Antonio Puerta López-Cózar
Encuentro, 2023
528 páginas
34,50 euros
«¿Mejor o peor?», te pregunta el oculista mientras añade, quita y gira diversas lentes sobre unas aparatosas gafas durante la consulta. Algo parecido hace Antonio Puerta López-Cózar en su libro Gafas para entender el arte moderno. De Manet a Banksy. Ante la miopía con la que un espectador se puede enfrentar al arte de las últimas décadas, el autor presenta 43 lentes con las que ir corrigiendo la mirada. «Es verdad que el arte contemporáneo está sometido en nuestros días a una permanente sospecha de fraude o timo colectivo. Sin embargo, en todas las épocas ha habido arte mediocre, pretencioso o espantoso», afirma Puerta. Esto no es impedimento para que, como él mismo señala, «el espectador o el lector realicen un sano cuestionamiento».
Así como el especialista no te coloca unas gafas pregraduadas, tampoco este libro da respuestas mascadas. Plantea muchísimas preguntas, eso sí, que cumplen el papel de «¿Mejor o peor?»: ¿Cuándo dejó el arte de entenderse como un encuentro entre el mundo y el hombre? ¿Existen líneas rojas? ¿Por qué permanece el realismo aunque esté proscrito? ¿Por qué se desprecia la belleza? ¿Cómo puede ser grandiosa la obra de un artista y él mismo un monstruo? ¿Qué puertas ha abierto el arte del último siglo y medio? ¿Para qué sirve un museo? ¿Existe un arte apolítico?
De 1863 a 2019, de La merienda campestre, de Manet, a Niña con globo, de Banksy, los 43 apartados se ordenan en trece capítulos más amplios que enmarcan el hilo musical que acompaña esta visita al oculista, entre otros: la libertad como valor absoluto, la ruptura y la tradición, la huida de la realidad, la relación entre belleza y verdad, el papel del artista como activista o performer, su capacidad transformadora. Sobre este último punto, el autor expone su deseo de «un arte que además de rompedor fuera capaz de construir una cultura contracorriente ligada a la imagen auténtica del hombre, no a las leyes del mercado o a los intereses partidistas. [...] Esto implicaría que la obra de arte no solo fuera comunicativa [...], sino auténticamente performativa, es decir, transformadora: que mejore la vida con hechos».
Según avance en sus páginas, el lector se acordará de la Historia del arte de Gombrich. Como en este clásico, Antonio Puerta, arquitecto y divulgador, escribe una historia del arte (en su caso, de los últimos 150 años) en la que la obra de la que se habla no está sola flotando en el vacío, sino acompañada de su contexto histórico y cultural. También recuerda a Gombrich la manera de entretejer las continuidades, los solapamientos y las rupturas entre unos movimientos artísticos y otros, y el papel que se otorga a los artistas concretos, en el diálogo con sus obras, con lo pasado y con la realidad que vivieron.
La mirada que propone el autor hacia el arte moderno es una desprejuiciada pero que tampoco cae en lo naif. Denuncia con firmeza algunas de las corrupciones con las que el arte ha coqueteado: la ideologización, el consumismo, la «disneyficación»… Se muestra especialmente crítico con la autorreferencialidad, a la que denomina «veneno mortal», cuando al arte le falta un propósito más allá del yo del artista: «Si no hay un fin fuera de sí mismo, el arte se queda en aspaviento. Por eso, habría que desconfiar del arte que no hiciera mejor al propio artista, o que no le permitiera mirar más allá de su propio ombligo».
Propone también unas metas altas: «Su verdadero destino es mejorar la sensibilidad interior del hombre, precisamente para hacerle más humano. Y al mismo tiempo, es el resultado de una motivación interior, capaz de dar sin recibir nada a cambio». Que la intencionalidad resulta clave es una de las ideas fecundas que abre interrogantes. Puerta defiende que, más que a la pregunta sobre si una cosa es arte o no, hay que prestar atención a «detectar el nivel de profundidad de una obra de arte; por ejemplo, el nivel de implicación personal de un artista en su obra». Monet, Seurat, Van Gogh, Cézanne, Picasso, Kandinsky, Duchamp, Malévich, Hopper, Dalí, Klee, Miró, Pollock, Rothko, Tàpies, Warhol, Chillida… son algunos de los nombres a los que el libro se aproxima a través de sus piezas.
Gafas para entender el arte moderno no es un libro exhaustivo, enciclopédico, aunque las obras seleccionadas son suficientemente significativas para, a raíz de ellas, desplegar toda una reflexión intensiva. A través de sus páginas y sus imágenes, en ocasiones el lector puede incluso situarse hombro a hombro con el pintor frente a su creación. Y asomarse, aunque sea un poco, a ese universo de motivaciones, de preguntas, de imágenes detrás de la decisión de cada pincelada.
Puerta asegura que, para entender una obra, hay que entregarse («mirar, escuchar, recibir»), pero que la duda legítima que surge es «si la obra que se tiene delante merece esa entrega o no, cosa que sin haberse entregado es imposible descubrirlo». A pesar de su extensión, el lector puede entregarse a este libro sin miedo. No es una obra para especialistas, sino para cualquiera que quiera aproximarse al arte moderno con una mirada más amplia.