Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Hay que ganar el amor cada día

Fernanda González [Com 13]


Todo empezó a la salida de una clase de Matemáticas. Esperanza y Agustín ya habían coincidido en otras ocasiones, pero aquel encuentro no fue una simple casualidad: cuando ella le preguntó a dónde se dirigía, él le confesó que había ido a visitarla. Esperanza no sabía que Agustín se había fijado en ella la primera vez que la vio. Han pasado muchos años, pero él aún recuerda con nitidez aquel primer momento: la descubrió de espaldas cuando entraba a un chalet vecino, sin saber aún que también acababa de entrar en su vida, y para siempre.

Se fueron conociendo poco a poco. La relación se fue estrechando y contrajeron matrimonio en la iglesia de San Francisco Javier el 14 de septiembre de 1954, fiesta de la Santa Cruz. En su luna de miel viajaron a Mallorca, donde permanecieron un mes. En 1958 nació su primer hijo, al que luego seguirían otros ocho. Esperanza se quedó en casa para atender las necesidades del hogar, mientras Agustín trabajaba de traumatólogo para sostener a la familia. Le habían ofrecido un puesto como profesor de Traumatología y Cirugía Ortopédica en la Universidad de Navarra, pero notaba que tenía algunas lagunas en su formación. Por eso, con el consentimiento y apoyo de su mujer, decidió trasladarse a Florencia a estudiar un curso de ortopedia que duraba nueve meses, dejando a Esperanza en Pamplona, con cuatro hijos y sin sueldo. Fue una etapa difícil, pero salieron adelante. Agustín recuerda que, cuando regresó, la encontró más guapa, y fue para ambos como crear un nuevo matrimonio. A lo largo de su vida, tuvo que rechazar algunas ofertas de trabajo porque la exigencia en los horarios le impedía estar con su familia, hasta que instaló su propia consulta.

Educar a nueve hijos supuso para ellos algunos sacrificios, y también algún susto. Un día, Esperanza recibió una llamada del colegio porque uno de ellos se había rasgado el lagrimal con un alambre. Angustiada, lo llevó al oculista, pero no fue nada grave. Esperanza procuraba conocer a sus hijos, entender su temperamento y su forma de ser para educarlos. Si un hijo era tímido, lo mandaba a comprar el pan para que aprendiera a superarse.

Fue duro cuando sus hijos partieron de casa. Sin embargo, verlos crecer y desarrollarse constituyó para ellos una nueva fuente de alegría. Gracias a los móviles y a las nuevas tecnologías, Agustín y Esperanza se comunican con sus hijos por lo menos dos veces por semana. Unos viven en Mallorca, en Vigo y en Barcelona. Otros se han quedado en Pamplona y visitan a sus padres con mucha frecuencia. Tienen veintitrés nietos. Esperanza suele decirles a sus nietas cuando empiezan una relación que el noviazgo, como el matrimonio, no es cuestión de dos, sino de tres: que en medio del cariño entre marido y mujer siempre esté Dios.

Como todo matrimonio, han tenido algunas discusiones, pero han sabido superarlas y olvidarlas. Esperanza lo expresa con sencillez: “Cada uno tenemos nuestros defectos, ¿quién no los tiene? Es importante no fijarse en tonterías que no conducen a ninguna parte sino a reñir. Las pequeñas cosas hay que tratarlas sin darles importancia, porque no merecen la pena”. Agustín continúa: “Como en todos los temas fundamentales de la vida estamos de acuerdo, no son problema de discusión. Son pequeños roces de la convivencia del día a día, normal. Enfados hay a lo largo de la vida, pero hay que procurar que duren muy poco, que no quede ningún resentimiento, sino hacerlo pasar rápidamente. La convivencia siempre es difícil. Hay que considerar las cosas en presencia de Dios, salir de esa posición y transmitir la alegría que tienes”.

Agustín lleva dos años en el Programa Senior de la Universidad de Navarra. Esperanza se incorporó este año animada por él. Ven en el programa una oportunidad para crear nuevas amistades y salir de ellos mismos. Según Agustín, “es muy bueno tener todo el día ocupado en algo, no tener tiempo libre para pensar en tonterías”. Los dos leen todos los días, y a veces ven la televisión. Siguen las noticias, debates y algunos partidos de fútbol y tenis, aunque a Esperanza no le gustan los programas de deporte. Para ellos la formación es algo habitual, no termina nunca. Sacan provecho de su vida senil y disfrutan cada momento: “Nos ayudamos, nos apoyamos el uno en el otro y no nos aburrimos. No tenemos tiempo para aburrirnos”.

Agustín y Esperanza aconsejan a los matrimonios que vivan con alegría, amor y buen humor, que pidan ayuda al Cielo porque con la gracia de Dios todo se supera. “Nosotros nos casamos con la idea de que el matrimonio es indisoluble, para toda la vida, que tienes que querer a la otra persona. Lo que hay que hacer es ganar el amor cada día”. Los animan a vencer las dificultades y a no romper ante los primeros obstáculos. A disfrutar de los buenos momentos y a ignorar las insignificancias. “Pasan muchas cosas a lo largo de tantos años, muchas buenas, otras adversas, pero las adversas se olvidan”.