La estatua

Entre escritura y escultura

16 de mayo de 2025 2 minutos


Günter Grass
Alfagura, 2025
73 páginas
16,06 euros

¿Otra vez Günter Grass? ¿No es un escritor pasado de moda, un vejestorio, un apestado que los propios alemanes engullen con resignación? Ante el autor de El tambor de hojalata la crítica se divide entre las loas de Salman Rushdie Transformó lo inexpresable en arte elevado») y los reproches de Werner Herzog («Lo detestaba de todo corazón»). A una década del deceso del Nobel de Literatura 1999, Alfaguara ha publicado un escrito póstumo: La estatua.

La premisa es simple; las proyecciones, complejas. A finales de los ochenta, Grass cruza el Muro de Berlín para declamar un texto «sobre ratas y personas» en la RDA. Se cobija en capillas e iglesias. Le rodean párrocos, punkies, niños. En ese periplo recae en la ciudad de Naumburgo, «gris y encorvada», donde «los edificios viejos se desmoronan a cámara lenta» y el tiempo discurre alterado: «Transparente, contado hacia atrás». La mayor fascinación, sin embargo, le aguarda en la catedral. Las doce estatuas del coro (talladas en piedra, tamaño natural, expresiones palpitantes e identidades ambiguas) le trastornan: especialmente la escultura de Uta, mujer misteriosa, belleza intimidante. Mucho se ignora de su vida. Quién fue. Quién la esculpió. Cómo acabó allí.

A Grass, el enigma de Uta le susurra músicas dispersas. «Por encima del borde abombado del cuello, miraba con grises ojos desde un rostro pétreo más allá de todo y de todos. Lo que estuviera viendo parecía dar miedo», apunta. La estatua —mitad crónica y mitad nouvelle— prosigue con epifanías, reflexiones, encuentros imaginarios, y, antes que nada, con continuas reapariciones de Uta: en el nombre de su esposa, Ute, y en artistas callejeras y estatuas vivientes de Colonia, Milán y Fráncfort. «¿Y si su mirada solo estuviera vacía, ocupada con su vida interior?», se cuestiona Grass para responder que «una mirada vacía tiene que ser llenada de significado, porque alguien piensa que debe ponerle una meta, o abrirle un abismo». 

Al igual que En agosto nos vemos de García Márquez en 2024, la aparición de La estatua entra al debate de las autorías póstumas. Se duda de la pertinencia del texto. ¿Compone un tratado de arte medieval? No. ¿Una ficción maestra? Tampoco. El tono decae por momentos. Prima la pasión y la brevedad. Se lee en un parpadeo. Se lee como un souvenir literario. Los tiernos delirios de un enamorado de las piedras.


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