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Alejandro Llano. La vida lograda de un universitario irrepetible

El 2 de octubre falleció a los 81 años Alejandro Llano. El profesor Llano, catedrático de Metafísica, fue rector de la Universidad de Navarra desde 1991 hasta 1996. 

13 de diciembre de 2024 11 minutos

Miguel Ángel Iriarte

El 2 de octubre falleció a los 81 años Alejandro Llano. El profesor Llano, catedrático de Metafísica, fue rector de la Universidad de Navarra desde 1991 hasta 1996. Entre 1977 y 2011 trabajó en distintos puestos académicos y de gobierno y, sobre todo, dejó una profunda impronta de altura intelectual, brillantez comunicativa, servicio a la Universidad y buen humor reconocida unánimemente en torno a su despedida.

Por tercera vez en pocos años, la Universidad ha dicho adiós —y muchas gracias por todo— a uno de sus antiguos rectores. En 2018 nos dejó don Ismael Sánchez Bella y en 2020 don Francisco Ponz. El 2 de octubre lo hizo Alejandro Llano. Sin ser uno de los pioneros del campus, durante varias décadas se convirtió en una persona de referencia, por su tarea docente, investigadora, de gobierno y de difusión de las humanidades. Fue rector entre 1991 y 1996, un mandato breve pero de una fecundidad difícil de delimitar. Fallecer el día del aniversario de la fundación del Opus Dei, al que pertenecía desde 1958, quizá, como muchos comentaron, resultó un último ejemplo de cercanía con san Josemaría Escrivá.

«COMO OCURRE CON LOS GRANDES MAESTROS, LOGRÓ SER QUERIDO Y ADMIRADO A LA VEZ. AUNABA SENCILLEZ Y PROFUNDIDAD EN SU FIGURA EXTRAORDINARIA DE ACADÉMICO ENAMORADO DE LA UNIVERSIDAD»
María Iraburu

Por la capilla ardiente, dispuesta en el Salón de Grados del edificio Central, pasaron centenares de personas para despedir al profesor Llano. «Nos sentimos muy apenados por su pérdida —escribió la rectora, María Iraburu—. Como ocurre con los grandes maestros, logró ser querido y admirado a la vez. Aunaba sencillez y profundidad en su figura extraordinaria de académico enamorado de la universidad». Desde Roma, el gran canciller, monseñor Fernando Ocáriz, envió unas líneas de pésame y ánimo.

Alejandro Llano nació en Madrid en 1943 y pasó temporadas de su infancia que recordó siempre en El Carmen (Asturias), tierra donde su familia echó raíces después de que un antepasado regresara de México, a donde había emigrado. Tras estudiar Filosofía en Madrid, Valencia y Bonn, se doctoró en la Universidad de Valencia con una tesis sobre la metafísica de Kant (1971). En 1976, obtuvo la cátedra de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid y al año siguiente llegó a Pamplona. Su producción académica fue muy amplia, con decenas de libros y publicaciones que le valieron reconocimientos como el doctorado honoris causa por la Universidad Panamericana de México (2005) y por la Universidad de los Andes de Chile. En septiembre de 2011, la Universidad de Navarra le otorgó la Medalla de Oro en reconocimiento a su fecunda labor. En aquel acto particularmente entrañable subrayó su gratitud: «Aquí he rozado muchas veces con la punta de los dedos eso tan difícil de alcanzar, y a lo que me atrevo a llamar felicidad».

Fotografía: José Luis Zúñiga Cambiar por descripción de la imagen
Alejandro Llano ríe con Alfonso Nieto el 28 de junio de 1991, en la toma de posesión de Llano como rector.

Dos meses más tarde, Alejandro Llano recibió un segundo homenaje con motivo de su jubilación. En él tomó la palabra una de las personas que mejor le conocieron: Rafael Alvira, fallecido el pasado 4 de febrero. Amigos desde la infancia en Madrid, compartieron maestro —Antonio Millán-Puelles—, especialización en metafísica y coincidieron más de tres décadas en el campus. Con sabiduría y humor, Alvira le describió como «un hombre de contrastes»: «Lo primero que saltaba a la vista era su capacidad de entusiasmo, pero, enseguida, te dabas cuenta de su inteligencia reflexiva y profunda; ganador, pero siempre cercano al sufrimiento del débil; crítico, pero obediente escuchador; con enorme capacidad comunicativa y simpatía, y a la vez retirado en su cubículo de estudio; de natural dubitante, pero seguro en todo momento de lo que quiere hacer; directivo, pero con corazón popular; […] madrileño del barrio de Salamanca y del colegio del Pilar, pero asturiano profundo y reivindicador de la provincia; brillante, pero serio y riguroso; tradicional y moderno».

UN AUTÉNTICO MAESTRO 

Alejandro Llano es el único rector, hasta la fecha, que ha escrito sus memorias. Sus dos volúmenes (Olor a yerba seca y Segunda navegación) aportan un autorretrato repleto de reflexiones y recuerdos envueltos en un estilo vivo y vibrante. En varias páginas, se detiene en la figura del maestro: «Aquella persona que deja huella en tu vida, porque logra algo que quizá no pretende directamente, pero constituye para ti un extraordinario beneficio. El maestro te enseña o, mejor, tú aprendes de él. Para ser maestro una de las condiciones necesarias es no pretender serlo. Quien va de maestro por la vida suele ser un pedante de mucho cuidado». El profesor Llano señala también a sus mentores: Antonio Millán-Puelles, catedrático de Filosofía en Madrid; el historiador y político Florentino Pérez-Embid, el filósofo Fernando Inciarte y Juan José Rodríguez-Rosado, que dirigió su tesis en Valencia y le conectó con Millán-Puelles. Al mismo nivel, Llano retrata a una de las personas que, además de sus padres, más influyó en su infancia: la tata de la familia, Azucena Olivar, una «genial asturiana». «Yo la enseñé a leer y ella me enseñó cuál era el sentido profundo de nuestro vivir en esta tierra», escribe.

«LA MISIÓN DE LOS PROFESORES NO ERA COLONIZAR LAS MENTES DE LOS ESTUDIANTES, INTRODUCIRLES EN UN MOLDE PREESTABLECIDO, SINO AYUDARLES A DESCUBRIR LA VERDAD DE SU PROPIA VIDA»

Para que un maestro transmita ciencia y sabiduría, debe ir por delante. Alejandro Llano desarrolló su pasión por la filosofía partiendo de la metafísica –el estudio del ser en cuanto tal– y la gnoseología –la posibilidad y el modo de conocer la realidad–. De ahí surgieron estudios de estos aspectos en grandes autores, principalmente Kant y santo Tomás. En paralelo a sus obras científicas, que nunca interrumpió, y llevado —parafraseando a san Josemaría— por su «amor apasionado al mundo», ahondó en otros campos, como la movilización de la sociedad civil, la ética en la empresa y el fomento de la cultura y las humanidades. Así lo afirmó Llano en su jubilación: todas estas son dimensiones que pertenecen a la filosofía, ya que «como Hegel decía, hacer filosofía es “pensar el propio tiempo”».

De estos intereses tan universales y tan suyos nacieron diversas publicaciones: La nueva sensibilidad (1988), análisis sobre el fin de la modernidad en que señaló casi proféticamente que las corrientes con más impacto en el futuro serían el ecologismo, el nacionalismo, el feminismo y el pacifismo; Humanismo cívico (2000); El diablo es conservador (2001), colección de artículos sobre la cultura; y La vida lograda (2002), introducción a la ética. Además, Alejandro Llano fue un prolífico ensayista. Sin ir más lejos, en Nuestro Tiempo firmó una quincena de textos largos y varios más de menor extensión.

«ESO ES UNA VIDA LOGRADA: QUERER CON MUCHOS UN EMPEÑO DE SERVICIO A LA VERDAD, QUERER A MUCHOS EN EL LEAL DESEMPEÑO DE ESE SERVICIO»

Junto a la propia trayectoria profesional, cultivó el contacto directo con los estudiantes. «Fue un catedrático dedicado a sus alumnos, a los que ofrecía su tiempo con generosidad: escuchaba sus inquietudes, sugería lecturas, preguntaba con destreza y no imponía su criterio. Decía que la misión de los profesores no era colonizar las mentes de los estudiantes, introducirles en un molde preestablecido, sino ayudarles a descubrir la verdad de su propia vida. Sus interlocutores se sentían comprendidos y alentados a comportarse con magnanimidad. Quizás por esa razón muchas personas en Europa y América le consideran su maestro», escribió en El Debate el anterior rector, Alfonso Sánchez-Tabernero, poco después del fallecimiento.

DONDE FUERA NECESARIO

Durante sus treinta y cinco años en la Universidad, Alejandro Llano se distinguió, al menos, por dos actitudes: promovió ámbitos de reflexión y aceptó con gusto los encargos de las autoridades académicas. Destaca el impulso de las Reuniones Filosóficas, nacidas en 1963, que hizo avanzar hacia su edición número 50. También de su visión y su trabajo, junto con los profesores Leonardo Polo y Rafael Alvira y empresarios como Luis María de Ybarra, surgió en 1986 el Instituto Empresa y Humanismo, que ha reivindicado una empresa que integre la dimensión ética de la persona y las organizaciones. En el año 1998, participó en el arranque del Instituto de Antropología y Ética y fue su primer director, hoy Instituto Core Curriculum. Aunque su vocación natural le conducía al aula y la biblioteca, aceptó ser decano de la Facultad de Filosofía y Letras (1981-1989) y luego rector. Como escribió Guido Stein, secretario general de la Universidad entre 1992 y 2003, fue «un líder a su pesar» .

Fotografía: Manuel Castells Cambiar por descripción de la imagen
El profesor Llano siempre tuvo tiempo para los estudiantes. Aquí, con un grupo de alumnos en 2011.

Con Alejandro Llano al frente, el campus vivió unos años de crecimiento y serenidad. Bromeaba con frecuencia para decir que se suponía que iba a ser «el rector de las ideas» –fue el primero proveniente de una facultad de Filosofía y Letras– y acabó siendo «el rector de las piedras». Durante su mandato se levantaron el Colegio Mayor Olabidea, la tercera fase de la Clínica, la Facultad de Comunicación, un buen número de instalaciones deportivas y quizá su mayor «alegría arquitectónica»: la Biblioteca de Humanidades. En esa época, Llano fue testigo de momentos históricos, como el doctorado honoris causa a Spaemann o el fallecimiento del gran canciller Álvaro del Portillo. Fueron años de gran intensidad para el rector, que, sin duda, agradeció el relevo por José María Bastero en 1996. Son reveladoras, por su naturalidad, las páginas de Segunda navegación que dedica al cansancio acumulado, a cierto decaimiento y a su recuperación: «Esta dolencia del alma me afectaba profundamente y ha dejado una huella positiva en mi vida. Disminuyó mi hipertrofiado sentido de responsabilidad y la preocupación por cuestiones que, en rigor, no me competen: especialmente las de tipo organizativo o burocrático. Pensé muchas veces en la imagen de un Atlas que intenta llevar el mundo sobre sus espaldas, y me di cuenta de que esa figura mitológica no cuadra bien con mi escasa deportividad. Como resultado de aquellos mudos padecimientos, soy ahora más capaz de comprender a las personas que –por enfermedad, cansancio u otras dificultades– lo están pasando mal y atraviesan etapas de ánimo bajo, que les impiden rendir en sus tareas y mostrar solicitud por los demás».

DEFENSOR ESPERANZADO DE «CAUSAS PERDIDAS»

Recuerda Llano en sus memorias que una vez le preguntaron a Borges: «¿Cómo es posible que una persona genial como usted mantenga posturas que van en contra del discurso de la historia?». «¿No sabe usted —se defendió él— que los caballeros solo defendemos causas perdidas?». No es mal resumen de otra de las actitudes permanentes de Llano: la tenacidad para defender las ideas que valen la pena, por muy contraculturales que parezcan; en su caso, plantear una alternativa a la posmodernidad, que niega la existencia de la verdad y lleva al nihilismo. «Mi causa, hoy por hoy perdida –escribió en Segunda navegación– es la de una educación exigente, que tenga en cuenta la índole espiritual del hombre y no sea puramente utilitaria. […] Es lástima que la búsqueda de la verdad haya dejado de ser el lema de los universitarios. La palabra verdad ni siquiera aparece una vez en los documentos de Bolonia».

Fotografía: Manuel Castells Cambiar por descripción de la imagen
En un encuentro de la rectora, María Iraburu, con antiguos rectores en 2022.

Sobre el renacer de los ideales universitarios, Llano se mostraba esperanzado. «Estoy seguro de que, a no mucho tardar, la universidad reencontrará su alma, precisamente porque creo en la institución académica. La salvación intelectual está en los libros. El silencioso diálogo de la lectura es la mejor terapia contra el pragmatismo y el funcionalismo».

En 2015 le diagnosticaron alzhéimer. Como recordó Alfonso Sánchez-Tabernero, «aun cuando ya no podía razonar, seguía siendo él mismo: nunca dejó de comportarse con una simpatía admirable y una educación exquisita». Muy a tiempo llegó la publicación en 2011 de Caminos de la filosofía, un libro entrevista en que tres de sus discípulos, Lourdes Flamarique, Marcela García y José María Torralba, le ayudaron a desgranar su trayectoria. Al final le preguntaron si, después de haber dedicado tantos años a estudiar la estructura del mundo y su origen en Dios, no tenía curiosidad por ver cómo era el más allá. Él respondió: «Curiosidad no: parece que estás deseando morirte. Yo tengo esperanza, la de que Dios me acoja a pesar de los pesares. No me importaría continuar un poco más con esta ‘vulgaridad’ de aquí abajo».

Así llegó el 2 de octubre, en que Alejandro Llano, calificado como «magno» aquel día en distintos comentarios y mensajes, culminó su recorrido. Se cumplió lo que señaló Ángel Gómez Montoro en su jubilación: «El profesor Llano, en un acto de entrega de Medallas de Plata, decía a los galardonados: “Habéis puesto la meta de vuestro afecto y de vuestra ilusión en un proyecto que vale la pena, porque supera y trasciende el limitado alcance de nuestros personales intereses. Eso es una vida lograda: querer con muchos un empeño de servicio a la verdad, querer a muchos en el leal desempeño de ese servicio”. Alejandro Llano puso su afecto y su ilusión en un proyecto que valía la pena. Por eso, hoy podemos decir con seguridad que la suya ha sido una vida lograda, porque ha servido mucho y ha querido mucho».

ACABAR EL TRABAJO

En Olor a yerba seca, Alejandro Llano relata su primer encuentro con san Josemaría Escrivá, que tuvo lugar en agosto de 1960 en Molinoviejo (Segovia). Durante una tertulia con jóvenes, Llano le preguntó: «Padre, ¿en qué debe distinguirse nuestro trabajo?». La respuesta fue clara y directa: «Nuestro trabajo se distingue porque acabamos las cosas». Esta lección marcaría al joven estudiante, pero más allá de consejos y palabras concretas, lo que permaneció fue la cercanía con un santo. «[San Josemaría] siempre ha sido para mí un motivo de fidelidad y ayuda para la perseverancia —escribió—. Mi fe se apoya en él».

VEINTISÉIS TÍTULOS PARA APRENDER FILOSOFÍA

Cuando Pablo Alzola [Fia Com 14] estaba terminando la carrera, le pidió al profesor Llano lecturas para profundizar en el estudio de la filosofía. El 13 de febrero de 2013, Llano le regaló de su puño y letra esta lista de veintiséis títulos:

Paideia (Jaeger)
Ética a Nicómaco Acerca del alma (Aristóteles)
Confesiones (Agustín)
La divina comedia (Dante)
Summa Theologica, I pars (Tomás de Aquino)
El espíritu de la filosofía medieval (Gilson)
Tres reformadores (Maritain)
Meditaciones metafísicas (Descartes)
Teodicea (Leibniz)
Tres diálogos entre Hylas y Filonous (Berkeley)
Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres (Kant)
Lecciones sobre la demostración de la existencia de Dios (Hegel)
La democracia en América (Tocqueville)
Fundamentos de la Aritmética (Frege)
Investigaciones lógicas (Husserl)
Sobre la multiplicidad de los sentidos del ser (Brentano)
Filosofía (Jaspers)
Conferencias y artículos (Heidegger)
España invertebrada - La revolución de las masas (Ortega y Gasset)
Sobre la certeza (Wittgenstein)
Three Philosophers (Anscombe & Geach)
Ensayos de Metafísica (Inciarte)
Introducción a la filosofía - Teoría del conocimiento I (Polo)
Animales racionales dependientes - Sobre la virtud (MacIntyre)
Ética de la autenticidad (Taylor)
La condición humana (Arendt)

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