Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Yoani Sánchez, balsera al revés

Nacho Uría [@nachouria]

Además del coloquio con José Luis Orihuela, la bloguera cubana concedió una entrevista sobre la situación política al director de Nuestro Tiempo, Nacho Uría. He aquí sus respuestas.


¿Pueden las redes sociales contribuir a los cambios políticos?
Pienso que sí, pero no como sucedió en el norte de África. Nosotros estamos en una etapa muy embrionaria, cuando en  Egipto o Túnez había un nivel de contacto con la tecnología mucho mayor. En Cuba incidirán en el desarrollo del proceso democrático, pero no inmediatamente.

¿Aspiras a tener un papel político en la Cuba democrática?
Mi objetivo no es hacerme famosa. Ese es un aspecto colateral de mi trabajo porque la fama son los clavos de mi cruz. Otra cosa es que lo que se sabe fuera termine rebotando y vuelva a Cuba. Sin hacer comparaciones, eso ocurrió con Buena Vista Social Club, que sólo fue conocido en Cuba cuando había triunfado en medio mundo. El Régimen les ignoraba porque no era una música “comprometida” y podía recordar a los cubanos que hubo otra sociedad. Lejana en el tiempo, pero libre.

Entiendo entonces que no te dedicarás a la política…
Es un asunto en el que nunca pienso.

El Régimen cubano ha utilizado tu salida de Cuba para demostrar que la ley migratoria funciona… ¿Te sientes utilizada?

No, en absoluto. Una cosa es lo que crea el Gobierno y otra lo que va a suceder con esa ley. Ellos siguen con su mentalidad de Guerra Fría, de siglo xx, mientras que el mundo se mueve a otro ritmo. Pienso por ejemplo en Brasil hace unos días, donde la embajada cubana quiso reventar una de mis conferencias. El resultado fue un torrente de solidaridad, una amplificación de la visita y 35.000 seguidores más en Twitter. Si el Gobierno me dejó salir con esa intención, creo que va a pagar un alto precio político porque voy a hablar en congresos, universidades, televisiones, etcétera. Y voy a decir todo lo que pienso como otros disidentes que ahora mismo están fuera de Cuba, como Rosa María Payá.

¿Tienes contacto en La Habana con la Sección de Intereses de los EE UU? ¿Os facilitan material tecnológico, dinero, etcétera? El Régimen te acusa de ser una agente norteamericana entrenada en Suiza, donde viviste dos años.
Eso es una película de sábado, donde yo soy Rambo más o menos. Esta pregunta merece más explicación porque desde que yo era niña toda persona crítica con el sistema era tratada como contrarrevolucionaria. El Gobierno cubano no puede convivir con la idea de que hay personas éticamente intachables, patriotas y que aman la nación y que no quieren al Partido Comunista en el poder. Esas personas no encajan en la propaganda oficial y por eso tratan de afiliar a cualquier opositor a la CIA. Durante décadas, como dijo públicamente el arzobispo Pedro Meurice durante la visita de Juan Pablo II, se ha confundido a Cuba con el Partido, a la Nación con una ideología y al Poder con un hombre. Si no estás a favor de alguna de esas tres cosas, quieren hacer creer que están en contra de Cuba y le tildan de apátrida, proyanqui, gusano.
No tengo ningún prejuicio hacia Estados Unidos porque más allá de los gobiernos hay mucha gente solidaria. Pero no tengo más relación con la Sección de Intereses que las cuatro veces que he ido a solicitar visas de entrada. Siempre han sido muy amables y están legalmente en territorio cubano. La primera vez que fui me encontré allí con Omara Portuondo, la segunda con Pablo Milanés y la tercera al secretario personal de Mariela Castro [hija de Raúl Castro]. ¿Nadie les pregunta a ellos si tienen relación con la Sección? ¿Nadie se cuestiona que EE.UU. es el primer proveedor a Cuba de alimentos? ¿Ni que la economía se sostiene también por el dinero que mandan los exiliados de la Florida?

Para estudiar una carrera universitaria en Cuba, especialmente las humanísticas, hay que demostrar apoyo al régimen. Tú estudiaste Filología, ¿cómo lo conseguiste sin ser comunista?
Viví un tiempo complicado, el Período Especial, donde las necesidades materiales eran bárbaras por la desintegración de la URSS. Fueron años donde se pasó hambre, verdadera hambre. Por eso, cuando yo entré en la universidad había como un relax ideológico, involuntario porque todos estábamos tan atareados en sobrevivir, que la ideología pasó a un segundo plano. Nunca milité en la Unión de Jóvenes Comunistas, ni participé en las asociaciones universitarias, pero la cosa se complicó según avanzaban los cursos. Sobre todo al final, cuando elegí como tema de tesis de grado “La dictadura en la literatura de Hispanoamérica”. Todo el mundo entendió que las referencias a Fidel Castro eran continuas. Pasé mucho trabajo para graduarme y la vida laboral como filóloga fue totalmente imposible. Así que durante años opté por el silencio.


¿Qué opinión tienes sobre Venezuela y su papel en la pervivencia del socialismo cubano?
En esto los cubanos están divididos. Por un lado es bien conocido el enorme subsidio venezolano y que soporta tanto a la economía familiar como al Régimen. La muerte de Chávez ha traído mucha zozobra porque se teme una vuelta a la economía de guerra que supuso el Período Especial (desabastecimiento, cortes de luz) de comienzos de la década de 1990. Muchas familias salen adelante gracias al dinero que manda de Caracas alguno de sus miembros (maestros, médicos, militares) enviado allá por nuestro Gobierno para “pagar” el petróleo que recibimos. Por otro lado, hay personas que esperan que ese fallecimiento haga que nuestros gobernantes se den de bruces con la realidad, y el Estado tenga que salir adelante con sus propios medios, que son muy pocos. Si eso sirve para abrirse económicamente, tener más iniciativa privada, etcétera, puede ser una variable que catalice el cambio. Ese es el dilema nacional.

¿Y en Cuba?

Pienso lo mismo, pero en Cuba hay una variante, que es la transmisión del poder en vida de Fidel Castro. Eso es muy simbólico, de modo que si ahora muere no tendrá ni por asomo el impacto que ha tenido la muerte de Chávez. Raúl Castro controla el país con más fuerza que cualquier otro que venga después, de modo que los cambios ocurrirán. Inevitablemente. Pero no vamos a tener un “día del cambio”, como cuando cayó el Muro de Berlín, sino que vamos a mirar atrás y diremos: “Cambió”.

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