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CLÁSICOS
Emily Brontë
Editorial Alma, 2018
400 páginas
15,95 euros
Cumbres borrascosas fue el primer libro que me revolvió por dentro, en mi adolescencia. De esos que terminas y piensas: «¿Qué ha pasado?» y «¿Por qué?». Las preguntas se multiplican, en un intento de escudriñar las corrientes interiores de unos personajes de los que te has apiadado tanto, con los que has sufrido y a los que has querido gritar cuando han optado por decisiones erróneas que les hundían en una infelicidad cada vez más profunda. He vuelto a este clásico en la versión ilustrada de la Editorial Alma, con unas fantásticas ilustraciones de Sara Morante que capturan su esencia de novela gótica.
¿Cuál es el detonante de la reacción en cadena de venganzas, egoísmos, mezquindades y crueldad? El señor Earnshaw adopta a Heathcliff, un chiquillo huérfano, y eso está bien; pero su hijo biológico acaba resentido por el trato más favorable que recibe el recién llegado… y ahí se planta una semilla de odio. Según avanza la historia, se inflama la ira, se descontrolan las pasiones y los resentimientos bullen… todo es un círculo vicioso con onda expansiva. Heathcliff parece estar en el centro de irradiación de todo ese odio, pero, aunque es un personaje de una crueldad extrema en ocasiones y claramente perturbado en muchos momentos, no puede colgársele el cartel de único culpable.
La relación entre Catherine y Heathcliff contiene muchos elementos para calificarla como atormentada. Tóxica, diríamos ahora. Pero, en realidad, es más complejo que eso: por cómo fueron creciendo juntos ambos personajes, no hay duda de que su amor no fue simplemente una pasión momentánea y caprichosa. Antes hubo una amistad profunda, una complicidad, casi una relación fraternal… La pasión se sumó después a la ecuación. ¿Por qué acaba siendo tan destructiva? ¿Estaban abocados a hacerse tantísimo daño y ser tan infelices? Tal vez la clave está en la última línea del comentario que escribí la primera vez que leí Cumbres borrascosas: ojalá alguien les hubiera enseñado a querer. Uno de los párrafos más famosos de este libro, la declaración encendida de amor de Catherine por Heathcliff, encierra una gran belleza y unas semillas de verdad:
«Mi amor por Linton es como el follaje de los bosques. El tiempo lo cambiará, bien lo sé, como el invierno cambia los árboles. Mi amor por Heathcliff es como la roca viva eterna sobre la que se levanta todo. No produce gran deleite visible, pero es necesaria. ¡Yo soy Heathcliff, Nelly! ¡Está siempre en mi mente, siempre! No como un deleite, como yo tampoco me deleito en mí misma siempre, sino como mi propio ser».
A veces, a lo largo de la novela, parece que el círculo de violencia es imparable, como si los vicios de una generación se heredaran y pasaran a los hijos como pasa el color de los ojos. Pero no. Existe libertad, y, a pesar de haber vivido situaciones inhumanas, las personas siempre conservan su libertad interior para decidir cómo encaminar su vida. Y esta verdad también tiene su espacio en Cumbres borrascosas. La cadena del mal termina con un amor de verdad. «Estos no tienen miedo a nada. Juntos plantarían cara a Satanás y a todas sus legiones», dice un personaje sobre los dos jóvenes que logran parar la rueda de odio. Cuando amas, no hay miedo; sientes que, junto al otro, puedes todo. Y ellos dos, en concreto, en cierta medida, ya han ido plantando cara a muchas legiones de demonios y han conseguido que todo eso no sea más fuerte que su libertad y su amor.