Cuando comparto charlas con jóvenes periodistas, suelo introducirlas así: «Tengo dos noticias que contaros: una buena y otra mala». Acostumbro a comenzar con lo malo. Entonces les advierto de cómo las intromisiones políticas y económicas, la precariedad o la polarización lastran nuestro oficio. En el lado optimista, destaco que las nuevas tecnologías facilitan hoy imaginar y emprender proyectos periodísticos propios, sin estar a expensas de que te contrate algún medio. El reto es que esa iniciativa DIY tenga público y sea viable.
Llegados a este punto, la creatividad y la capacitación son ingredientes indispensables para cocinar en el periodismo. Puedes tener una buena idea y no saber llevarla a cabo. O puede ocurrir que acumules práctica pero tus planes sean nefastos. Solo el talento y la formación, juntos, salvan la receta.
De igual modo, es importante estar avisado de las trampas que uno puede encontrarse en el camino. Por eso, me detendré en el riesgo que corre un periodista al desear tener muchos seguidores, pero no los más adecuados. Y hablaré también de quienes ponen sus manos en la profesión para intentar que únicamente se cuente lo que a ellos les conviene.
«Una de mis grandes frustraciones como director del periódico fue ver que el negocio no era contarle al lector lo que pasaba, sino aquello que esa audiencia quería saber. Por lo general, se trataba de contar las noticias malas del partido político contrario a nuestra línea editorial y las buenas de la formación política afín». Lo que me confesaba este colega, que terminó escaldado, es lo mismo que puede propiciar el algoritmo de una determinada red social. Se prioriza polarizar para captar clientes.
El deber de contarle a la ciudadanía lo que pasa queda también en un segundo plano cuando determinados políticos y poderes económicos solo quieren que se publique lo que les conviene. Al no trasladar a la comunidad lo que está ocurriendo se pervierte el oficio de informar. Y es que en el periodismo existen líneas editoriales, pero no puede haber ocultación perversa y mentiras.
Así, nos encontramos ante una escena pública cada vez más polarizada, con determinados sectores que no piensan por sí mismos, que se limitan a repetir las consignas del partido al que votan o del periodista al que siguen. Hay gente que, sencillamente, se siente más cómoda en un rebaño y solo quiere su porción de hierba donde rumiar. Otros ni siquiera son conscientes de que les manipulan. Es lo que complace a quienes desean una manada más manejable. Por eso, toca reivindicar la responsabilidad del periodismo no para hacer de pastores, sino para contar lo que pasa y aportarles a los ciudadanos contenidos para pensar. Informar no es cobrar de tal o cual partido o Gobierno para arrimar el ascua a su sardina. Informar es servir noticias guiados por el bien común, no por intereses políticos o económicos. En definitiva, el periodista ha de poner su parte para construir una sociedad que sepa más, que tenga mayor criterio y sentido crítico, que sea más culta y esté más preparada. No puede llamarse periodista el correveidile que tergiversa a un pueblo más dócil y polarizado.