Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

El magnetismo del Urriellu

Laura Juampérez [Com 05]


La conquista del Picu por parte del marqués de Pidal y de Gregorio Pérez, el Cainejo, solo fue el inicio de la leyenda del Naranjo. En ella no han faltado rescates espectaculares, trágicas muertes y la apertura de nuevas vías que figuran en los anales del montañismo.

Tras la primera ascensión en 1904 —vale la pena señalar que Pidal contaba con treinta y cuatro años y el Cainejo con cincuenta y uno—, pasaron doce años hasta que otro español entrara en la historia del Urriellu. Víctor Martínez Campillo, natural del pueblo de Bulnes, repitió la ruta original, donde recogió parte de la cuerda que Pedro y Gregorio habían dejado empotrada durante el descenso. 

En 1924, ocho años después, él mismo inauguró una nueva ruta, más sencilla, situada a la izquierda de la cara sur, la llamada Vía Víctor. Por ella se adentró en 1928 el montañero vasco Andrés Espinosa, solo y sin cuerda, nueva proeza que constituiría un hito a nivel nacional, ya que nunca se había hecho algo similar en España.

Tras el terrible paréntesis que supuso la Guerra Civil, en 1944 dos hijos de Víctor Martínez, Alfonso y Juan, abrieron la conocida como Vía Sur o Directa de los Martínez, que ha sido una de las rutas seguras más utilizadas desde entonces. 

Sin embargo, coronar el pico en invierno era otra historia. De hecho, se había intentado varias veces, hasta que en 1956 Ángel Landa y Pedro Udaondo, avezados montañeros vizcaínos, lo consiguieron en el mes de marzo. Ese mismo año el Urriellu se cobró el precio de su popularidad con la vida de Isaías Sanz, un escalador de Portugalete cuyo nombre quedaría unido al de la Vía sur directa, que arranca en el lugar donde se rasgó su cuerda, tal y como testimonió durante años una placa en su memoria en el fatídico lugar.

Éxitos, tragedias y heroísmo 

Si los años cincuenta fueron los del resurgir del alpinismo en España, los sesenta se presentaron como su época dorada. Los aragoneses Alberto Rabadá y Ernesto Navarro eran dos de sus grandes «estrellas». Tras una trayectoria repleta de hazañas, ambos encararon la ascensión al Naranjo por una vía que nadie había intentado debido a su enorme dificultad: la cara oeste. Y lo lograron: «[…] Algo de niebla durante la excursión por esta pared, la más hermosa y formidable que hasta la fecha hemos conocido. Somos dos excursionistas zaragozanos que nos sentimos orgullosos de poderla ofrecer a todos los montañeros españoles que alguna vez han soñado con la escalada de esta provocativa pared». Palabras sencillas de dos hombres extraordinarios que morirían solo un año después en la ascensión a la cumbre suiza del Eiger.

Pasaron once años hasta que alguien culminara esta vía en invierno. Quizá por eso los medios de comunicación relataron aquella ascensión con gran detalle, ya que esta ruta había segado la trayectoria de varios escaladores. Entre ellos, los donostiarras Ramón Ortiz y Francisco Berrio, fallecidos en 1969. Corría el mes de enero cuando ambos amigos se aventuraron por la pared occidental. En el libro de registro del refugio de la Vega habían escrito: «Nos dirigimos a la Oeste del Naranjo. Que Dios nos ayude». Pese a la invocación, uno de los clavos se salió del taco de madera, y la cuerda arrancó, en la caída, todas las clavijas que protegían a los escaladores. Ambos quedaron suspendidos, inertes, en el saliente casual de una roca, unos cien metros por debajo. 

Aquella tragedia llenó de angustia a toda España a través de los medios de comunicación, que se habían congregado en Arenas de Cabrales tras la noticia de la desaparición de los dos montañeros. Por entonces nadie sabía del funesto desenlace, de modo que muchos alpinistas experimentados acudieron a Picos por si podían ayudar en el rescate. La operación fue considerada como la más difícil del montañismo español, y reveló la falta de una estructura oficial que respondiera con rapidez ante una tragedia en la montaña.

Los rescates espectaculares se fueron sucediendo en diferentes intentos por abrir una vía en el Oeste de la montala. También las víctimas: José Luis Arrabal, en 1970 —tras once noches colgado de una pared—, o Antonio Mayral y Félix Ruiz, en 1972 —sepultados por una avalancha gigantesca—. Una leyenda negra terminó en febrero de 1973, cuando José Ángel Lucas, Miguel Ángel García Gallego, Pedro Antonio Ortega y César Pérez de Tudela conquistaron el coloso en pleno invierno y cubierto de nieve. .

La pared más difícil del mundo 

Otra cuestión era abrir una vía de escalada libre por la pared «maldita», la oeste. Un reto a la altura de dos de los escaladores más laureados en los últimos años: los hermanos Pou. Iker y Eneko llevaban tiempo sopesando la posibilidad de acometer una nueva vía en la cara Oeste del Naranjo. Después de dos meses y medio de preparativos, el 4 de septiembre de 2009 plantearon su asalto.  Eligieron para ello una de las modalidades de escalada más peligrosas que existen: la escalada libre, que se practica únicamente con la ayuda de pies y manos, sin los numerosos seguros de que suelen disponer para evitar la caída. El resultado fue la ruta Orbayu, con graduación 8c+/9ª: la vía de escalada de paredes más difícil del mundo. Como describió Iker tras lograr el ascenso: «Era preciso contar con un día fresco que garantizase la máxima adherencia de la roca, porque con agarres tan pequeños la piel de los dedos resbala si las condiciones son malas. Además, necesitábamos escalar con la máxima concentración, abstrayéndonos del miedo a caer, el miedo al vacío, que es lo que hace que te arrugues». Su hermano Eneko ha reconocido el motivo de esta ascensión: «Siempre hemos sentido fascinación por esta montaña, por su historia, por sus leyendas». 

A pesar de que ahora, gracias a los adelantos en el material, se ascienda en menos de cinco horas, sin cuerda y en invierno sin vivac, para muchos alpinistas el Naranjo de Bulnes, el Urriellu, el Picu sigue siendo la vía más hermosa de España.