Nicola Lagioia
Random House, 2022
464 páginas
22,90 euros
La noticia sobre un crimen brutal suele ocultar, tras la primera reacción de horror, algo de alivio: al menos no le ha ocurrido a un ser querido, o a uno mismo. La ciudad de los vivos, que reconstruye el asesinato que dejó a Italia sin palabras en 2016, provoca lo contrario: el vértigo de reconocer que, si se dan las circunstancias adecuadas, nadie está exento de convertirse en verdugo.
Nicola Lagoia contagia esa incomodidad a partir del asesinato que llevaron a cabo Manuel Foffo y Marco Prato, jóvenes de buena familia. Tras varios días de cocaína, pastillas y alcohol en un apartamento de las afueras de Roma, torturaron y mataron a Luca Varani, un chico de veintitrés años hijo de unos feriantes. ¿Por qué lo hicieron? Desde la cárcel, uno de los asesinos declaró que querían saber qué se sentía al matar a alguien. Por qué querían saberlo y por qué Luca Varani son preguntas para las que no hay respuestas.
Durante cuatro años, el periodista italiano habló con familiares y amigos de los tres jóvenes, accedió a la investigación y al juicio, se carteó con uno de los culpables. Del artefacto armado por el autor, con ecos de Capote y Carrère, lo que emerge no es una explicación —porque no la hay—, sino capas superpuestas que nos alejan de cualquier hipótesis sencilla. A medida que Lagioia profundiza en los retratos de cada uno, más lejanos quedan los porqués. Las familias creyeron que lo hacían todo bien. Las noches de la Roma burguesa y marginal no terminaban nunca. Los protagonistas tenían carencias y necesidades complementarias. En esos claroscuros reside la grandeza y la capacidad de helar la sangre de esta historia.
Un retrato coral de una generación y una ciudad marcadas por el vacío que nos conduce a preguntarnos que, si los actos monstruosos los cometen los monstruos, antes deberíamos entender qué es un monstruo. Cuándo surge, qué lo caracteriza, cómo rastrear dónde se esconde. Un libro perturbador y gigante que logra que la distancia entre el lector y el horror se vuelva incómodamente corta.
