Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

¿Por qué redescubrir a Haydn hoy?

Texto: Edgar Martín, director de orquesta y divulgador musical. Colaboradora: Ana Eva Fraile [Com 99]. Fotografía: © Wikimedia Commons     

Algunos nombres no suenan tanto como deberían. El de Joseph Haydn es uno de ellos. En 2022 se conmemoró el 290 aniversario de su nacimiento y la historia ha tenido una nueva oportunidad para saldar parte de su deuda con la figura que cambió el rumbo de la música en el siglo XVIII. 


Cruzamos puentes a diario. Casi sin darnos cuenta. Como si esas dos orillas no hubieran nacido separadas. Los recorremos creyendo que siempre han estado ahí, sin advertir que un día alguien ideó los pilares que sostienen nuestros pasos. En la historia de la música, Franz Joseph Haydn (1732-1809) fue el ingeniero que unió las riberas del Barroco y el Clasicismo. Se enfrentó con valentía a los cánones establecidos y cimentó la transición de un estilo recargado que exaltaba el contrapunto a otro galante en el que primaba la melodía acompañada. 

Haydn se ganó el sobrenombre de «padre del Clasicismo». No obstante, su familia musical es numerosa. Se le atribuye también la paternidad de las sonatas para piano, demostró su brillantez compositiva en los cuartetos de cuerda, hizo de la sinfonía la obra orquestal por excelencia… Aunque no se puede hablar de patrimonio exclusivo, el genio austriaco sublimó el legado barroco. 

Insustituible hoy en la terna de grandes clásicos, junto con Mozart y Beethoven, en el siglo XVIII Haydn fue el músico más reconocido de Europa. Nadie cuestiona su lugar en la historia, sin embargo, sus composiciones no llegan al público contemporáneo con la misma profundidad que las de sus compañeros de honores. Al igual que a veces un hijo no termina de comprender las palabras de su padre, Haydn puede resultar difícil de escuchar. Quizá por ello su nombre no ha frecuentado los programas culturales. 

 

Primeros pasos

El pequeño Haydn recibió sus primeras lecciones musicales de su padre. Construía carruajes y al volver a casa, en la aldea austriaca de Rohrau, solía cantar acompañándose al arpa. Su hijo —el segundo de doce— tenía una voz hermosa y se incorporó con ocho años al coro de la catedral de San Esteban de Viena. Allí escribió sus primeras composiciones.

 

En 2022, con motivo del 290 aniversario de su nacimiento, numerosos conciertos aplaudieron su memoria. Una de las obras que más sonó fue La Creación, probablemente la mejor puerta para entrar en su increíble universo. Este precioso oratorio inspirado en Händel se estrenó el 29 de abril de 1798 en un palacio vienés, pero sus ocho minutos iniciales, escuchados sin prejuicios, podrían haber sido la banda sonora perfecta para cualquier película de George Lucas. La representación del caos, el primer número del libreto, ilustra de forma maravillosa el big bang.

Además de la belleza, otro camino para aproximarse a Haydn es hacerlo en clave de humor, tantas veces presente en sus partituras. Por ejemplo, en el 4.º y último movimiento del cuarteto op. 33 n.º 2, La broma (1781), juega con los oyentes: ¿cuántas veces habría aplaudido el auditorio creyendo que la pieza había terminado? Y en la sinfonía n.º 94, La sorpresa (1792), su famoso golpe de timbal irrumpe para, según el propio compositor, despertar a quienes dormitaban durante los conciertos. 

Una célebre muestra del ingenio de Haydn es su sinfonía n.º 45, conocida como la de Los adioses. La interpretó por primera vez en 1772, tras once años al servicio de la casa Eszterházy. En 1766 se había convertido en primer maestro de capilla. Dirigió la orquesta del príncipe, que le acompañaba también durante largas temporadas en su palacio de Hungría. Los músicos, cansados de permanecer lejos de sus familias, pidieron a Haydn que intercediera. Para escenificar el descontento compuso una sinfonía con un sorprendente final. Hasta entonces, todos los instrumentos dejaban de sonar a la vez, pero en esta pieza lo hicieron poco a poco. Al concluir su solo, cada intérprete recogió en silencio su partitura, apagó la vela de su atril, hizo una reverencia y abandonó la sala hasta que sobre el escenario quedaron un par de violines. El príncipe Nicolás valoró la sutileza de la reivindicación y la corte regresó a Viena.  

 

 

«En mis obras encontraréis siempre momentos joviales ya que yo lo soy. Al lado de un pensamiento serio, reflexivo, encontraréis siempre otro alegre, como en las comedias de Shakespeare». Así describía Haydn su propia música, como señala la revista El Ciervo. Una forma de ser que dibujó sobre los pentagramas de su extensa producción: 104 sinfonías, 68 cuartetos de cuerda, 62 sonatas para piano, catorce misas, trece óperas y muchas obras más. 

En septiembre de 1790, al fallecer el príncipe, cerró una etapa de servidumbre que había durado casi tres décadas y comenzó a viajar. Alejarse de los pautados entretenimientos palaciegos sintonizó a Haydn con las inquietudes de su tiempo y le llevó a desarrollar su creatividad en un sentido más íntimo y profundo, desde el que exploró la tensión de las armonías. Como condensó Charles Rosen, que en 1971 analizó El estilo clásico, «te lleva al límite de las reglas que rigen la música, y, justo cuando crees que esta vez ha ido demasiado lejos, chasquea los dedos y de repente estás de vuelta con el tema de apertura». 

Antes de partir hacia Londres, a Haydn no le preocupaba no saber inglés. «Mi idioma se entiende en todo el mundo», dijo. Quizá este sea un momento perfecto para poner a prueba el oído.

 

APUNTES

 

Amigo y maestro

Haydn conoció a Mozart hacia 1784. A pesar de la diferencia de edad —les separaban veinticuatro años— cultivaron una gran amistad y disfrutaban tocando juntos en cuarteto. Mozart admiraba a su mentor, que también dio clases de contrapunto a un joven Beethoven, recién llegado a Viena con 21 años.

 

Haydn y España 

Que alrededor de 1795 José Álvarez de Toledo, el duque de Alba, posara para Goya mientras sostenía entre las manos una partitura de Haydn retrata la influencia del músico en los confines de Europa. Aunque el compositor austriaco nunca viajó a España, sí creó una obra financiada por el marqués de Valde-Íñigo, un aristócrata gaditano. Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz se estrenó en 1787 en el oratorio de la Santa Cueva (Cádiz) y se convirtió en una de sus piezas maestras. Concebida como música de meditación para la liturgia, «cada sonata, o cada texto, está expresado meramente por música instrumental, de tal manera que despierte la más profunda impresión en el alma», según explicó el autor en una carta. Haydn la adaptó para tres posibles ejecuciones: como oratorio, para orquesta y para cuarteto.