Contar desde el final

19 de diciembre de 2024 2 minutos

Teo Peñarroja Biografía

Teo Peñarroja (La Vall d'Uxó, Castellón, 1996) es el editor de Nuestro Tiempo. Estudió Filosofía y Periodismo en la Universidad de Navarra entre 2014 y 2019, época en la que publicó sus reportajes en varios medios de España, México y Chile. En 2019 se incorporó a la redacción de la revista, y desde diciembre de 2021 ejerce de editor. También publica una columna mensual en el semanario Alfa y Omega. Su recorrido en NT ha estado vinculado, además de al reporterismo, a la transición digital de la revista y a la formación de estudiantes. Cree que las revistas son «ecosistemas culturales».


¿Es posible encontrar sentido cuando la tragedia golpea sin avisar? El significado no es una decisión ni un invento, sino un hallazgo que emerge al escarbar entre las capas del tiempo, como un arqueólogo que busca tesoros en el desierto de los días.

Hay más vida que la vida. Hay, en las cosas que nos pasan —en el scroll infinito de los días que restan hasta la tumba—, más verdad que la relación improbable de todo lo que sucede. El inventario de lo posible, que tanto fascinó a enajenados encantadores como Borges o Perec, no daría cuenta de lo que significa un ser humano.

El otro día le escuché a Andrés Trapiello en el pódcast Hotel Jorge Juan que hacemos novelas para darle sentido a este sinsentido que es la vida. Disiento, admirado Trapiello. Llevas más de tres décadas publicando tu diario: una obra faraónica, demencial y envidiable, que se llama Salón de pasos perdidos, más asombrosa si cabe en tanto que no tiene lectores. Lo sabes y te importa un bledo: tu único compromiso es contigo mismo, quizá con la literatura. ¿Para qué ibas a seguir escribiendo, salvo para descubrir la trama de tu propia existencia? Tu trabajo se parece al del arqueólogo. Con el pincelito retiras capas de arena, escarbas con el deseo de encontrar. Porque el sentido es un hallazgo —¿un regalo?—, no una decisión, un artefacto ni un invento.

Por lo demás, quien más quien menos, todos tenemos nuestro salón de pasos perdidos. Aunque no lo escribamos con precisión de poeta, lo contamos y nos lo contamos y tachamos y corregimos a todas horas el pasado con vistas a eso que atisbamos que es nuestro fin, tan distinto del final. Son cuestiones diferentes, acabar y acabarse. Lograrse, en honor al maestro Alejandro Llano. Que Dios lo tenga en su gloria.

Me pregunto —gajes del oficio— si es posible arrancarles a los hechos la ficción de una trama para las más de doscientas vidas que se llevó la riada del 29 de octubre. Abro el periódico y leo que el conductor de una excavadora ha encontrado en un vertedero de Paiporta, 44 días después de la catástrofe, los restos de Mohamed Belhadi, que vivía en una chabola junto al barranco del Poyo. Quedan tres desaparecidos: José Javier Vicent, de 56 años, arrastrado por la crecida con su hija en una caseta de campo en Pedralba; Elizabeth Gil, una vecina de Cheste de 38 años que iba en coche con su madre al hotel donde trabajaban; y Francisco Ruiz, un abuelo que puso a sus nietos a salvo sobre el techo de su vehículo en un supermercado de Montserrat, pero no logró salvarse a sí mismo.

Delante de tanta muerte, como a la lumbre de cualquier vida, ¿es posible encontrar sentido? Me pongo sombrío y callo, porque qué vas a decir que no sea mejor que el silencio. Tanto ruido, tanto ruido, tanto ruido. Y a años luz, en el silencio insondable de las costuras del universo que se expande, los muertos, que son apenas cifras en nuestras crónicas, argumentos en las tertulias, nombres en los homenajes. Qué asco, me digo. Pero luego, más sereno, rezo y vuelvo a leer la primera línea.


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