José Antonio Molina
M.A.R. Editor, 2024
178 páginas · 19 euros
«Y dime, Sancho amigo, ¿qué es lo que dicen de mí? ¿En qué opinión me tiene el vulgo, los hidalgos y los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas, qué de mi cortesía?» (Quijote, II, 2). Esto se preguntaba don Quijote y hoy seré yo quien informe al ingenioso hidalgo que sigue siendo unánimemente reconocido y «cuando realidad y ficción no enredan su intelecto, el lector descubre al pensador sensato, al buen consejero y conversador moderado que llevó siempre dentro», escribe Francisco Javier Díez de Revenga —catedrático de Literatura Española de la Universidad de Murcia—, en su excelente prólogo a Desventuras del Quijote, de José Antonio Molina, profesor y decano de la Facultad de Letras del mismo centro académico.
Algo más de medio centenar de textos conforman esta obra deliciosa, presidida por la amenidad y desprovista de artificios innecesarios, «sobre un alma de enorme melancolía, con esa especie de resignación ante la vida una vez que se han apagado las risas», explica el autor. Recuperando aventuras se revive el mundo cervantino y el de don Quijote como relato, como historia, como novela, como imaginación. También a través de muchos personajes considerados secundarios, sin los que la obra no estaría completa.
¿Desventuras? Quizá su enseñanza sea más desde esa mirada. «Cervantes es derrotado incluso cuando gana. Las desventuras son sencillamente las circunstancias de su vida. Al igual que con don Quijote, cuyo sobrenombre, Caballero de la Triste Figura, ya anima a pensar la vida como lucha y derrota. Todo en él es una gigantesca desventura en medio de un extraño sueño y del que ha de despertar sólo en brazos de la muerte». Muerte que es «el magnum mysterium de la literatura española. Quien muere es Alonso Quijano, repuesto aparentemente de sus locuras. Don Quijote ha desaparecido, nadie le ha visto morir, sencillamente escapa en medio de los desmayos y quebrantos que sufre el cuerpo que le alberga».
Obra indiscutible, el Quijote, en la que siempre encontraremos una nueva lectura, un nuevo matiz: «Caminar a través de sus páginas es como contemplar con Monet la catedral de Rouen a distintas horas del día, la obra de arte es la misma pero parece que cambia constantemente».