Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Historias de diamante

Fotografía Jesús Caso

Dicen que el matrimonio es una conquista diaria. De las parejas que llegan a cumplir sesenta años de convivencia habría que añadir que han completado una dilatada epopeya. Quizá por eso se habla de Bodas de Diamante: es el mineral más duro y resistente que existe, y su valor se multiplica con los cortes finísimos que lo transforman en un brillante. Los nueve matrimonios que comparten su historia en estas páginas hacen justicia a la metáfora: llevan seis décadas unidos “en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas”, y han convertido su amor en un brillante de calidad incalculable.


Feliciano Bustamante y Yugo Azcárate

EN LA SALUDO, EN LA ENFERMEDAD Y EN LA NORMALIDAD

Yugo Azcárate y Feliciano Bustamante se casaron en Pamplona el 24 de junio de 1949 en la parroquia de San Miguel, que entonces no era el destacado templo que es hoy, sino una bajera en la misma plaza donde después se construyó la iglesia. Les casó el párroco, don Paciente Sola, y su boda fue, como tantas en la época, muy sencilla: “Fuimos andando y volvimos a pie”, dice Yugo sonriendo. Después de la boda no hubo viaje de novios “ni nada de eso”. Lo que no podía faltar, eso sí, era un vestido de novia: “Pero no blanco, me hicieron un traje azul, muy bonito, en Tudela”. La familia aún estaba de luto por un hermano de Yugo que había muerto en la guerra. O eso creían, porque reapareció años más tarde, como legionario, después de un enrevesado cruce de casualidades en el que intervino incluso una tía religiosa que vivía en Argentina. “Mi madre fue a buscarlo a Zaragoza en cuanto se enteró, se lo trajo al pueblo y le dieron tres días de permiso para estar con la familia”. Resulta fácil imaginar la emoción de ese reencuentro: “Sé en qué esquina nos abrazamos, yo iba de luto. La gente me dice que tengo muy buena memoria, pero ¡cómo no iba a acordarme! La casa se llenó de gente, todo el mundo le quería, de derechas y de izquierdas”. Yugo tenía doce años cuando estalló la guerra que enfrentó a esas “derechas” e “izquierdas”: “Me acuerdo de todos los que fusilaron en el pueblo. Todavía los recuerdo como si los viera, y rezo por ellos todos los días. Eso de matar... Se puede castigar, pero matar...”. También es capaz de reconstruir con toda nitidez aquellos días agitados e inciertos que precedieron a la contienda y, muy especialmente, la ocasión en que sus padres le mandaron a recoger unas alpargatas: “Tuve que volver corriendo a casa porque la calle se había llenado de gente armada con palos y de todo”.

Después de aquellos años negros la vida continuó, y en la de Yugo apareció Feliciano: “Eran Sanfermines, y yo estaba trabajando en Pamplona, en una casa de comidas en la calle San Lorenzo. Feliciano iba allí con sus amigos a merendar, y le conocí un día que le pilló la vaca”. “Vaca no, toro” puntualiza Feliciano. Desde ese encuentro empezaron a tratarse: “Íbamos hablando, hablábamos mucho, luego fuimos conociendo a las familias”, recuerda Yugo. En poco menos de un año se casaron. Yugo tenía 25 años, y Feliciano 26.  Ella siguió sirviendo en casas hasta que le contrataron en una panificadora en el barrio de La Milagrosa, y él era albañil. Enseguida llegaron los hijos: Carlos y José Luis, que a su vez les han dado dos nietas y cuatro bisnietos. 

Quizá por todo lo que habían vivido antes de casarse durante la guerra, tienen que hacer memoria para recordar algún momento especialmente complicado en sus 61 años juntos. Pero sí lo hubo. Llevaban tres años casados cuando avisaron a Yugo de que a su marido le habían ingresado en el hospital porque una fuerte descarga eléctrica le había hecho caer desde la tercera altura de un andamio. Al principio le dieron por muerto y estuvo un año entero de baja, sin saber si podría recuperarse. Yugo pasó junto a la cabecera de su cama los días más difíciles que recuerda en todos sus años de matrimonio. Ella acababa de sufrir un aborto del que aún no se había recuperado, y tenía los pies y las piernas hinchados de pasar tanto tiempo sentada junto a su marido. No solo no cobró ninguna indemnización, sino que además le redujeron el sueldo de 150 a 118 pesetas. “Fui a la Vasco (la aseguradora Vasco Navarra) y les dije que no era justo”. Tampoco lo fue que su padre, que había trabajado de guarda en las Bardenas durante muchos años, se jubilara sin recibir ni un céntimo: “Pero nunca les faltó nada –cuenta Yugo– ni a él ni a mi madre, porque yo me hice cargo de todo lo que pude”. Y para poder hacerlo, no había otra que trabajar, cosa que los dos han hecho hasta los 65 años. 

También ha habido ocasión de disfrutar las alegrías familiares. El mismo año en que Yugo y Feliciano celebraron las Bodas de Oro, su hijo Carlos cumplía las de Plata. “Nos llamaron de San Miguel –explica Yugo sosteniendo un cuadrito con la imagen del arcángel– y nos regalaron este recuerdo, a nosotros y a todos los que se casaron ese año. Luego también lo celebramos con la familia”.

Precisamente las visitas de la familia son una de las alegrías frecuentes que rompen la rutina diaria. Cuando van los bisnietos “lo tocan todo” cuenta Yugo abriendo los brazos, “y nunca se van sin darle un beso a la imagen de San Fermín y al Niño Jesús”. 

Yugo y Feliciano son la despreocupación en persona, y por duplicado. Quizá ese es el secreto para permanecer tanto tiempo juntos. Ellos se encogen de hombros cuando se les pregunta por eso, no saben nada de secretos ni fórmulas para que funcione un matrimonio, ni tampoco hacen cálculos de lo que aporta cada uno a su relación: “Feliciano nada, lo hago yo todo”, suelta Yugo sin el menor resentimiento, y Feliciano hace honor a su nombre, asintiendo plácidamente. “Él no se mete en nada, vive la vida. Yo le hago todo, le pelo la fruta, le pongo el café... A los hijos les pongo el azúcar y todo”. Feliciano no se mete en nada, pero explica orgulloso que pasa la mopa por la sala “todos los días”. 

No saben qué consejo darían a los matrimonios jóvenes, ni siquiera a sus hijos les dijeron nada “trascendental” cuando se casaron: “Ya nos ven”.

Sonsoles Gutiérrez [Com 04]