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Nadie se siente un extraño entre las escenas que Edward Steichen eligió para «The Family of Man» (1955-). Porque en ellas palpita un corazón universal. Con 503 imágenes de 68 países, se postuló como «la mayor exposición fotográfica de todos los tiempos». Aquel profético subtítulo presenta hoy una dimensión legendaria. Siete décadas después, continúa siendo la más visitada del mundo. Una realidad que evidencia el dinamismo de esta disciplina artística para cumplir la que Steichen consideraba su misión: explicar el hombre.

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— Lo que harías por amor. Cuba, 1954. La ternura de la escena esconde un drama: esta familia de pescadores rogó a la fotógrafa que adoptara a su hija para salvarla de la pobreza. 

© Eve Arnold/Magnum Photos/ContactoPhoto

Exploradores

Nueva York, 1946. Juanita y Patrick, hijos del fotógrafo, caminan de la mano entre arbustos hacia un claro. Esta icónica imagen del siglo XX, titulada «El camino al Jardín del Paraíso», simboliza la salida de la oscuridad de la Gran Depresión y la guerra.

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© W. Eugene Smith/Magnum Photos

Bienvenida

Nueva York, 1953. Detrás de la cámara, un padre primerizo observa a Lucy, su entonces esposa, que contempla embelesada a su primera hija. Esta imagen, que relata la llegada de un recién nacido a la familia, es un buen exponente de la fotografía humanista. 

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© Elliott Erwitt/Magnum Photos/ContactoPhoto

A salvo

Jamaica, 1951. Un abuelo abraza a su nieto tras el paso del huracán Charlie. Aquel fatídico 17 de agosto, la tormenta tocó tierra con categoría 3 y vientos cercanos a los 220 kilómetros por hora rugieron sobre la isla. Las zonas rurales quedaron devastadas y más de 150 personas fallecieron. 

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 © George Silk/The LIFE Picture Collection/Shutterstock

Nudo de brazos

Londres, 1944. Durante la Segunda Guerra Mundial, uno de los lugares favoritos de las tropas estadounidenses destinadas en Inglaterra era Hyde Park. Pocos días antes del desembarco de Normandía, los soldados buscaron refugio en los brazos de sus novias.

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© Ralph Morse/the LIFE Picture Collection/Shutterstock

Reír en tiempos difíciles

Connecticut, 1940. La vida rural norteamericana atravesó una situación crítica tras la Gran Depresión y muchos agricultores, como el matrimonio Lyman, de origen polaco, pudieron beneficiarse de ayudas públicas que gestionó la agencia Farm Security Administration.

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Jack Delano © Library of Congress, Prints and Photographs Division, FSA/OWI Collection (LC-USF346-041573-D-A)

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Su despacho en el MoMa se le quedó pequeño. Cada día durante tres meses y medio, los carteros de la oficina de Radio City, en Manhattan, entregaban varias sacas de correo de un metro de altura. Todas con un mismo destinatario: «Exposición “The Family of Man”, Museo de Arte Moderno de Nueva York. Apartado postal n.º 368». Edward Steichen (1879-1973), al frente del departamento de Fotografía desde hacía siete años, anunció el 31 de enero de 1954 a la prensa «el proyecto más ambicioso que la fotografía haya abordado jamás»: retratar la unidad esencial de los seres humanos a través de los aspectos universales de las emociones.

Para responder al desafío, invitó a fotógrafos de renombre y noveles a que presentaran imágenes reveladoras tomadas en todo el mundo. A mediados de abril, habían remitido sus candidaturas más de mil autores, y la institución resolvió ampliar el plazo hasta el 15 de mayo. En realidad, el rastreo de esos testimonios gráficos había arrancado tres años atrás. Con la ayuda de su asistente, Wayne Miller, y de su amiga Dorothea Lange, comenzó a indagar en la historia cotidiana del hombre que, como el propio Steichen formuló el día del estreno —el 26 de enero de 1955—, se espeja en «sus aspiraciones, sus esperanzas, sus amores, sus debilidades, su grandeza, su crueldad, su compasión, su relación con el prójimo dondequiera que viva».

En un primer momento, la búsqueda les llevó a sumergirse en los archivos de la agencia Magnum y de las revistas Life y Time. Luego se precipitó el aluvión de fotografías procedentes de particulares y colecciones. Steichen y Miller examinaron cerca de cuatro millones de instantáneas. Diez mil pasaron el primer filtro. Pero aún debían encarar la fase más abrumadora, «casi insoportable», describió Steichen en la introducción del catálogo conmemorativo: reducirlas a quinientas.

Decidieron enclaustrarse en un apartamento de alquiler. Allí trabajaron día y noche, al ritmo de las sesiones de la discoteca que vibraba justo debajo, según contó Life. Con las heridas de la segunda Gran Guerra aún abiertas, mientras se cernía la sombra inquietante de la bomba de hidrógeno, se obsesionaron con armar un ensayo fotográfico que devolviera la fe en la humanidad.

Steichen ya había mostrado los combates en toda su crudeza en tres exposiciones en el MoMA: «Camino a la victoria» (1942), «Poder en el Pacífico» (1945) y «Corea: El impacto de la guerra» (1951). Pese a la buena acogida del público, no cosechó la repercusión que él esperaba. «Algunas imágenes resultaron repugnantes, otras profundamente conmovedoras. Incluso hubo lágrimas —reconoció—. Pero no llegó más lejos. Abandonaron la exposición y la olvidaron enseguida». Su propósito era otro: espolear a los ciudadanos para que hicieran frente común contra la guerra. Al reflexionar sobre este fracaso concluyó que, en lugar de un enfoque negativo, necesitaba un manifiesto que celebrase lo maravilloso de la vida y enfatizara las semejanzas entre las personas en cualquier rincón del planeta. 

La primera lección de igualdad la aprendió en la niñez. Hacía ocho años que su familia, originaria de Luxemburgo, había emigrado a Norteamérica con la esperanza de prosperar. Se establecieron en Hancock, Míchigan. Su padre trabajaba en una mina de cobre y su madre abrió un pequeño negocio de sombreros. Edouard solía pasar por la tienda al volver de clase. Una vez, cuando tenía diez años, al abrir la puerta se giró hacia la calle y gritó: «¡Sucio judío!». Su madre le pidió que se acercara al mostrador y le preguntó qué había voceado. Tras disculparse con los clientes, acompañó a su hijo al piso de arriba, donde residían. «Durante un buen rato me explicó que todas las personas eran iguales, sin importar su raza, credo o color. Me habló de los males de la intolerancia y el fanatismo», recordó Steichen en una ocasión. Aseguraba que este episodio no solo había marcado su camino hacia la madurez, sino que sembró en él la semilla de «La familia del hombre».

Al cabo de veinte semanas largas de encierro creativo, el comisario y su ayudante finalizaron la selección de fotografías. Entonces —relató Life— Steichen, que tenía 75 años, bajó hasta la acera y, ante la mirada incrédula de los transeúntes, se puso a bailar un alegre jig. 

El proyecto cumbre de su carrera no solo batió récords de afluencia en el MoMA, también recorrió el globo durante ocho años y atrajo a diez millones de visitantes. En 1964, clausurada la gira, Estados Unidos donó la colección a Luxemburgo. Cumpliendo el deseo de su progenitor, esta numerosa familia se exhibe de modo permanente en el castillo de Clervaux desde 1994. Nueve años más tarde, la Unesco incorporó la exposición al Registro de la Memoria del Mundo. A salvo de la fugacidad que tanto le frustró, el legado de Edward Steichen resuena en nuestro tiempo. Experimentó con la fotografía para dar forma a las ideas, y su discurso —tan universal como este lenguaje artístico— ha traspasado las fronteras del dónde y del cuándo para recordar a las generaciones venideras su ascendencia común. 

UN HITO EN LA HISTORIA DE LA FOTOGRAFÍA

Fotografía:Wayne Miller / Magnum Photos /ContactoPhoto
Nueva York, 1955. Steichen durante los preparativos de «The Family of Man». Fue el proyecto más importante de su carrera y una de las iniciativas con las que el MoMA celebró su veinticinco aniversario.

Un jovencísimo Steichen descubrió el poder de la periferia de las imágenes al albor del siglo xx. Acababa de estrenar centuria e identidad —en su veintiún cumpleaños Edouard se nacionalizó estadounidense con el nombre de Edward— cuando ayudó a Fred Holland Day a organizar en Londres la exposición «The New School of American Photography», como señala el historiador Olivier Lugon en el artículo «Kodakoration».

Del 10 de octubre al 8 de noviembre de 1900, el público europeo admiró por primera vez los logros artísticos del estilo pictorialista, un movimiento que difuminó la frontera entre fotografía y pintura. En las salas de la Royal Photographic Society, mientras colgaba algunas de las 375 obras —entre ellas cinco propias—, Steichen experimentó cómo el espacio que rodea a la imagen puede determinar su significado y su recepción. El modo en que se encuadran y escenifican las fotografías constituye, según había manifestado Day dos años antes, «más de la mitad de la batalla».

Durante cinco décadas, Steichen profundizó en aquel aprendizaje iniciático hasta sublimarlo en «La familia del hombre» (1955) al servicio de un mensaje trascendente. La propuesta resultó disruptiva. El curador despojó de su contexto a las más de quinientas imágenes tomadas por 273 autores. Para componer su discurso, obvió el título y la fecha, alteró el encuadre, yuxtapuso tamaños, agrupó las impresiones en polípticos y las secuenció con precisión cinematográfica. Porque el relato no emanaba de la imagen individual, sino del diálogo que, al integrarlas en esa narrativa, establecían entre sí y con el espectador.

Fotografía:«The Family of Man », Clervaux Castle © CNA/Romain Girtgen, 2013
Esta serie de imágenes muestra cómo el montaje actual de la exposición en el castillo de Clervaux (Luxemburgo) respeta la idea original presentada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1955.
Fotografía: © 2025 digital image, The Museum of Modern Art, New York /Scala, Florence

En su recorrido por la instalación, que abarcó todas las galerías de la segunda planta del Museo de Arte Moderno de Nueva York, los visitantes quedaban impactados por el collage de fotografías. Sin marco. Sobre la pared. En el suelo. En el centro de una sala. Levitando por un cortinaje semicircular. O pendiendo del techo. Dispuestas en diferentes niveles y con formatos dispares —algunas las amplió a escala natural—, entre las luces y las sombras de una cuidada atmósfera teatral, las imágenes mantenían en alerta al público. 

Un fotomural de un arroyo que desemboca en el océano y uno de los escasos paneles de texto marcaban el compás del viaje: «Flow, flow, flow, the current of life is ever onward». Nada debía frenar la corriente de la multitud, siempre hacia delante. En la continuidad de su propio movimiento por los pasillos del MoMA, apunta Lugon, la audiencia interiorizaba el fluir perpetuo del tiempo al que aluden las palabras del monje budista Kobo Daishi.

Si hasta entonces la atención prolongada había constituido el canon al contemplar fotografía, la puesta en escena que ideó Steichen junto con el arquitecto Paul Rudolph exploró otro camino. «Se prefiere la suma de impresiones efímeras a la reflexión específica», continúa el historiador suizo, para quien no pasa desapercibida la confluencia de dos mareas de observadores: ese breve instante en el que los recién llegados
—aún fríos y vírgenes— y los que cierran su itinerario cruzan miradas. Por un momento sienten la brecha emocional que los separa «y la capacidad de una exposición de este tipo para transformarte».

Fotografía: «The Family of Man », Clervaux Castle © CNA/Romain Girtgen, 2013
Fotografía:© 2025 digital image, The Museum of Modern Art, New York /Scala, Florence

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