El invitado
La admiración por Johnny Hoogerland se extendió primero en pequeños círculos. En los foros y las redes sociales, los aficionados al ciclismo jaleaban las chaladuras de este corredor holandés poco conocido, peleón hasta el extremo, casi hasta el absurdo, que en el pasado Tour de Francia se escapaba un día sí y otro también, y que una vez cuajada la fuga seguía atacando y atacando a sus compañeros de aventura, contra toda estrategia clásica y contra todo sentido común. En la novena etapa, durante una nueva escapada, un coche de la organización atropelló a Juan Antonio Flecha y, de rebote, lanzó a Hoogerland contra una alambrada y lo lanzó también a los telediarios. Aquel día el holandés sumó 18 puntos para la clasificación de la Montaña y 33 puntos de sutura en las piernas.
Con el ciclismo corremos el riesgo de hacer una épica de la desgracia. La imagen de sus músculos lacerados por el alambre de espino dio a Hoogerland más relevancia que cualquiera de sus empeños. Atrapados en ese morbo pegajoso, pocos medios siguieron la historia a partir del accidente: el holandés, con las piernas envueltas en vendajes, pedaleó los últimos kilómetros hasta la meta; subió al podio entre sollozos para recoger el maillot de la Montaña, sueño conquistado y pesadilla cosida en su carne; y nada más salir del hospital disculpó al conductor del coche, que ya había sido expulsado del Tour: “Tampoco nos vamos a volver locos: no lo hizo a propósito. Tendré muchos dolores pero espero recuperarme y seguir peleando por el maillot. Soy zeelandés: somos gente dura”. Había dudas de que Hoogerland fuera capaz de montarse en la bici al día siguiente. Lo hizo. Y en cuanto llegó el primer puerto de los Pirineos, atacó de nuevo. Con las piernas doloridas, apenas abrió hueco. Lo atraparon enseguida. En meta perdió 24 minutos y el maillot de la Montaña. Pero continuó hasta París y siguió escapándose de vez en cuando, sin resultados. Carlos Arribas escribió en El País: “Para saber que está vivo, Johnny Hoogerland se escapa todos los días. Desde su caída, el escalador holandés tiene una pesadilla recurrente, sueña que se ha quedado tetrapléjico, que está en la cama y no puede moverse, que vocea y que su compañero de habitación, Marco Marcato, no le oye. Sudoroso, palpitante, se despierta, se deja curar las heridas de las piernas y en cuanto puede se fuga, quiere probar su libertad, probar que puede moverse”.
La épica valiosa del ciclismo es esa, la de la persistencia, no la de los accidentes. El ciclista busca su cota de dolor máximo y trata de mantenerse en ese límite terrible durante todo el tiempo posible. Quien se concede una tregua pierde la carrera. Es el sufrimiento voluntario: un misterio. Y el ciclismo se decide precisamente en el filo de ese misterio, en el punto del sufrimiento que distingue a unas personas de otras. “He llegado muy lejos en el dolor”, confesó Miguel Induráin. Hoogerland sabe bien hasta dónde ha llegado y qué abismo se abre un centímetro más allá. Con las piernas recién cosidas, tuvo un recuerdo para Wouter Weylandt, el belga que se mató en un descenso del pasado Giro de Italia: “Yo tuve la suerte que le faltó a él”. Cuestión de centímetros: el pedal izquierdo de Weylandt tocó un murete y el corredor salió disparado. De un solo golpe, repentino y atroz, el paso festivo del pelotón se convirtió en cortejo fúnebre. Ocurre a veces. Como bandera arriada, suele quedar un maillot grotesco. Una camiseta de colorines hecha sudario. Ese maillot de Weylandt, desgarrado por el médico que intentaba un masaje cardiaco. O aquel de Tom Simpson, que se dopó para sufrir un centímetro más allá del límite y que reventó en la subida del Mont Ventoux en 1967, aquella camiseta de lana con el damero blanquinegro de Peugeot, como una partida de ajedrez arrojada sobre la gravilla. Explorar los límites siempre tiene riesgos, y se aceptan. Se acepta la incertidumbre. Se acepta el peligro. Pero se combaten: no queremos accidentes, recorridos temerarios ni dopaje. No nos gusta el ciclismo porque ocurren dramas sino a pesar de que ocurran. Nos gusta ver las piernas de Hoogerland en el podio.