Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Un matrimonio que funciona en equipo

Sonsoles Gutiérrez [Com 04]


Elvira González-Guinea tenía quince años cuando perdió a una de sus amigas más queridas. A la salida del funeral, en la madrileña iglesia de San Fermín de los Navarros, lloraba a mares junto a otras tres amigas cuando se les cruzó Carlos Guembe, un abogado once años mayor que ella. Conmovido por la escena, se había parado a interesarse por el motivo de tal desconsuelo. Ni él ni ella hubieran podido calibrar la trascendencia de ese encuentro fortuito. No hubieran podido imaginar que se casarían siete años más tarde, ni mucho menos, que seguirían juntos 67 años después.

El “Sí, quiero” tuvo lugar en la ermita del Cristo de El Pardo el 31 de mayo de 1950, el mismo día que Elvira cumplía 22 años. Fue una ceremonia muy sencilla, puesto que su padre se encontraba ya gravemente enfermo. Con esa celebración de alegría ensombrecida comenzó el recorrido de un matrimonio donde, definitivamente, han pesado más los buenos momentos: “No me habré levantado una mañana con un problema del día anterior”, asegura Elvira.

¿A qué se deben tantos años de convivencia sin graves contratiempos? “A que nos queremos”, contesta Carlos convencido. Ella lo atribuye también a la educación y los valores de ambos: “Para mí, de mi tiempo hasta ahora, es como si hubieran pasado 27 generaciones”. Además de los valores, les parece importante que haya intereses comunes, que en su caso se han manifestado sobre todo en el cuidado y gusto por su propio hogar: “Unas veces ha habido más trabajo y otras menos –resume Carlos–, pero cuando hemos tenido ocasión, siempre hemos estado de acuerdo en invertir en nuestra casa”.

Creen que un buen consejo para las parejas jóvenes es que hablen y que intenten escucharse, pero son conscientes de las dificultades actuales: “En Pamplona –cuenta Carlos de su ciudad natal– solo se oía la corneta y la campana. Había regimientos de las cinco armas, y conventos e iglesias, no digamos. Las tentaciones de ahora, antes no se conocían. Los matrimonios pasan mucho tiempo separados, y se le obliga al otro a una soledad llena de tentaciones. Antes la sociedad estaba muy quieta, y ahora se mueve muchísimo”. “Pero no hay más remedio”, concluye Elvira.

Sus propios hijos no han escapado a esas circunstancias difíciles: Carlos es directivo de una multinacional, y Bea es azafata de Iberia, pero sus padres se muestran orgullosos de que hayan sido capaces de asimilar los valores por los que apostaron en su casa: honradez y trabajo, y de que hayan formado familias con hijos “estupendos, y de su tiempo”, matiza su abuelo.

Probablemente ese equilibrio sea el fruto esforzado de una familia en la que todos han remado en la misma dirección, como se ve de forma gráfica en las fotos de cumpleaños, donde abuelos, hijos y nietos aparecen soplando las velas a la vez: “Es que ponemos todas las velas –explica Elvira–. Si se cumplen 89 años, nada de una tarta con un 8 y un 9: se ponen 89 velas, así que se necesita que soplemos todos”.

Pero remar en la misma dirección no implica que todos lo hagan con el mismo remo: “No se puede estar uno encima del otro todo el rato”, dice Elvira, que enseguida se ve ratificada con las palabras de su marido. Para él es fundamental que cada uno de los cónyuges se haga cargo de un ámbito propio con total autonomía. Y así lo han vivido: hasta que Carlos se jubiló a los 75 años de su trabajo, primero como abogado y luego como industrial, Elvira se ocupó del trabajo de casa, y ahora cada uno mantiene su espacio de independencia. Carlos reconoce que la limitación que le provoca la degeneración macular que padece desde hace años es su principal problema: apenas puede ver, pero no se deja vencer por el aburrimiento. Por las tardes, cuando Elvira sale a sus partidas de bridge y a reunirse con sus amigas de siempre, él se sienta en su butaca y enciende su grabadora. Comienza entonces a desgranar en voz alta historias en las que mezcla recuerdos y vivencias, y que una vez transcritas, dan forma a novelas como Itziar o María, publicadas en la editorial Sahats. Antes de ir a la imprenta, Elvira las lee todas: “Es una censora durísima –advierte Carlos–, sobre todo, cuida mucho la cronología”. 

Es como una demostración más de que han sabido formar un buen equipo, donde la diferencia de edad tampoco ha supuesto un inconveniente. A sus 82 años, Elvira lleva una vida más activa que Carlos, de 93, pero él se adhiere a un refrán que enuncia con la convicción de la propia vivencia: “Quien se casa con una mujer más joven tendrá pasión en la juventud, placer en la madurez, y un báculo en la vejez”. Lo dice con las palabras del refrán, y con las suyas propias: “Lo mejor que he hecho en mi vida es casarme con ella”. Mientras, Elvira menea divertida la cabeza: “Menos coba, menos coba”. No es para menos que se sienta orgulloso de su acierto, teniendo en cuenta que para Carlos, “el principal problema de un hombre es ese: saber elegir una mujer”. ¿Y de qué depende el éxito de esa elección? “De la casualidad” interviene Elvira rápidamente: “Porque podía haber salido un churro, y no salió”.