Grandes temas Nº 720 Arte Sociedad
Cuando Yves Saint-Laurent presentó en 1958 su primera colección para la casa Dior, Sabine Weiss (1924-2021) inmortalizó el momento para la revista Life. Allí estaba ella entre muchos ellos. «¡Vamos, señorita, apártese y deje que los profesionales hagan su trabajo!», le espetaron en alguna ocasión los reporteros veteranos. No tardó en ganarse su lugar. Sin embargo, fue lejos de los cegadores flashes donde Sabine encontró la verdadera luz. Mientras deambulaba sin ataduras por las calles de París, sentía el impulso, espontáneo, íntimo, de capturar escenas de la vida cotidiana con las que se emocionaba. Aún hoy esas otras fotografías revelan, con ternura y sobriedad, lo esencial del ser humano.
Sabine se presentó en las oficinas de Vogue con varias cajas de copias en su maletín. Era agosto de 1952, tenía 28 años y hacía seis que se había instalado en París, donde trabajaba como ayudante del fotógrafo de moda Willy Maywald. En manos del editor de la revista, Michel de Brunhoff, cayó un retrato de Joan Miró que ella había hecho en Cataluña a finales de los cuarenta, y quiso conocer mejor su trabajo. «Mmm, es bueno, mmm…», mascullaba a su lado un hombrecillo al que Weiss no conocía. De Vogue salió con un contrato que duró nueve años. Y, unos días después, recibió una carta con el membrete de la agencia Rapho en la que le pedían que presentara sus fotos. Entonces supo que la misteriosa silueta que la había acompañado en aquel despacho era el famoso fotógrafo Robert Doisneau, que acabaría siendo un gran amigo y valedor de la obra de Sabine.
«Mi vida ha estado jalonada por golpes de suerte y encuentros fortuitos», confesaba en 2016 Sabine Weiss en una pieza audiovisual de la galería Jeu de Paume. En 1952, a raíz de su incorporación a Rapho, su carrera despegó. También al otro lado del océano. Cabeceras estadounidenses como The New York Times, Life, Newsweek o Holiday comenzaron a publicar sus fotografías, y participó en exposiciones en el MoMA de Nueva York y el Instituto de Arte de Chicago. Asimismo, en 1955, Edward Steichen seleccionó tres de sus imágenes para la antología histórica «The Family of Man», que recorrió el mundo durante ocho años.
El segundo momento decisivo sucedió en 1978. Sin que Sabine lo supiera, su marido, el pintor estadounidense Hugh Weiss, y unos amigos, entre los que se encontraba Doisneau, organizaron una exposición —su primera retrospectiva— en el centro cultural Noroit, en Arras (Francia). Aconsejada por Doisneau, ella se ocupó personalmente de seleccionar las imágenes entre las colecciones de los años cincuenta y sesenta. Así emprendió la relectura de unas fotografías en blanco y negro que nunca antes había enseñado. «Eran mi jardín secreto, mi reserva espiritual», relató en 2009 en el libro Intimes Convictions. Una vez terminó de colgar las obras ampliadas y enmarcadas, pudo contemplar la coherencia de su trabajo. «Me reencontré conmigo misma y con mi identidad», reconoció.
Desde que reunió dos francos y medio para comprar su primera cámara de baquelita, a punto de cumplir los once, hasta principios de los años 2000, Sabine Weiss nunca dejó de fotografiar. Durante siete décadas, alimentó un archivo monumental: 200 000 negativos, 7000 hojas de contacto, 2700 grabados de época, 2000 grabados modernos, 3500 impresiones, alrededor de 2000 diapositivas y toda la documentación, que incluye recortes de prensa, reseñas, pruebas, correspondencia, películas y grabaciones. En 2017, decidió donar su legado al Museo Photo Elysée de Lausana (Suiza), que divisaba de niña desde la otra orilla del lago Lemán. Su asistente, Laure Delloye-Augustins, la ayudó a hacer inventario. Una meticulosa tarea gracias a la que redescubrió sus propias fotografías, almacenadas durante tiempo y tiempo en cajas.
A Sabine le gustaba volver sobre la envejecida libreta en la que registraba, de manera poco ortodoxa, sus quehaceres. Pasaba con cuidado las páginas porque algunas estaban a punto de desprenderse. Al releer aquellas notas manuscritas del cuaderno de bitácora, sus recuerdos despertaban. Como destellos fugaces. En el vídeo Les 1001 vies de Sabine Weiss, no ocultaba su sorpresa ante una trayectoria tan fértil: «No entiendo cómo pude hacer tantas cosas en la misma época, es increíble, y cosas completamente distintas. Fue una vida muy buena, ¡no me arrepiento de nada!».
Con gran versatilidad, Weiss cultivó todos los géneros en los más variados círculos: pasaba de la moda y la publicidad (Yves Saint-Laurent, Dior, Korrigan), al espectáculo (Ella Fitzgerald, Maria Callas, Brigitte Bardot, Jeanne Moreau), la literatura (Françoise Sagan, André Breton, Samuel Beckett, Eugène Ionesco), el arte (Joan Miró, Alberto Giacometti, Jean Dubuffet, Georges Braque, Niki de Saint Phalle, Fernand Léger, Robert Rauschenberg) o la política (Jean Monnet, Dwight D. Eisenhower). «He hecho de todo», subrayaba orgullosa. En Francia, Estados Unidos, Birmania, Etiopía, Portugal, la URSS, Bulgaria o la India disfrutaba de cada nuevo encuentro que le ofrecía su profesión.
Si trataban de definir su trabajo con una sola palabra, Sabine se sentía atrapada. Aunque ya en 1952 revistas especializadas internacionales la reconocieron como miembro de la escuela humanista francesa, para ella fue una simple coincidencia la que la situó junto a Henri Cartier-Bresson, Robert Doisneau, Willy Ronis, Édouard Boubat, Brassaï, Izis, Jean Dieuzaide. Probablemente, su entrada en la agencia Rapho, pionera del fotoperiodismo francés, propició que se la vinculase con esta generación de fotógrafos.
Sin embargo, una sutil frontera los separa. Según explica Virginie Chardin, comisaria de varias exposiciones sobre la autora franco-suiza, Weiss no construye sus imágenes como una pintura o una escena, ni metafóricamente para defender un punto de vista. «Sus tomas —afirma en uno de los catálogos— nacen de una experiencia íntima, de un impulso espontáneo e intuitivo hacia el sujeto». Ni rastro de juicios o lamentos sobre el mundo. Ella es una simple testigo, y sus fotografías, testimonio de una época. Tampoco le preocupaba el enfoque perfecto. Borrosa o no, una buena fotografía debía captar las emociones, decir algo sobre la condición humana. «Lo que me interesa es el sentimiento que expresan las personas», repetía cada vez que la entrevistaban. Su humanidad, reflejada de la forma más sobria y sencilla.
Pero ¿cómo traducir en un solo instante, en esa fracción de segundo, un movimiento del alma? Sobre esta inquietud reflexionó en Intimes Convictions. «Luz, gesto, mirada, movimiento, silencio, tensión, reposo, rigor, relajación. Me gustaría incorporarlo todo en ese momento para expresar, con un mínimo de medios, la esencia del ser humano. Es algo abstracto lo que busco en mis fotos —escribió—. En lugar de una persona llorando, es la idea de la tristeza lo que quiero mostrar».
Había otra etiqueta con la que Sabine no se sentía cómoda: le parecía exagerado calificar su obra como arte. Nunca se consideró artista y aseguraba que el suyo era un oficio artesano; más allá de la dimensión estética, resaltaba el carácter manual de su trabajo. No obstante, a lo largo de su carrera atesoró un puñado de reconocimientos. La Orden de las Artes y las Letras de Francia le concedió las distinciones de chevalier (1987) y officier (1999). En 2010, la condecoraron con la Orden Nacional del Mérito y, una década después, ganó el Premio Women In Motion 2020, otorgado por el prestigioso festival de fotografía Les Rencontres d’Arles.
El fallecimiento de Sabine la noche del 28 de diciembre de 2021 dejó varios proyectos inacabados. Como el documental El siglo de Sabine Weiss, que Camille Ménager había empezado a rodar hacía tan solo unas semanas. O la exposición retrospectiva que el Museo Photo Elysée proyectaba para celebrar el centenario de su nacimiento y de la que seguía de cerca todos los preparativos. En 2020, el programa Efecto Doppler de RTVE la entrevistó y Weiss bromeaba sobre el futuro: «Tendré una exposición en Suiza por mis cien años, eso es seguro. Lo que no sé es si iré». Justo en noviembre, un mes antes de su muerte, no quiso perderse la ceremonia de entrega de las llaves de la nueva sede del Elysée en el distrito artístico Plateforme 10.
Aunque siempre esquivó que la encasillaran, con el adiós a Sabine Weiss, el mundo perdió a la última representante de la escuela humanista francesa. Su querido amigo y mentor Robert Doisneau bautizó a Sabine como «la fotógrafa de la luz y de la ternura». Y precisamente a esa luz que ella captó con maestría en los ojos de hombres, mujeres y niños hizo referencia su hija, Marion, en el mensaje in memoriam que escribió para despedirse de la gran dama de la fotografía: «Su inmenso talento como escritora fotográfica nos deja para la eternidad miles de historias y encuentros, relatos auténticos y universales. Cada una de estas conmovedoras capturas nos desafía y se hace eco en blanco y negro de todos los colores del alma».