cambios legislativos o normativos que afectaban al ejercicio de la profesión. Uno de ellos ocurre en Hungría, donde los periodistas representados en la Hungarian Civil Liberties Union denuncian casos de intimidación amparados en una nueva ley del Gobierno de Viktor Orbán, que en teoría pretende acabar con las noticias falsas y contempla incluso penas de prisión, como ha denunciado también Reporteros Sin Fronteras. En España, el Index for Censorship recoge los filtros a las preguntas en las ruedas de prensa gubernamentales. «Esto nos recuerda que la libertad de información no cae del cielo, sino que hay que defenderla de en estas circunstancias. Si hay un retroceso mínimo, hay que recordárselo al poder. La pandemia no puede ser una excusa para atacar la libertad expresión», argumenta Eduardo Suárez

Anna Surinyach consiguió entrar en los focos del virus entre finales de marzo y principios de abril. En el hospital de Can Ruti hizo la fotografía que, para ella, resume la pandemia: un paciente despierta tras pasar veinte días intubado y dos sanitarias entran bailando en su habitación, se sitúan a los pies de la cama y se inclinan para hablar con él. Admite, no obstante, que no ha captado los momentos más duros de las UCI o las urgencias. «Sensibilizaría mucho a la población y no los hemos fotografiado. Si no lo ves, es como si no hubiera ocurrido. Si nadie hubiera fotografiado nunca un rescate en el Mediterráneo o las lanchas llenas de cadáveres, sería como si no hubiera ocurrido. No he visto a nadie que desconecten de una máquina o las urgencias saturadísimas. Solo hay vídeos que hicieron los médicos con sus teléfonos. Es el archivo que nos quedará».