Título original: Welcome to Derry
Año de emisión: 2025
Cadena original: HBO (8 episodios de 60 minutos)
Emisión en España: HBO Max
Creadores: Andy Muschietti, Barbara Muschietti y Jason Fuchs
«La verdad es que los monstruos son reales y los fantasmas también. Viven dentro de nosotros. Y, a veces, ganan». Lucha. Derrota. Locura. Engendros. Esta ristra torcida que anotaba el propio Stephen King en un prólogo a El resplandor supone una adecuada puerta de entrada —de circo— para Welcome to Derry. Porque lo que late bajo su universo —ya sea en los pasillos del Overlook, en las tumbas de Pet Sematary o bajo los sumideros de Maine— no es solo el pánico, sino la certeza de que el horror es un inquilino cotidiano, íntimo. Casi familiar. Lástima que la serie de HBO, tras los tres episodios vistos por este crítico, no logre afinar ese desasosiego ni convertirlo en algo más que una reverberación deformada del terror kingiano.
El lunes, 27 de octubre, se estrena el primer capítulo en España, e irán apareciendo todas las semanas hasta el 15 de diciembre (parece que volvemos a los días fijos de sofá y manta). Sin embargo, lo que prometía ser uno de los estrenos del año se queda, de momento, en un gran redoble de tambor para un salto en falso: un despliegue técnico apabullante, sí, pero sin alma ni pulso, sin esa electricidad que hacía de It (1986) una novela sobre la infancia y sus padecimientos más que sobre el miedo y sus espantos. En aquellas mil páginas, el temblor de lo sobrenatural se mezclaba con el vértigo de la aventura: aquel Bill Denbrough a lomos de Silver representaba esa libertad imposible de atrapar, el viento en la cara de todo hijo de los ochenta que creyó que bastaba con pedalear más rápido para dejar atrás al monstruo. Aquí, en Bienvenidos a Derry, también hay bicis, circos, bosques, cementerios y hasta fotografías con truco, pero la sensación es parecida a la de contemplar un tráiler sin película. En el libro, los terrores nacían de fuera, pero la verdadera desazón era interna: del tránsito entre la inocencia y la pérdida, del arrebato de saberse mortal justo cuando uno empezaba a imaginarse eterno. Pennywise era la risa que te congelaba en mitad del verano; una metáfora perfecta del trauma que deja huella en el niño. Tras su carcajada grotesca asomaba la conciencia de haber dejado atrás el paraíso.
Sin embargo, en esta precuela comandada por Andy Muschietti, el mismo director de It e It: capítulo dos, los personajes carecen de hervor, de cuajo, de esa mezcla de candor y fiereza que definía al Club de los Perdedores. Ni la nostalgia ni el miedo funcionan como pegamento. Quizá porque el relato se desparrama en demasiados frentes: un intermitente entorno escolar, el racismo de hace setenta años, unos militares que parecen aterrizados de otra serie, conspiraciones insondables, policías corruptos, flashbacks a romances juveniles, aromas sobrenaturales con raíces indígenas y pesadillas excesivas que se hacen carne… de cañón. Todo suena más ruidoso que perturbador, como si los guionistas se hubieran extraviado en su propio diccionario de criaturas abyectas.
Visualmente, Welcome to Derry es hiperbólica y exagerada, un carnaval de vísceras y sustos —un par por capítulo— que confunde el escalofrío con el sobresalto. Que abunden los momentos desagradables en una propuesta de terror va de suyo; el problema es que casi todo lo que impresiona lo hace por saturación. Lo que en King era una atmósfera insana aquí se convierte en fuegos artificiales de maquillaje recargado e imagen generada por ordenador. El gore sustituye a la insinuación y la edición sonora insiste donde el silencio habría helado mejor la sangre.
A pesar de tantos problemas, hay destellos. Los siniestros títulos de crédito consiguen esa alquimia: la mezcla de violencia e ingenuidad infantil. Es el reverso del sueño americano de los cincuenta: tras las sonrisas de anuncio y los jardines recién cortados, el monstruo ya afila los dientes. Ahí sí está conseguida la irresistible ambivalencia de King, con cuya obra los creadores se deleitan: el mismísimo Dick Halloran, el cocinero de El resplandor, aparece como conexión directa entre universos narrativos, en un eco intertextual que el propio escritor practica con asiduidad. Pero el eco suena más fuerte que quien lo provoca y acaba desorientando al espectador: un barullo de focalización que termina erosionando su coherencia narrativa.
Quizá este regreso a Derry logre enderezarse al final de sus ocho episodios. De momento, uno siente como si los creadores se hubieran olvidado la lección más valiosa del rey del terror: que, aunque el miedo más recóndito siga naciendo de los monstruos que llevamos dentro, la emoción brota de quienes se atreven a desafiarlos. Aquí los héroes lo intentan, pero su coraje no contagia; luchan sin esa fe que, en la novela original, nos hacía creer que la amistad podía derrotar a cualquier payaso con globos. En Welcome to Derry, en cambio, solo resuena el rastro de una pedalada mecánica, presa de su propia inercia cansada.
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