Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Una canción que sigue sonando

Leire Escalada [Com 10]


No recuerda si sonaba un tango o un bolero, pero sí que acudió con determinación. “Era muy guapa así que fui a por ella”, cuenta José sonriente. Como la mayoría de los jóvenes de Milagro, una localidad de la ribera navarra, José y Guadalupe iban los domingos por la tarde al baile, que se celebraba en un edificio de una de las calles principales. Allí, un grupo de músicos tocaba canciones para bailar en pareja. “Me acerqué a ella, ella se acercó a mí, y ya está”, resuelve José mientras Guadalupe ríe. Se conocían desde la infancia porque eran vecinos. Y comenzaron a bailar. Aquel día se inició “el cortejo”. “Te acercabas a ella y hablabas de todo. No es como ahora, que se ven, se dan cuatro besos y adiós”, revela el hombre. Desde ese entonces, José Álvarez Amézqueta, de 84 años, y Guadalupe Arbizu Ruiz, a la que todos llaman Lupe, de 81, están juntos. Durante el noviazgo, solían acudir al baile o al cine, a veces acompañados de parejas de amigos. Dos años después, con 22 y 25 años, se casaron. José no pudo pedir la mano de su novia, como era tradición, porque los padres de ella habían fallecido. Pero tanto Máximo, hermano de Lupe, como los padres de José estaban contentos con el compromiso.

La boda se celebró en Milagro, en la iglesia de Nuestra Señora de los Abades, el 4 de octubre de 1951. Era jueves. El matrimonio recuerda la fecha con alegría. “Nos casamos a las doce. Hizo un día estupendo”, relata Lupe mientras repasa algunas fotografías en blanco y negro de aquella jornada que aún brilla en su memoria con una intensidad especial. En una de las imágenes aparece el matrimonio recién estrenado junto a su familia, frente a una sencilla casa de adobe construida en el monte. Aquel fue el escenario de la celebración. “Mi tía se encargó de la comida. Teníamos conejos guisados, pollos... Me parece que también cordero. Y se hacían paellas”. A la cita acudieron entre treinta y cuarenta invitados. Entre ellos, Fermina y Américo, dos primos de Buenos Aires que viajaron para ser los padrinos del enlace.  Todos iban muy elegantes. “Me casé con un ‘trajecico’ negro que me hizo una prima”, cuenta Lupe. A José también le confeccionaron un traje a medida del mismo color. Lupe todavía lleva puesta la alianza de oro, que no se quita nunca. Sin embargo, José solo llevó el anillo durante la ceremonia porque, como otras parejas de la época, no pudieron comprarlo, y lució uno de prestado. “Podía haberle regalado uno para su santo o para las Bodas de Oro, pero no ha querido”, explica Lupe. Su esposo asegura que no le gusta. “¿Qué hace un anillo en del campo?”, se pregunta. Después viajaron en tren para disfrutar de la luna de miel que, como muchos matrimonios, pasaron en casa de familiares que vivían en otras ciudades. Visitaron Pamplona y San Sebastián. “Fuimos al monte Igueldo un día de sol. Íbamos por el paseo y, de repente, empezó a llover. ¡Qué chaparrón!”, cuenta José

A los dos meses y medio de casados, Lupe se quedó embarazada. “Lo primero que queríamos era tener hijos”, recuerda. Nueve meses después nació Ana Mari, la primera de sus dos hijas. “Como nació el día de San Blas, en fiestas de verano, la tía Pilar me decía que le llamase Blasa, y yo le decía ‘Ni loca, tía’”. Después vino Begoña, su segunda hija. El matrimonio recuerda los nacimientos como un regalo, uno de los momentos más felices de su vida en común. Pero, como en toda relación, siempre hay altibajos. “Unas veces riñendo…”, empieza Lupe la frase... “Y otras riéndote”, la termina su esposo. Cuentan que sus discusiones están motivadas “por tonterías” y que, aunque han pasado algunos días “de morros” siempre se han reconciliado. “Puedes estar a malas por unas cosas o por otras y hay que aguantar. No hacerlo es muy fácil”, asegura José. Para ellos, la clave es respetarse y compartir. “El egoísmo es lo que mata y deshace la familia”, continúa. El matrimonio superó momentos difíciles, como el fallecimiento del hermano de Lupe, con tan solo 25 años. Siempre se han apoyado. José trabajaba como albañil y camarero, por lo que pasaba muchas horas fuera de casa. “No había por qué reñir porque yo iba a trabajar para el consumo de casa”, explica el hombre. “Y yo soy muy casera”, añade su mujer. 

Cuando celebraron las Bodas de Plata, la pareja recibió un regalo muy especial: Lupe acababa de preparar una tarta y tuvo que dejarla para acompañar a su hija Ana Mari al hospital. Ese día nació Elena, su primera nieta. Hoy tienen cinco (Elena, Álvaro, Vanessa, Carla y Diego) y tres bisnietos (Marcos, Ander y Adrián). Además, este año nacerá su cuarto bisnieto. Confiesan que, conforme la familia va creciendo, “te vas dando cuenta de lo que es la familia. Lo principal es llevarse bien”. Ellos disfrutan mucho de sus nietos y bisnietos, a los que adoran. Lupe recuerda que cuando cuidada a Álvaro y lo llevaba de nuevo con sus padres, el niño lloraba porque quería seguir un rato más con su abuela. “Cuando se iba acercando a su casa, ya estaba llorando. Y mientras me iba, aún le escuchaba”.

Recuerdan con gratitud algunos festejos familiares, como las Navidades o las Bodas de Oro. “Fuimos a misa el domingo, comimos en un restaurante y nos regalaron esta televisión y esta gargantilla”, detalla Lupe, a la vez que muestra los presentes en la cocina de su casa. Celebraron los cincuenta años de matrimonio junto a otras 73 parejas navarras que también los cumplían en una fiesta promovida por Caja Rural, y en otra comida organizada por Caja Navarra. Lupe y José custodian con mimo esos momentos recogidos en fotografías que guardan en sobres y álbumes. En una imagen enmarcada se les ve en la celebración del Día del Abuelo, durante las fiestas de Milagro, con unos pañuelicos rojos anudados al cuello que llevan sus iniciales bordadas. Se los entregó el Ayuntamiento para homenajearles por ser el matrimonio con más edad de la localidad. “Nos hizo ilusión”, comenta Lupe. El próximo octubre celebrarán sus Bodas de Diamante. “Lo principal es llegar”, reconoce José, y que la música de ese baile que comenzó hace más de sesenta años siga sonando.