Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Mª Paz Benito: "Un juez tiene que hablar a través de sus sentencias con independencia de cómo se llame"

Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Fotografía Manuel Castells [Com 87]

Aún conserva sobre la mesa del despacho la orquídea que su marido le regaló en junio, cuando la nombraron jueza decana de Pamplona. Tiene 35 años, es madre de dos hijos y desde 2003 se encuentra al frente del Juzgado de Instrucción nº3 de la capital navarra. Por allí ha visto pasar a menores indefensos, yonkis anacrónicos, violadores o  ladrones cargados de antecedentes. En algunos casos, sus decisiones han servido para cambiar el rumbo de esas historias que transcurren en los márgenes del sistema. Quizá por eso afirma con rotundidad que la justicia que se ejerce en España es “responsable e independiente”. Quizá por eso la orquídea se mantiene fresca sobre la mesa.


¿Qué espera un ciudadano del poder judicial?
Una respuesta rápida, ágil y eficaz a un problema concreto.

¿Y eso se cumple?
Sería el ideal, pero no se puede cumplir por la propia situación en la que nos encontramos: hay una gran cantidad de trabajo acumulado y son necesarios nuevos medios. Pero se intenta solucionar, tramitar y tomar las decisiones de la manera más rápida posible. Ahí estamos.

¿Qué características debería reunir un buen juez?
Tiene que ser muy consciente de que representa a un poder del Estado, que es el Judicial. Todas sus decisiones tienen unas consecuencias para la persona afectada, para quienes le rodean y para la sociedad en general. Debe ser moderado. Debe aplicar la ley a cada caso concreto de la manera más justa posible, para que el resultado no sea una aberración. Debe buscar soluciones reales a los conflictos. También creo que el juez debe ser una persona cercana: que no se le vea como a un señor con una toga subido en un estrado, sino como a alguien cercano, con empatía: la gente ha de entender lo que dice.
¿Es fácil tomar decisiones?
No. A veces es complicado, algunas hay que pensarlas mucho. Unos temas se resuelven enseguida y otros tardan más.

¿Siente un juez cierto temor cuando decide enviar a alguien a prisión?
Hay que pensar bien la ley y el artículo que se deben aplicar: cuáles son los supuestos concretos que se establecen para poder enviar a esa persona a prisión, y valorar las circunstancias del caso concreto... Aún así, a veces no es fácil tomar esa decisión, aunque sea la que procede.

En estos casos, ¿el juez puede llegar a sentirse solo?
Es verdad que el trabajo del juez es solitario. Está en el despacho con sus expedientes y se relaciona con los abogados, con los procuradores, con el fiscal o con el secretario. Todos aportan su granito de arena, pero al final la decisión última es suya.

¿Se equivocan los jueces?

Cuando un juez firma una resolución, está convencido de que ha tomado la decisión adecuada. Pero tenemos un sistema en el que las decisiones de un juez pueden ser revisadas por un órgano superior.

¿Le ha tocado alguna vez firmar una decisión con la que moralmente haya estado en desacuerdo?

Moralmente se pueden pensar muchas cosas y cada uno tiene unas ideas. Desde luego, hay unos principios básicos comunes que todos debemos respetar. Pero el punto de vista personal no puede afectar a las decisiones judiciales. Es verdad que en ocasiones te encuentras con que una ley o un artículo pueden ser demasiado rigurosos o muy imperativos, y que realmente te hubiera gustado ir hacia otro camino.

¿Sería razonable que un juez se acogiera a la objeción de conciencia?
Me parece peligroso. Un juez es un representante del Poder Judicial. Y mientras estemos en un estado de Derecho en el que existe la división de poderes y en el que las leyes las aprueba el poder legislativo, su papel es el de aplicarlas. Lo contrario sería como permitir que cada juez llegara a la Audiencia con su bagaje personal, y que tomase las decisiones de acuerdo con él. Creo que mientras se respeten los principios básicos de una democracia, el juez no puede cuestionar las leyes. En todo caso, ya hay un Tribunal Constitucional para decidir sobre aquellas que puedan ser contrarias a los derechos fundamentales. Plantear en ese contexto la posibilidad de la objeción de conciencia me parece peligroso.

¿Están exentos de corrupción el poder judicial y los magistrados?
Habría que examinarlos uno a uno. Lo que sí puedo afirmar es que yo no me he encontrado con ningún compañero que me pareciera que pudiese estar corrupto. Pienso que, en general, el Poder Judicial está totalmente limpio. Como en todas las profesiones, habrá algunas personas que podrán tener sus tentaciones, pero todos los jueces somos muy conscientes de nuestro trabajo y de que nos dedicamos exclusivamente a eso. Cuesta mucho ser juez y es una profesión muy vocacional. Por eso se me hace difícil pensar que un compañero pueda olvidar todos sus ideales y toda su andadura para venderse en un momento dado.

Sin embargo, últimamente vemos a Garzón todos los días en los periódicos por alguna de sus tres querellas.
No me atrevo a decir que sea un juez corrupto. Es cierto que hay problemas relacionados con jueces concretos, por supuesto, como en cualquier otra profesión. Pero de ahí a concluir que la justicia tiene problemas o que está corrupta, hay mucha distancia. Los ciudadanos pueden estar tranquilos.
Se suele decir que la justicia en España es muy lenta y que está mal…
Hace un tiempo, el Consejo General del Poder Judicial hizo una encuesta sobre la visión que tenían los ciudadanos de la justicia. La conclusión de aquel sondeo fue que la justicia estaba mucho mejor valorada por quienes habían tenido algún pleito en los juzgados y tribunales que por aquellos que no los habían pisado. Es cierto que la justicia española tiene muchas carencias. En algunos casos hemos visto que la solución llega tarde y parece que la culpa es del juez, pero los procedimientos tienen unos plazos y muchas veces el propio procedimiento es el que hace que un asunto vaya lento. Faltan medios, faltan muchos jueces y hay que renovar muchos aspectos de la Administración de Justicia, aunque quizá no sea este el momento, teniendo en cuenta la crisis. Con todo, no creo que se pueda decir que la justicia en España es mala.

¿Y cuáles serían los puntos fuertes de sistema judicial en España frente a otros países?

No conozco muy a fondo cómo está organizado el sistema judicial en otros países;  no me atrevo por tanto a hacer comparaciones. Sí que creo que la nuestra es una justicia responsable y muy independiente en la que los jueces no se ven en absoluto mediatizados ni dirigidos por ningún otro poder.

A juzgar por algunos casos que han salpicado a la Comunidad de Madrid, no es fácil creer en la separación entre justicia y política...

No creo que haya una politización de la justicia… Otra cosa es cómo hablen de los asuntos que se están instruyendo determinados grupos o personas interesados en ellos. Pero en el trabajo que realiza cada juez en su despacho no existe ninguna politización. Es cierto que se habla mucho de algunos casos, pero no creo que los comentarios lleguen a influir en la decisión del juez.

Sin embargo, los jueces del Tribunal Constitucional son elegidos en función de quién gobierne en cada legislatura…

La forma de designación de determinados jueces quizá no sea la más adecuada: efectivamente, permite pensar que haya intereses políticos detrás. Me da mucha pena que lleguemos a esa conclusión. Estoy segura de que las personas que finalmente se eligen son perfectamente válidas, con unos currículos impecables, y con unos méritos realmente reconocidos para ocupar esos cargos.

¿Cree que la insistencia de los medios de comunicación dificulta la labor de los profesionales de la justicia?
En los medios de comunicación se habla mucho de la reelección y renovación de los miembros del Tribunal Constitucional o de la designación de vocales del Consejo General del Poder Judicial y de las presidencias, pero lo que no trasciende es el trabajo diario de los jueces. Siempre hay asuntos mediáticos y casos que interesan más a la sociedad, pero los jueces trabajan en sus despachos, sin pensar que lo que hacen va a salir en prensa o que se va a hablar de ello.

¿Es bueno que los jueces sean conocidos?
No me gusta que se den nombres de jueces, ni que los jueces den su nombre. La justicia debería ser anónima: un juez tiene que hablar a través de sus sentencias y de sus decisiones con independencia de cómo se llame y de quién sea.

¿Qué le parece que determinados políticos o personajes públicos salgan en defensa de un acusado antes de ser juzgado, como ocurrió con Zapatero o Saramago ante la suspensión de Garzón?
Cuando una persona está en un proceso judicial es el Tribunal el que tiene que hablar. Las opiniones sobran, especialmente cuando vienen de determinadas personas que ocupan unos cargos relevantes. En esos casos, ya no se trata de simples opiniones personales: lo que dicen les trasciende a ellos, tiene que ver con las instituciones a las que de algún modo representan. Tanto para respetar la presunción de inocencia como para dejar claro que se está trabajando con independencia, es mejor no valorar. Pero también existen la libertad de expresión y la de información...

Ha mencionado la presunción de inocencia. Hace unos meses fue linchado periodísticamente un joven de Tenerife acusado del asesinato de una niña. Luego se descubrió que la pequeña había muerto por una lesión sufrida en unos columpios.
Tendríamos que establecer una relación adecuada entre el derecho y el deber de informar. El secreto no se decide para entorpecer o molestar a los periodistas, sino que se trata normalmente de asuntos que aún se están investigando o que tienen una gran trascendencia y que se podrían echar a perder si se publicara algo. En el caso de Tenerife ocurrió que se publicó información cuando sólo había indicios que todavía se estaban corroborando.

Quizá lo que se publica en la prensa cree, en ocasiones, más dolor que la propia sentencia…

Sí. Hay personas que ya están marcadísimas antes de empezar el juicio. Puede suceder incluso que ni siquiera lleguen a tener un juicio, porque la investigación concluye que no hay pruebas de su responsabilidad y se archive el procedimiento.

¿Qué le parecen los jurados populares?
(Suspira) Tengo mis reticencias. Los jurados populares son una figura que está en el ordenamiento jurídico y, mientras no haya una modificación legislativa al respecto, son el instrumento que tenemos para juzgar determinados delitos. Juzgar es una función muy dura y muy difícil que corresponde a los jueces, que tenemos que estudiar y trabajar mucho para adquirir experiencia y hacer las cosas mejor. Creo que, más que la existencia del jurado popular, habría que revisar el tipo de delitos sobre los que tienen que emitir veredictos.

¿Cuál sería el sistema legislativo perfecto?
No creo que esté mal el que tenemos, siempre y cuando el sistema democrático dicte las leyes conforme a un interés común. Esto debería suceder en todos los casos de una forma pura, de modo que lo que inspire realmente a los distintos grupos parlamentarios para valorar una determinada ley, para aprobarla o no aprobarla, sea siempre el interés común, sin aspiraciones partidistas. Sin embargo, a veces da la impresión de que son estas últimas las que prevalecen.

Los Juzgados de Instrucción ponen con frecuencia a sus titulares frente a los “perdedores de la sociedad”. ¿Por qué lo eligió?
Tengo que ser sincera: estoy aquí porque, cuando ascendí de juez a magistrado, una de las plazas a las que podía optar era Instrucción 3 de Pamplona. Hubiera venido a cualquier otro juzgado, pero este me gusta mucho por el dinamismo que tiene. Son decisiones que hay que tomar de forma rápida, los procedimientos son muy ágiles, se ven cosas muy diferentes… Te enfrentas a problemas muy reales a los que es muy difícil dar solución porque no hay medios. A veces tampoco hay nada previsto en la ley para hacer frente a determinados casos concretos.

Por su despacho pasarán muchas personas a las que es difícil sacar del agujero...
Hay personas que han sido detenidas hasta 25 veces porque únicamente han cometido faltas, y eso sólo está penado con multas. Son reincidentes, sí, pero si escarbásemos un poco en su situación personal, quizá podríamos hallar alguna explicación que nos ayudase a buscar algún tipo de medida. Las toxicomanías y el alcoholismo tienen una trastienda que va más allá de lo meramente jurídico. Son casi una forma de vida. Desde el punto de vista jurídico, nosotros podemos aplicar la pena que corresponde a un hurto, pero realmente no se ha resuelto el problema.

¿Le afecta eso personalmente?

Sí. Los jueces intentan buscar una solución dentro de las posibilidades que existen. Una son los servicios sociales. Pero en muchos casos no queda otra alternativa que mandar a una persona a prisión. Me refiero por ejemplo a los toxicómanos. Ahí lo ideal sería tener un centro al que enviarlos, pero no siempre lo hay.

¿Es fácil desconectar de estos problemas y realidades cuando se sale de trabajar?

Hay asuntos de los que es imposible desconectar, que calan mucho. Y aunque sea de forma inconsciente, sigues dándoles vueltas cuando llegas a casa. A lo mejor estás cenando y piensas: “Ya sé lo que voy a hacer, voy a llamar mañana a no sé quién y voy a dictar un auto...”. Pero es importante desconectar porque una cosa es la vida profesional y otra la personal. Si no, acabaríamos con nosotros mismos.

¿Recuerda algún caso concreto que le haya calado especialmente?

Los que implican a menores. Estamos hablando de niños de tres o cuatro años que son totalmente indefensos. A veces el delito se ha cometido en el seno de la familia o de personas de confianza. Afecta muchísimo ver que las únicas personas en las que ellos confían les han traicionado. También afectan los asuntos graves que requieren una investigación dura y difícil. Y los casos en los que hay que mirar desde el punto de vista no sólo de la víctima sino del autor para valorar la situación en la que se encuentra y ver qué es lo que se podría hacer para intentar que salga adelante.

El hecho de ver tantos casos duros desde que se empieza a ejercer, ¿puede hacer que, pasados los años, se haga callo y no se perciban de la misma forma?
Hay determinados asuntos que te siguen afectando, por muchos que veas. Por ejemplo, los asesinatos. Pero es  verdad que, a la vez, adquieres experiencia sobre cómo tramitar algunas cosas para que resulten más ágiles o más eficaces. Los asuntos realmente graves se siguen viendo igual, y la responsabilidad se siente como al principio.
Ser una mujer juez y tan joven, ¿es una ayuda o una dificultad?
Ayudar no creo que ayude en nada, pero tampoco creo que dificulte. Las cosas han ido cambiando. Es probable que hace unos años, cuando realmente empezaba a haber mujeres, las cosas fuesen más difíciles para ellas. Ahora se ha normalizado mucho la presencia de la mujer en la justicia. Y lo de joven ya va siendo relativo: tengo compañeras que son incluso más pequeñas que yo. Cuando vas adquiriendo experiencia, la edad se queda en un segundo plano.

En alguna entrevista ha confesado que le gusta leer novelas de intriga. ¿Ha tenido la sensación de haber leído casos demasiado parecidos a los que le ha tocado instruir?
Millones de veces. Antes, cuando leía una novela, decía: “Esto es ficción”. Pero al empezar a trabajar me di cuenta de que la ficción es la realidad. Hay asuntos del juzgado que parece que son ficción, por muchas veces que los leas y los releas. No te puedes llegar a creer que realmente ocurran determinadas cosas. La actividad de un Juzgado de Instrucción daría para muchísimos guiones de películas y para muchísimos argumentos de libros.

¿Algún episodio destacado que recuerde?
Soy muy mala para las anécdotas... Supongo que bastaría con pensar en la última guardia... El otro día, por ejemplo, apareció una señora que había comprado una Blackberry por cinco euros a un desconocido que la abordó en  un semáforo. El aparato no funcionaba, claro. Muchas de las personas que acuden al Juzgado traen historias curiosas. Hay incluso algunas que vienen aquí, que declaran, que son juzgadas, que escuchan la sentencia y que, después de todo el proceso, te preguntan: “¿Podría hablar con el juez?”. Ni se habían enterado de que el juez es la persona que les había estado atendiendo desde que aparecieron. Quizá es que se imaginaban a alguien con una toga, como en las películas. De todos modos, son mucho más tristes los casos de personas que han sido detenidas por algún delito relacionado con la pornografía infantil. Muchos de los imputados que se han estado bajando imágenes de internet tienen la sensación de que lo que hacían no estaba mal. Son incapaces de retrotraerse  y de imaginar qué les han tenido que hacer a esos niños de las imágenes para que ellos puedan verlas.

¿Hay algún libro o algún suceso que al conocerle le ayudase a decidirse por su futuro profesional?
No, no creo que fuese por ningún caso concreto. No lo puedo particularizar así.
Cuando se comete un delito hay que buscar la solución jurídica pero normalmente también hay un trasfondo social y hay que intentar también ir un poco más allá. Esa amplitud de miras fue lo que me atrajo, más que un caso concreto.

¿Y juez?
Me gustaba el meollo de la profesión antes incluso de ponerme a estudiar. Al principio quería ser fiscal. Cuando empecé a opositar, el temario era común con el de juez. Se convocaron primero las oposiciones de juez, y las aprobé. Ahora estoy encantada de ser juez.