El señor Marbury

Sorprendidos por la 'risura'

8 de julio de 2025 2 minutos


Alfonso Paredes
Homo Legens, 2020
212 páginas
9,90 euros

Ternura, profundidad, originalidad: con estas tres palabras podría describirse la pequeña gran joya que es El señor Marbury, de Alfonso Paredes.

Todo empieza cuando el señor Marbury emprende la tarea de intentar hacer de la cotidianidad de su familia una novela. Y tanto que lo consigue. No solo sobre el papel. O, más bien, lo plasmado en el papel es el reflejo de una manera de vivir consciente de que se está inmerso en la mejor aventura, y de una manera de mirar que no falla en descubrir la belleza en los rincones más menudos y cotidianos. No se trata de echarle épica a lo que no lo tiene, ni de pintar de rosa los días grises. Alfonso Paredes no inventa, descubre. «Que, al final, se mire como se mire, la vida supera a la literatura; que, se escriba como se escriba, la vida desbanca al miedo, y que, si se sabe sentir, se sabe vivir», escribe hacia el final del libro.

Afeitarse, preparar la cena, llevar niños al cole, un coche que no arranca, el desorden, una tele estropeada, una cerveza compartida, los contratiempos en el trabajo, una inundación en casa, unos versos saboreados, el café «con el que aligerar la tarde y reparar los destrozos del día»… 

Paredes demuestra que todo eso cabe en una novela, sin pretender que los Marbury sean idílicos. Los padres son reales, despejados, cariñosos. Los niños son niños (con unas ocurrencias desternillantes). El hogar como lugar favorito en el mundo. «La familia no es nunca un campo de batalla. Es más bien un campo de labranza». Hay espacio (mucho) para los amigos, que también forman parte del hogar de algún modo. «Una vida hecha de personas (rostros, miradas y voces), no de cosas». También los libros —amigos de papel—, las películas disfrutables, la buena música, la belleza de un cuadro.

La historia te hace emocionarte, provoca sonrisas —con alegría y con compasión— y reír a carcajadas, o, como diría el autor: la risura, mezcla de risa y ternura. También pararte y pensar, tras algún párrafo que te agarra con dulzura y firmeza por el pescuezo. El señor Marbury es un abrazo que conforta, y alimento para el alma y la vida. Puede describirse muy bien con estas palabras que Paredes pone en boca de uno de los personajes: «Vivir consistía en hallar la sinfonía de la vida. De cada acontecimiento había de extraerse, si no una enseñanza —que tal vez sí—, al menos una nota de alegría, un trozo de melodía saltarina, un arpegio brillante. En todo hay música, si se sabe escuchar el tempo de lo que pasa. Así, vivir acaba convirtiéndose siempre en una composición orquestal. Lo nimio suena a gloria».


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