La vía franca de la amistad

22 de septiembre de 2025 3 minutos

Marcela Duque Biografía

Es profesora en la Universidad Francisco de Vitoria y poeta. Ha escrito Bello es el riesgo (2019), que le valió el premio Adonais, y Un enigma ante tus ojos (2024).


«No puede haber amistad sin complacencia. El problema consiste en poner el placer por encima de la verdad. El pelota imita lo bueno de la amistad, falsificándolo»

Los antiguos sabios tenían una conciencia agudísima del valor supremo de la amistad, y por eso supieron distinguirla tan bien de sus sucedáneos. Aristóteles, que escribió en su Ética a Nicómaco que «sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los demás bienes», se justificó con esta delicadeza cuando criticó uno de los planteamientos de Platón, que era su amigo: «Entre la amistad y la verdad, es una obligación sagrada dar preferencia a la verdad». Esa máxima la aprendió de él, quien también escribiría que los miramientos debidos a un hombre son siempre menores que los que deben tenerse a la verdad.

Como la amistad auténtica es un bien arduo, hay muchas falsas amistades que tratan de ocupar su lugar, así que en las palabras de Aristóteles podemos leer también una distinción entre la verdadera amistad y uno de sus ídolos más comunes: la adulación. Esta cuestión también interesó a Plutarco, otro discípulo de la Academia platónica, que escribió Cómo distinguir a un adulador de un amigo, una obra que hoy resulta iluminadora. ¿Tal vez nuestras relaciones son solo palmaditas en la espalda?

No hay que pensar solo en los casos extremos de una pleitesía calculadora y mendaz, en los que se busca halagar al otro con el deseo de sacar una ventaja. Las formas de adulación que se disfrazan de amistad son mucho más sutiles y pueden pasar desapercibidas incluso para el mismo zalamero. Según Plutarco, el adulador puede parecer un gran amigo, «siempre servicial, diligente y animoso», cuando lo único que busca es que el amigo se sienta bien en todo momento. Esta especie de sentimentalismo es el modus operandi de muchas relaciones y está en la raíz de la preocupación constante por cómo nos perciben, las ansias por caer bien y gustar. Tendemos a pensar que nuestra amabilidad se mide por lo bien que hagamos sentir al otro.

Sería el error de un cínico ver en toda alabanza, afirmación y gesto amable un acto de servilismo. Como dice Plutarco, «la divinidad, mezclando a nuestra vida la amistad, hizo todo agradable, dulce y querido, cuando ella está presente y participa de nuestra alegría». No puede haber amistad sin complacencia. El problema consiste en poner el placer por encima de la verdad. El pelota imita lo bueno de la amistad, falsificándolo. Esto lo hace también con la franqueza —a la que los griegos llamaban parrhesia—, que Plutarco considera «el lenguaje propio de la amistad». El palmero hace que sus palabras más reprensivas parezcan sinceras, pero no buscan el bien del amigo, sino parecer un buen amigo. El adulador —sostiene Plutarco— frunce el ceño cuando, en realidad, está haciendo un guiño, y pretende ser incisivo cuando no hace más que cosquillas.

La habilidad y oportunidad de hablar con franqueza ha sido desde la Antigüedad una de las nociones centrales en todas las comunidades que aprecian la libertad. En los términos subjetivistas de nuestro tiempo, se entiende la franqueza como el derecho a expresar lo que se piensa, independientemente de la verdad. Sin embargo, para Aristóteles y Plutarco, la parrhesia es ante todo el valor y la confianza de poder decir la verdad sin miramientos. Es el amigo el que está dispuesto a correr el riesgo de decir verdades que puedan herir, pero también el que sabe aprovechar mejor las ocasiones y circunstancias para usar esa franqueza de un modo medicinal, que sea para el mayor bien del otro. Plutarco escribió: «No necesito un amigo que se cambie y asienta conmigo (pues mi sombra hace mejor esas cosas), sino que diga la verdad conmigo (sun-aletheuontos) y que me ayude a decidir (sun-epikrinontos)». En ese prefijo repetido —sun, con— se entrevé la estrechísima comunidad que crean la verdad y el discernimiento: dos palabras que no suelen estar en nuestro vocabulario de la amistad, pero que una relectura de Plutarco nos ayudaría a recuperar.

LA PREGUNTA DE LA AUTORA

¿Cómo distingues al adulador… cuando eres tú?

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