El libro de las hermanas
Amélie Nothomb
Anagrama, 2025
176 páginas, 18,90 euros
Aquel adagio latino —nomen omen— ya sabía que en el nombre tenemos nuestro destino. ¿Quién lo elige? Nuestros padres, nuestro momento histórico. De ahí la importancia de llamarse Ernesto. En la última novela de Amélie Nothomb, El libro de las hermanas, la onomástica es tragedia.
No es la primera vez que la escritora belga se adentra en teorías de la nominación. Ya en Los nombres epicenos (2018) investiga sobre los que pueden ser masculinos o femeninos (como Épicène, Claude y Dominique, envueltos en una trama de venganza y rechazo familiar); así como en Diccionario de nombres propios (2002) explora el destino de una niña, Plectrude, tocaya de una madre asesina y sujeta a un destino que parece querer repetir.
En El libro de las hermanas, aunque lo hace de un modo menos directo, cuenta la historia de Tristane, una niña que nace en un hogar donde los padres, Nora y Florent, viven tan sumidos en su pasión mutua que no dejan espacio para ella. Imposible no pensar en la Tristana de Galdós, y en cómo el nombre puede determinar un carácter y un destino. Los días de Tristane transcurren tristes. No llora, porque le enseñan en la cuna que molesta. Y tampoco destaca, porque quienes podrían valorarla están mirando hacia otra parte.
Su existencia se alegra cuando su hermana pequeña, Laetitia, llega al mundo. No hay mejor nombre para ella. Tristane se convierte, todavía niña, en una feliz madre sustituta: alimenta, protege e incluso enseña a leer a la bebé —en un giro onírico muy al estilo de Nothomb—, y ambas forman una relación inquebrantable a pesar de unos padres ausentes que viven un noviazgo inmaduro y perpetuo, como en la leyenda del ciclo artúrico. La contraposición de esos dos amores (padres, hijas) se desarrolla a lo largo de los años. Además de explorar estas relaciones, la novela incluye pasajes que tratan el despertar y la vivencia de la sexualidad en las protagonistas.
Con el paso de las páginas, la historia se convierte en una maravillosa fábula sobre la educación emocional contemporánea y el precio de la visibilidad. Pero lo que Nothomb deja entre líneas es que los nombres cargan con una herencia invisible: Tristane y Laetitia son, en su propio contraste, dos formas de sobrevivir a la indiferencia. Dos maneras de nombrar el mundo.