Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Una boda para cerrar heridas

Joaquín Lecumberri [Com 11]


El noviazgo de Demetrio Napal y Rita Lecumberri fue como un puente entre dos mundos enfrentados. Corría el año 1948, y ambos vivían en Murillo El Fruto, un pueblo navarro que no superaba los 1.300 habitantes y en el que la Guerra Civil había dejado algunas heridas que aún se mantenían abiertas. Eran primos segundos, y sus familias procedían de distinto bando , por lo que su relación enseguida dio pie a pie a murmullos y a palabras a media voz entre los vecinos.

Ellos continuaron quedando. El día de la Virgen de Agosto fue el parabién, como se decía entonces, y tres después, el 18 de agosto de 1948, se celebró la boda. Debido a su parentesco, tuvieron que pedir dispensa papal. Rita aún se permite algunas bromas al recordarlo: “Siempre le digo a Demetrio que tuvo que pagar por mí”. Además de unirles para siempre, el enlace también sirvió para que salieran por  primera vez de Murillo: “Mi primer viaje a Pamplona fue para comprar el vestido de novia –cuenta Rita–. En el viaje de novios visitamos Bilbao, Logroño y San Sebastián”. Ella tenía 26 años. Él, uno más. Hasta entonces, la expedición más larga de Rita había sido a Carcastillo, a apenas dos kilómetros, para vender leche. “Mis hermanas mayores y yo nos levantábamos a las cinco de la mañana para ordeñar, a las siete íbamos a misa y, al salir, desayunábamos y partíamos con una burra hacia Carcastillo”, recuerda de aquellos años lejanos y difíciles.

La boda logró cicatrizar las heridas que hasta entonces habían separado a las familias. La de Demetrio regentaba una carnicería y poseía ganado. Él trabajó en el establecimiento desde joven junto a su hermano Epifanio. Tras la boda, el hogar recién creado de Demetrio y Rita pasó a ser la sede de la carnicería: “Trabajábamos mucho. Mi hermano y yo matábamos los cerdos y vendíamos la carne, y Rita hacía las longanizas. Nunca teníamos vacaciones”, relata Demetrio. “El trabajo nos ha unido mucho porque ha sido una parte importante de nuestra vida. De hecho, solo después de jubilarnos es cuando hemos podido viajar mucho”, añade su mujer.

También las enfermedades les han unido. “En el tercer embarazo, estuve desde los cuatro meses en cama por tifus y no salí de Murillo. El médico del pueblo era el que me traía los medicamentos de fuera”, cuenta Rita, que también recuerda el cuidado de sus padres: “Demetrio me ayudó mucho. Entre él y yo nos ocupamos de atenderlos cuando eran ya mayores”.

La unión de las dos familas se estrechó aún más el 18 de octubre de 1964, cuando contrajeron matrimonio Conchi, la hermana pequeña de Rita, y Epifanio, el hermano mayor de Demetrio. “Nadie puso ningún inconveniente a nuestra boda –explica Conchi– porque Epifanio era el ojito derecho de Marcelina Gabari, su madre. Lo adoraba. Si él había decidido que se casaba conmigo, su madre no solo lo aceptaba, sino que lo apoyaba totalmente”. De hecho, desde el primer momento quedó claro ese apoyo: “Nada más casarme, Marcelina me dijo que no quería tener dinero, que ya no le servía, y me lo dio todo –cuenta Conchi–. Darle todo lo que tienes a una chica bastante joven como entonces era yo, no lo hace cualquiera; demuestra que el apoyo fue incondicional. Más adelante, cuando quería dar la paga a sus nietos, se la daba yo de lo que ella me había dado”. Epifanio y Conchi celebraron  sus Bodas de Oro hace seis años junto a sus seis hijos y ocho nietos. En 2007 falleció Epifanio.

Rita y Demetrio estuvieron alejados geográficamente durante siete años, pero solo de lunes a viernes. El motivo merecía la pena: los estudios de sus hijos y sobrinos. Rita se trasladó a un piso de la calle del Carmen, en Pamplona, con sus tres hijos, (Víctor, Dolores y Katy) y sus tres sobrinos, para que los seis pudieran completar su formación, ya que en Murillo no había instituto. De todas formas, siguieron viéndose: Demetrio iba todos los viernes a Pamplona y se quedaba el fin de semana. Y si no había ningún examen a la vista, entonces Rita la que volvía a Murillo con sus hijos y sobrinos para pasar allí el sábado y el domingo. “Mereció la pena la separación y el esfuerzo porque todos han sido muy estudiosos”, afirma Rita.

Hace dos años, con motivo de las Bodas de Diamante, Demetrio y Rita recibieron muchas cartas de felicitación: de sus tres hijos, de sus cuatro nietos y hasta de sus cuatro bisnietos. Aquella pareja que sesenta años antes había estrenado su vida en común en una sociedad tan polarizada ha demostrado con su convivencia que siempre queda espacio para el entendimiento. Tanto su boda como la de Conchi y Epifanio han servido para disipar algunos de los prejuicios de un pueblo que encasillaba a sus vecinos por los orígenes familiares: el tiempo y el amor acallaron los comentarios a media voz y demostraron que una ideología no está por encima de las personas.