Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Un americano «haciendo las Américas»

Texto: José Vázquez  

La estancia de doctorado que realizó José Vázquez [Hum 09 MGCO 10 PhD His 15] en Nueva York en 2011 preparó el terreno para su aterrizaje, cinco años después: un sueño cumplido en la ciudad que nunca duerme.


Nueva York [EE. UU.]. Cuando en 2011 comencé la tesis tenía en mente una misión clara: preparar un desembarco en el país de Tío Sam. Washington y Nueva York me atraían por su importancia en las discusiones de impacto global y la presencia de organismos internacionales. Además, esta nación ha acogido a varios miembros de mi familia procedentes de Ecuador y les ha dado oportunidades de progresar.

La Universidad de Columbia —alma mater de Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos— me abrió sus puertas en 2013 para ahondar en pensadores políticos, ya que realizaba mi doctorado sobre el catedrático Ángel López-Amo (1917-1956) y la legitimidad de la monarquía española. En aquella estancia conocí a profesores, políticos y diplomáticos y contacté con profesionales de la arena internacional y del sector privado. Pasaba los días entre el estudio de archivos, la lectura de autores censurados en época franquista, la asistencia a seminarios y la preparación de entrevistas para conseguir un trabajo tras la tesis. Juan Bosco Molina, profesor de la Escuela de Arquitectura recientemente fallecido, fue mi mentor durante el proceso de búsqueda de empleo en Nueva York. Gracias a su ayuda, conocí a su amiga y colega Porie Siakia-Eapen. Hablar con ella me marcó. Nacida en Sri Lanka, entonces era una directiva del MTA, la agencia responsable de la eficacia de los metros, trenes, autobuses y ferris. Sentados a la sombra de los árboles de Bryant Park y protegidos del fragor de la estación de Grand Central por la biblioteca pública, me atreví a preguntarle por qué un cargo tan destacado había accedido a reunirse con un simple doctorando. «Porque aquí uno nunca sabe si en algún momento yo trabajaré para ti», contestó.

 

Con Unicef. José forma parte del grupo de expertos del proyecto Sustainable Development Goals & Families.

 

A finales de 2015, defendí mi tesis en el Aula Magna de la Universidad de Navarra y el día de San Valentín de 2016 pisaba de nuevo el aeropuerto JFK. Dejé en Pamplona más de una década de aprendizaje, muchos amigos de por vida y a mi hermano Sebastián cumpliendo su sueño de convertirse en traumatólogo. Me llevé conmigo unos títulos firmados por Su Majestad y muchos recuerdos, como el pañuelico rojo de Sanfermines y la boina de san Beda, patrón de los historiadores. Ya en tierras de Hemingway, la acogida de mi familia contrastó con los gélidos inviernos del norte.

En los primeros meses en Nueva York, se descubre la cara más hostil de la ciudad: el gentío en movimiento, el ritmo trepidante y el individualismo arrollador hacen de ella un lugar distinto para residentes y turistas. Venía con una agenda llena de nombres pero ninguna propuesta. Era la paradoja personificada de un latinoamericano «haciendo las Américas». Uno de los hilos que me salvó de navegar a la deriva fue Albert Mengual, un buen amigo catalán, con experiencia en la sede de Naciones Unidas en Ginebra.

De un contacto llegó otro y concreté alguna entrevista. A finales de marzo, en un diner regentado por griegos a las faldas del Chrysler Building, defendí mi candidatura ante mi futuro jefe, Ignacio Socías, para trabajar en la ONU como representante de International Federation for Family Development (IFFD). 

El principal reto en una entrevista de trabajo es saber la respuesta a tu debilidad más evidente: en mi caso, el limitado conocimiento que tenía de Naciones Unidas;  por eso me centré en resaltar mi motivación y mi capacidad para aprender. Me aferré también al consejo de uno de mis directores de tesis, Jaume Aurell: «Necesitas un buen traje académico para influir en las relaciones internacionales». Eso fue definitivo para conseguir el puesto. 

 

Mejor con amigos. Con Pablo Castrillo [Com 09 PhD 17] delante del Empire State Building en 2019.

 

Como representante de IFFD en la ONU procuro abrir una línea de comunicación entre los Estados miembros, el mundo académico, el sistema de las Naciones Unidas, las familias y la sociedad civil para poner de relieve la perspectiva de la familia y el alcance de la protección de los niños en el diseño de diversas recomendaciones de política social. Casi nada.

En los últimos años, he participado como project manager en un informe global junto con Unicef. Aunque el proyecto estaba en marcha desde 2016, la pandemia ha corroborado los resultados obtenidos, que sugieren que las políticas familiares son más efectivas cuando están diseñadas dentro de un marco general familiarmente responsable, adoptado no solo para la familia sino también con la familia. 

 

DE LA ONU AL MUNDO ENTERO

Cuando uno cruza la Primera Avenida y se adentra en la sede de la ONU, la ciudad se transforma. Quedan atrás los tiburones legales de Madison Avenue y los agobiados brokers de Wall Street. En el territorio de aguas internacionales que dependen del ex primer ministro portugués Guterres, cada sesión o encuentro es un momento para aprender más de diplomacia, retos globales y relaciones humanas. 

Mi trabajo, centrado en las familias y el parenting, me ha dado la oportunidad de conocer a gente increíble y culturas apasionantes, desde Senegal hasta Rusia, pasando por Guatemala. Antes de la pandemia, amigos y compañeros de trabajo nos reuníamos en la cafetería de Naciones Unidas. En mi primer año organicé un grupo de WhatsApp para que quien fuera a tomar el lunch en el comedor de la ONU avisara. De este modo hemos logrado comer siempre en compañía. Así, entre cristianos, musulmanes, agnósticos, budistas y ateos hemos forjado amistades duraderas. 

El momento más esperado del año suele ser el fin del Ramadán, cuando toda la ciudad sigue sumida en su frenesí pero a los empleados en la ONU nos conceden fiesta. Sin mucho tráfico ni aglomeraciones, viajamos a las playas cercanas y disfrutamos compartiendo tortilla de patata, tradiciones senegalesas y delicias noruegas. También he podido conocer in situ otras culturas: hace unos años nos invitaron a una conferencia sobre integración juvenil en Catar, donde el lujo asiático y el pudor árabe se mezclan. Allí coincidí con un budista y un francés en un trayecto por el desierto a lomos de camello con un guía saudí al son de una playlist de reguetón.

 

Viaje a Catar. Actividad turística en el marco de la conferencia sobre integración juvenil celebrada en Doha en 2018.

 

En medio de la cuarentena, dos de mis hermanos decidieron casarse. Agustín y Rebeca en Nueva Jersey, el verano pasado, y Sebastián y Alexia, en Andorra y Ecuador, unos meses después. Gracias a la facilidad de movimiento que mi trabajo me ha dado, pude estar presente en las bodas, a pesar de los retos logísticos.

Esta última temporada, el mundo ha estado sumido en una precariedad nunca antes vista. Por eso, la actividad multilateral cobra mayor relevancia y en especial para las familias que han sufrido lo más duro del impacto: desde los niños que se han quedado sin escuela hasta las personas mayores con más riesgo de contraer la enfermedad. Es palpable en la actitud de varios países que han colaborado con la vacunación, con los tratamientos más eficaces, con modelos y estrategias económicas y sociales para paliar lo que queda por venir. Hay un clima de mucha esperanza, ganas de transformar y recuperar el tiempo perdido. Al igual que Nueva York, el mundo, reflejado en cada delegación de Naciones Unidas, saldrá reforzado de esta pandemia.

 

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