Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Oferta de queroseno y montañas baratas


En las entrañas de la cordillera del Karakórum, entre montañas de seis, siete y ocho mil metros, se extiende un circo en el que confluyen varios glaciares como autopistas: es el paraje de Concordia. Al chocar a 4.600 metros de altitud, levantan un oleaje de hielo que lame la base de catedrales de mármoles y esquistos como el pico Mitre, el Marble o los Gasherbrum.

Entre los pliegues de esos glaciares se levantan algunos campamentos para los montañeros que se adentran en la cordillera. En uno de ellos tacha los días Ahmalu, de 25 años, que a principios de junio instaló su tienda entre hielos y planea quedarse durante los cuatro meses del verano, hasta finales de septiembre. Almacena queroseno y harina para vendérselos a las expediciones.

Ahmalu desayuna té y chapatis (tortas de harina), come lentejas y chapatis, cena té y chapatis; así durante cuatro meses. Aprovecha el paso de los montañeros para preguntarles si les sobra alguna linterna frontal o algún saco viejo, incluso para pedirles algún picture book: alguna revista de fotos que no es para consumo propio sino para vendérsela a los reclutas pakistaníes que se desesperan de frío y aburrimiento en varios puestos cochambrosos a lo largo del glaciar Baltoro, cercanos a la conflictiva frontera con la India. El negocio del queroseno pierde gas, como tantos otros aquí. El número de expediciones y grupos de senderismo que recorren el Karakórum cayó en picado desde los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, desde que las guerras y el terrorismo empezaron a sacudir con más fuerza esta zona de Asia, a pesar de que el Karakórum es una región tranquila. A partir del 2002, el Gobierno pakistaní, alarmado por el bajón del turismo de montaña, redujo el precio de los permisos. Las cimas pakistaníes están de oferta: el permiso para subir al Broad Peak, que antes costaba 9.000 dólares, bajó a 4.500.  Este año parece incluso peor. La crisis económica mundial ha subido hasta este mundo de hielo de Concordia: algunas expediciones se han suspendido a última hora por falta de patrocinio; los senderistas no tienen dinero para pagarse el habitual recorrido por el glaciar Baltoro; las agencias pakistaníes, los guías y los porteadores están preocupados por la pérdida de clientes. Ahmalu cree que tendrá que rebajar el precio de su mercancía, porque además ha llegado a los alrededores otro puesto de queroseno que le hace competencia.

Le sobra experiencia para deducir que este año pinta mal desde el principio, porque ha vivido ya siete veranos en Concordia. Empezó con el negocio a los 18 años: no le gustaba el trabajo de porteador, al que se dedican casi todos sus paisanos de Askole, y prefirió ocupar este puesto en el glaciar. Es duro, dice, porque pasa mucho tiempo sin ver a los suyos, pero también le resulta divertido porque conoce a montañeros de muchos países que andan arriba y abajo. Ahmalu tiene cinco hijos, el mayor de ellos interno en un colegio de Karachi, y le duele no verlos durante tantos meses. También echa mucho de menos a su mujer pero añade, entre risas, que por aquí pasan muchas alpinistas extranjeras guapas. 

Tampoco parece buen año en ese aspecto: a mediados de junio aún no ha pasado ninguna.