Daniel Cotta
CTEA, 2025
78 páginas, 9,90 euros
En este poemario, Daniel Cotta transforma en luminosos endecasílabos la experiencia de nuestra peregrinación por este valle de lágrimas. A Cotta le brotan de la muñeca las imágenes como un día lo hicieron las lágrimas, como un día —feliz en estos versos— brotó la sangre en lo alto de la cruz «de un grifo mal cerrado en el Calvario» que en este poemario sigue chorreando.
Este libro de oración —que eso es—, publicado astutamente por el sello editorial de Hakuna, presenta primero treinta y seis entregas de un mismo suspiro temeroso que conserva, sin embargo, una poderosa certeza: «Me has tocado, Señor, has sido Tú». Cotta da la vuelta al conocido pasaje evangélico y nos presenta como esa hemorroísa a la que, sin saberlo ella, Jesús tenía en búsqueda y captura: «Me has rozado la túnica del alma». ¿No era al revés?
La sangre, la cruz y la espina, símbolos de una carga pesada que, compartida, se hace ligera, quedan presentes en todas estas entregas. Se leen como un continuo. En los versos de «Dios a media voz», Cotta empieza lamentando un dolor que, en las últimas estrofas, florece como una rosa: «Es tu regalo. Que destelle y huela» o «Mi herida ya no duele, me acaricia».
Este sursum corda se torna musical en «Caras y cruces». Cotta presenta en las postrimerías de su librito doce sonetos como doce flechas dirigidas a un Señor asaeteado por la media sonrisa del que reza. Es fácil que el lector se sorprenda recitando en voz alta alguna de estas plegarias, acaso susurrando un terceto frente a un tabernáculo:
«¡Qué firme, qué frondoso, qué fecundo
fue el leño aquel que, sin verdor, sin hoja,
pudo abarcar bajo su sombra al mundo!»
El juego, pues, de este Dios de Cotta, que a un tiempo se deja vislumbrar «a media voz» y otras tantas, las menos, se pronuncia «a voz en grito», encuentra sus últimas indicaciones en el epílogo. El poeta malagueño termina por reconocer la tarea que piensa que a todos nos aguarda: «Dios compone, el hombre canta».