Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Los ojos de la Universidad

Fernanda González [Fia+Com 14]


Son las diez de la mañana cuando Manuel Castells aparece por la puerta del Aula Magna de la Facultad de Teología. Ha llegado en el momento exacto: ni un minuto antes, ni un minuto después. Permanece de pie al fondo del aula durante unos segundos, esperando a que el público tome asiento, y abre el maletín de tela negro, con interior de color verde lima. Allí guarda la cámara, varias tarjetas de memoria y distintas lentes. Le han encargado un plano general y una fotografía de Mons. Ermenegildo Manicardi; antes debe averiguar quién es. Camina sin llamar la atención en busca del ángulo adecuado para el plano general. Después, se acerca a la mesa de los ponentes como si fuera invisible. Capta también imágenes de los otros dos conferenciantes, adelantándose a las necesidades de los periodistas. Cinco minutos después, sale discretamente del aula con treinta y dos fotos. Algunas de ellas pasarán a formar parte del archivo fotográfico de la Universidad.

Manuel heredó el gusto por la fotografía de su padre, que había sido socio fundador de la Agrupación Fotográfica de Navarra. Con doce años, ya tenía en casa su propio laboratorio, donde revelaba fotos en blanco y negro. Entonces sólo existía la fotografía química de negativo. Movido por esta gran afición, decidió estudiar Periodismo en 1982 y desde ese año, ha trabajado de distintas maneras en la Universidad de Navarra. 

Todo empezó cuando una compañera de clase, que colaboraba en lo que ahora es Comunicación Institucional, mencionó que Manuel revelaba fotos. Solían llevar los rollos a revelar a una tienda, pero las fotos tardaban en estar listas. Como Manuel podía hacerlo más rápido, le pidieron que colaborara. Un día le dijeron: “Ya que vas a revelar las fotos, también las podrías hacer”, y así comenzó a trabajar como fotógrafo de la Universidad. Desde 2005 se encarga además de dirigir el Archivo Fotográfico, que en los últimos años se ha digitalizado.

A las 7.45 de la mañana llega al Edificio Central y sube hacia uno de los torreones por un pasillo estrecho y luminoso de escaleras de mármol negro. Allí está ubicado el archivo, una pequeña oficina donde trabajan tres personas. En los armarios se guardan negativos, fichas y fotografías antiguas, que deben ser convertidas a formato digital. Sobre su escritorio reposa una copia de Vida universitaria, una de sus fuentes de información, subrayada con rotulador amarillo. La primera hora transcurre con tranquilad, pues hay poca actividad. Manuel se dedica a gestionar la agenda y a mirar lo que han publicado los medios el día anterior para obtener una pista de las fotografías que necesita. Sin embargo, la agenda no es definitiva porque siempre surgen cosas además de lo previsto; a lo largo de la mañana recibe llamadas pidiéndole que cubra varios eventos.

Su agenda laboral nunca es la misma. El resto del día consiste en un continuo ir y venir en motocicleta del Edificio Central a los lugares en los que tiene que fotografiar. “Hay que saber absolutamente de todo, mi trabajo es muy interdisciplinar. Vamos de Teología a la Clínica en cuestión de minutos”, comenta Manuel. Ha aprendido a conducirse según el protocolo de quirófano y a tratar con distintas personalidades, como los Reyes y el Cardenal Ratzinger, cuando fue investido doctor honoris causa. Hay días más ajetreados que otros: a veces sale del archivo a las nueve de la mañana y no vuelve hasta el mediodía. El tiempo que no está fotografiando lo dedica a gestionar el archivo. Lo que más le agrada de su trabajo es “ser los ojos de todo el mundo dentro y fuera de la Universidad. Es una gran responsabilidad el pensar que tus fotos sirven para enseñar la Universidad a aquellas personas que todavía no han venido a verla”.