Byung-Chul Han
Herder, 2025
144 páginas
14 euros
Cada libro de Byung-Chul Han es una oportunidad para constatar que estamos ante uno de los grandes incitadores de este siglo. Tan estimulante en lo pedagógico como pobre en lo sustantivo, tendremos que agradecer siempre al ensayista surcoreano la academia filosófica que ha montado, ideal para nuestra era: su prosa entrecortada, sugerente y chisposa es muy acorde con el aroma de los tiempos. En esta nueva entrega, El espíritu de la esperanza, está su sempiterno estilo: un festín etimológico y una indudable destreza en la cita que acompaña de farragosidad, empecinamiento metafísico y una cargante insistencia en las cursivas.
En cuanto al tema de esta ocasión, resulta muy pertinente su crítica al pensamiento apocalíptico y el modo en que desmonta el optimismo y el pesimismo. No lo es tanto cuando escribe, por ejemplo, que «la esperanza no se puede enseñar ni aprender como una virtud» (sería la primera virtud que no pudiera enseñarse), añadiendo que «se necesita una política de la esperanza» para que esta se propague. Son ecos de La sociedad del cansancio y el resto de sus obras en las que se muestra oscuramente determinista en cuanto a este momento de lo humano que nos ha tocado vivir.
Lo peor de su libro son sin duda sus heideggeriadas, intentos de resultar insondable y brillante («Ningún deseo es brioso», «Quien tiene esperanza no consume», etcétera) que al menos nos arrancan alguna sonrisa. Como es honesto, no puede dejar de criticar a su maestro —«Solo en la angustia se da una aportación privilegiada»—, a quien desnuda como el solipsista que fue, aunque a él, sin remedio, le fascine.
Lo mejor, su análisis de la cualidad activa de la esperanza, que emprende de la mano de Camus, Arendt y Havel. Sus intuiciones sobre el horizonte abierto y lo trascendental de la esperanza invitan también a que profundicemos en nuestras propias reflexiones. Procede, en este empeño, como resulta habitual en él: pintando capa sobre capa hasta crear cierta textura, tan característica de toda su obra. Han es en definitiva un profesor noble a quien no le duelen prendas en plantear argumentos contrapuestos (así con Bloch/Eagleton), y un buen introductor al gusto filosófico, aunque su estilo, para quien leyó a los grandes y no disfruta con que lo lleven de la mano con los subrayados, pueda resultar fatigoso.