El túnel
Oscuridades
EL CLÁSICO. Ernesto Sábato | Cátedra, 2006 | 168 páginas | 9,95 euros
«Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona».
Las primeras líneas de esta novela del argentino Ernesto Sábato (1911-2011) chafan el final. Parecen ridiculizar, con el asesino desvelado en el párrafo de apertura, la narrativa de enigmas detectivescos. Pero no. Al revés: agrandan el misterio del desenlace. El apenas centenar de páginas cruzará esa oscuridad, esa enmarañada oscuridad, mayor que un túnel desamparado: el del narrador. Sábato, físico nuclear pionero, había publicado en 1945 un primer tomo de ensayos, Uno y el Universo, y determinó dejar su profesión científica para dedicarse de lleno a la escritura. «La novela es lo nocturno y, en consecuencia, lo que auténticamente somos», concluía. Y marca un personaje complejo: un artista plástico con interior analítico, laberíntico, de memoria obsesiva que se enreda en los adentros de su propio interior, ese pasadizo tenebroso, mientras reproduce qué ocurrió, por qué, para qué.
Varias editoriales bonaerenses rechazaron el manuscrito de El túnel hasta que lo publicó la revista Sur en 1948, veintitantos meses después de que ya campase a sus anchas el peronismo argentino —el «justicialismo»—, en plena vigencia de la tristura existencialista europea: la descomposición, el sinsentido. Y, de paso, la búsqueda ansiosa del absoluto, el deseo de encaramarse a la felicidad y de retenerla. Aunque también la escisión de la personalidad propia y ajena, el desmenuzamiento del tiempo y el dolor constante. El mismísimo Albert Camus —dicen— aceleró gestiones para que la editorial Gallimard tradujera al francés esa tormentosa y breve historia de amor, que por fin se editó en Buenos Aires en forma de libro. Y, mientras tanto, en España la censura franquista de los años sesenta la prohibió por verla «una novela pornográfica, en la que se relatan un adulterio y un asesinato».
A El túnel, a su insensato personaje, le siguió otro prodigio narrativo mayor: Sobre héroes y tumbas (1961), con la esperanza iluminando varios puntos cardinales a la vez.
Gabriel Unzu Olaz