Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

"No merece la pena pelearse"

Carmen Gómez Íñigo [Com 13]


Manuel e Isabel se conocen desde niños, ya que eran casi vecinos en Bezmar, un pueblo de la provincia de Jaén. Pero su relación adquirió un carácter especial cuando ella apenas había cumplido trece años y él, catorce. Ambos tenían sus respectivos grupos de amigos, aunque eso no impidió que Manuel se acercara un día a Isabel para preguntarle si quería ser su novia. “Ya me lo pensaré”, fue la contestación de ella. Solo era una niña, pero cuando dos días más tarde le respondió que sí, sabía que era para siempre. “Aún recuerdo cuando mis amigas querían robarme el novio. A mí no me molestaba, porque él estaba conmigo”, explica Isabel riéndose. Siempre han tenido muy claro su amor.

Se casaron el 14 de mayo de 1945, una semana después de la capitulación de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. “Fue una boda sencilla, solo estuvo presente la familia”, recuerda Isabel. A pesar de que el traje también fuera sencillo, Manuel tiene una cosa muy clara: “En la boda ella estaba tan guapa como ahora”. Él estaba tranquilo, pero Isabel sí se puso nerviosa: “Pero no eran de esos nervios que pasa la gente con su enamorado, porque nosotros estábamos acostumbrados a estar juntos desde siempre”, aclara.

Llegaron a Pamplona hace cincuenta años, antes del nacimiento de su cuarta hija, María Isabel. Manuel fue a buscar una casa y cuando la consiguió, se trasladó el resto de la familia. Criaron a sus cuatro hijos en la capital navarra, donde viven todos actualmente, también sus nueve nietos y sus tres bisnietos, a los que quieren con locura. Los dos residen ahora en una residencia: “Llevamos tres años en la Casa de Misericordia, pero aunque estemos internos, estamos tranquilos porque tenemos a los hijos cerca y sabemos que están bien”, explica Isabel. Están muy orgullosos de ellos porque todos tienen su vida hecha y son felices con sus respectivos esposos. En la pared de la habitación están las fotos de boda de cada uno de ellos.

A sus 86 y 87 años, siguen queriéndose igual que antes “o más”, según Manuel. Isabel matiza que ella se conforma con que sea tanto como antes. “No podemos vivir el uno sin el otro”, dice ella. Y es verdad: duermen en camas separadas porque así están dispuestas en La Misericordia, pero pasan toda la noche cogidos de la mano, y de día, cuando están sentados, tampoco las separan.

Niegan haberse enfadado: “Cuando teníamos alguna discusión o queja terminábamos dándonos besos y abrazos para olvidarlo. No merece la pena pelearse”, explica Isabel.

Manuel se rompió la cadera y gracias al apoyo de su mujer y a su amor, consiguió volver a andar, aunque tenga que ayudarse de un andador. Cuando estuvo unos meses ingresado en la enfermería del centro, Isabel subía por la mañana y por la tarde a visitarle: “Siempre a su lado”, dice ella. Ahora que ha vuelto a su habitación, Isabel le lleva en silla de ruedas. Aunque tenga artrosis y le duela la mano de arrastrar la silla, salen a pasear con el buen tiempo por los jardines de la residencia.

Recuerdan con alegría la celebración de su cincuenta aniversario, aunque han pasado ya quince años. Fue una ceremonia en la parroquia de Cristo Rey, a la que asistió toda la familia. “Nos regalaron este marco para la foto”, dice Isabel acariciando la cara de su marido bajo el cristal del retrato. Después de las Bodas de Oro, los dos esperaban con ilusión llegar a las de Diamante, y lo han conseguido de largo.

Viven el amor como algo muy grande y bonito que les ha dado el Señor. “Es una lástima esto del divorcio porque no miran a los hijos”, comenta acerca del problema de los matrimonios actuales. Según ella, van a ver si “la pilla” y no miden los sentimientos.

Un hermano de Isabel era músico y les avisaba cuando había baile en la plaza del pueblo. Ellos bailaban mucho, sobre todo sevillanas, y también solían cantar, pero ahora nada les impide seguir haciéndolo. Como Manuel no se puede mover mucho, Isabel baila y a veces le mueve un poco. Todavía cantan y se acuerdan de la letra de las canciones de su época. “Él se pone alegre, así que le canto”, cuenta ella.

“No pedimos nada más porque el Señor está con nosotros y estamos vivos”, dice Isabel mientras Manuel sonríe. Después de haber estado tantos años juntos, les gustaría cerrar los ojos al mismo tiempo.